Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 121

CONCEPTO DEL ÉTER

Otros, a quienes llamaríamos los fuegos fatuos o hijos espurios de la ciencia, se tomaron la molestia de observar el éter con lentes de mucho alcance, según nos dicen; pero al no ver espíritus ni espectros, ni descubrir entre sus aleves ondulaciones nada de más científica índole, viraron en redondo para tachar con lastimero acento de “mentecatos y lunáticos visionarios” (31), no sólo a los espiritistas en particular, sino a cuantos creen en la inmortalidad. Dicen sobre este particular los autores de El Universo invisible: “Han estudiado en el universo objetivo ese misterio que llamamos vida. El error consiste en creer que todo cuanto desaparece de la observación, desaparece también del universo. Sin embargo, no hay tal, porque únicamente desaparece del pequeño círculo de luz a que podemos llamar universo de observsación científica. Es un trínico misterio en la materia, en la vida y en Dios; pero los tres misterios son uno solo” (32). En otro pasaje añaden: “El universo visible debe seguramente tener un límite de energía transformable y probablemente el mismo límite en su materia; pero como el principio de continuidad repugna toda limitación, ha de haber sin duda algo más allá de lo visible, de modo que el mundo visible no es el universo total sino tan sólo una pequeña parte de él” (33). Además, atendiendo los autores al concepto del origen y fin del universo visible, dicen que si fuese todo cuanto existe, habría ruptura de continuidad tanto en la súbita manifestación primaria de él como en su ruina final... (34). Ahora bien; ¿no es lógico suponer que el universo invisible, en cuya existencia razonablemente creemos, esté en condiciones de recibir la energía del visible?... Cabe, por lo tanto, considerar el éter o medio transmisor como un puente (35) entre ambos universos, que de esta manera quedan conglomerados en uno solo. En fin, lo que generalmente se llama éter puede ser, además de un medio transmisor, el orden de cosas invisibles, de modo que los movimientos del universo visible se comunican al éter y éste los transmite como por un puente al invisible, que los recibe, transforma y almacena. Podemos decir, por lo tanto, que cuando la energía se transmite de la materia al éter, pasa del mundo visible al invisible y cuando del éter va a la materia se transfiere del mundo invisible al visible” (36).

Precisamente es así. Cuando la ciencia adelante algunos pasos más en este camino y estudie detenidamente el “hipotético medio transmisor” podrá salvar sin peligro el abismo que Tyndall ve abierto entre el cerebro físico y la conciencia.

Algunos años antes, en 1856, el por entonces famoso doctor Jobard de París expuso acerca del éter el mismo concepto sustentado después por los autores de El Universo invisible. Con asombro del mundo científico, dijo el doctor Jobard a este propósito: “Acabo de hacer un descubrimiento que me asusta. Hay dos modalidades de electricidad: una ciega y ruda, dimanante del contacto de los metales con los ácidos (purga grosera), y otra racional y clarividente. La electricidad se ha bifurcado en manos de Galvani, Nobili y Matteuci. La corriente ruda tomó la dirección señalada por Jacobi, Bonelli y Moncal, mientras que la corriente lúcida quedó en manos de Bois-Robert, Thilorier y Duplanty. La esfera eléctrica o electricidad globular entraña un pensamiento que desobedece a Newton y a Mariotte para moverse a su antojo... En los anales de la Academia hay mil pruebas de la inteligencia del rayo eléctrico... Pero noto que voy siendo en demasía indiscreto. A poco más doy la clave que ha de llevarnos al descubrimiento del espíritu universal” (37).

Todas las citas iluminan con nueva luz la sabiduría de los antiguos. Ya vimos que los Oráculos caldeos (38) exponen en parecido lenguaje el mismo concepto del éter que los autores de El Universo invisible, pues dicen que “del éter proceden todas las cosas y a él han de volver y que en él están indeleblemente grabadas las imágenes de todas las cosas, porque es almacén de ideas y troj de los gérmenes y de los residuos de las formas visibles”. Esto corrobora nuestra afirmación de que todo descubrimiento moderno tuvo su parigual hace miles de años entre nuestros cándidos antepasados. Vista, en el punto en que estamos, la actitud de los escépticos respecto de los fenómenos psíquicos, cabe asegurar que aunque la clave referida por Jobard estuviera en el borde del “abismo”, no habría ningún Tyndall capaz de agacharse a recogerla.

¡Cuán limitadas han de parecerles a algunos cabalistas estas tentativas para escrutar el hondo misterio del éter universal! Porque por muy superiores que respecto a las de la ciencia contemporánea sean las ideas de los autores de El Universo invisible, resultan por demás familiares para los maestros de la filosofía hermética, quienes no sólo consideraban el éter como el puente tendido entre el universo vivisble y el invisible, sino que osadamente recorrían todos sus tramos hasta llegar a las misteriosas puertas que los científicos no quieren o tal vez no pueden abrir.

Cuanto más ahondan los investigadores modernos en sus observaciones, tanto más frecuentemente les dan en rostro los descubrimientos antiguos. Expone el geólogo francés Beaumont una teoría sobre los movimientos internos del globo en relación con la corteza terrestre, y echa de ver que se le habían adelantado los antiguos en la exposición. Preguntamos cuál es la más novísima hipótesis acerca de la formación de los yacimientos minerales, y nos dice Hunt que el agua es el disolvente universal, según ya afirmó Tales de Mileto veinticuatro siglos atrás al enseñar que el agua es el originario elemento de todas las cosas. El mismo Hunt, apoyado en la autoridad de Beaumont, trata de los movimientos del globo y de los fenómenos psíquicos del mundo material, diciendo por una parte que “no está dispuesto a conceder que los espiritualistas posean el secreto de la vida orgánica”, mientras que por otra confiesa, a nuestra completa satisfacción, lo que leemos en el pasaje siguiente: “Bajo muy diversos aspectos están relacionados los fenómenos del reino orgánico y los del reino mineral, cuya recíproca dependencia ofrece tan vivo interés que nos concita a vislumbrar la verdad subyacente en las opiniones de los filósofos antiguos que atribuían fuerza vital a los minerales y consideraban el globo terráqueo como organismo vivo, cuyo proceso biológico se manifestaba en las alteraciones de la atmósfera, de las aguas y de las rocas”.

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