Isis Sin Velo - [Tomo I]

Capítulo 119

EL CUERPO ASTRAL

Los filósofos iniciados en los Misterios decían que el alma astral es el incoercible duplicado del cuerpo denso, el periespíritu de los espiritistas kardecianos, o la forma-espíritu de los no reencarnacionistas. Sobre este duplicado o molde interno, se cierne el espíritu divino que lo ilumina como el sol a la tierra y fecunda el germen de las cualidades latentes. El cuerpo astral está contenido en el físico, como el éter en una botella o el magnetismo en el imán. Es un mecanismo alimentado por el depósito universal de fuerza y sujeto a las mismas leyes que rigen todos los fenómenos de la naturaleza. Su inherente actividad produce las incesantes operaciones biológicas del organismo carnal, y cuando éste se desgasta por el uso, sale de él, porque es prisionero y no voluntario morador del cuerpo físico. La univesal fuerza externa le atrae tan poderosamente que al gastarse la cáscara escapa de ella. Cuanto más robusto, denso y grosero es el cuerpo físico, más largo es el encarcelamiento del astral; pero algunos nacen con organización a propósito para abrir la puerta que comunica con la luz astral, de modo que su alma se asome al mundo astral y se restituya después a su encierro. Los conscientes y voluntariamente capaces de ello, se llaman magos, hierofantes, videntes, profetas y adeptos, y los que sin voluntad ni conciencia propia tienen predisposición a actuar en el mundo astral por la influencia de un hipnotizador o de una entidad espírita se llaman medianeros o médiums. Cuando el cuerpo astral se libra de obstáculos, queda tan poderosamente atraído por la imánica fuerza universal, que a veces levanta consigo el estuche de carne y lo mantiene suspendido en el aire hasta que recobra su acción la gravedad de la materia.

Todo movimiento, sea de un cuerpo vivo o de un cuerpo inorgánico, requiere tres condiciones: voluntad, fuerza y materia, que pueden transmutarse de conformidad con el principio de la conservación de la energía dirigida, o mejor dicho, cobijada por la Mente divina de que tan insidiosamente se empeñan los escépticos en prescindir, pero sin cuya presidencia no se moverían los gusanillos en la tierra ni al beso de la brisa las hojas del árbol. Los científicos llaman leyes cósmicas a las modalidades de energía y de materia y las consideran inmutables e invariables en su acción; pero más allá de estas leyes hemos de inquirir la causa inteligente que al establecer el régimen infundió en ellas su conciencia. nO es posible concebir una causa primera, una voluntad universal, Dios en suma, si no le atribuimos inteligencia.

Ahora bien: ¿cómo se manifestaría la voluntad a un tiempo consciente o inconscientemente, es decir, con inteligencia y sin ella? La mente no puede estar separada de la conciencia, entendiendo por tal, no la conciencia física, sino una cualidad del principio senciente del alma, que puede actuar aun cuando el cuerpo físico esté dormido o paralizado. Si, por ejemplo, levantamos mquinalmente el brazo, creemos que el movimiento es inconsciente porque los sentidos corporales no aprecian el intervalo entre el propósito y la ejecución. Sin embargo, la vigilante voluntad generó fuerza y puso el brazo en movimiento. Nada hay, ni siquiera en los más vulgares fenómenos mediumnímicos, que confirme la hipótesis de Cox; pues si la inteligencia denotada por la fuerza no prueba que lo sea de un espíritu desencarnado, menos todavía podrá serlo del inconsciente médium. Crookes refiere algunos casos en que la itneligencia manifestada en el fenómeno, no podía atribuirse a ninguno de los circunstantes. Por ejemplo, cuando después de tapar con el dedo una palabra impresa que ni él mismo sabía cuál era, apareció correctamente escrita en la tablilla (51). Si negamos la intervención de una entidad espírita, no cabe explicareste caso de otro modo que por clarividencia; pero como los científicos niegan esta facultad, han de verse cogidos en el otro término del dilema, so pena de admitir la clarividencia, según la entienden los cabalistas, a no ser que prefieran entercarse en el hasta hoy vano empeño de forjar una hipótesis que explique satisfactoriamente el fenómeno. Pero aun admitiendo que la palabra en cuestión hubiese sido leída por clarividencia, ¿cómo explicar las comunicaciones mediumnímicas de tan adivinatorio carácter? ¿Qué hipótesis esclarece el misterio de las facultades proféticas del médium que vaticina sucesos ignorados de él y de cuantos le escuchan? Verdaderamente habrá de recomenzar Cox sus investigaciones

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