Capítulo 39
ELOGIO DE PARACELSO
A medida que la aurora de las ciencias físicas fue acrecentándose en luz diurna, las ciencias espirituales se sumergieron en cada vez más densas sombras, hasta el punto de negarlas muchos muy rotundamente. A los eminentes psicólogos de otras épocas se les tiene hoy por ignoprantes y supersticiosos, cuando no por saltimbanquis y prestidigitadores, pues el sol de la ciencia brilla en nuestros días con tal esplendor, que parece axiomático que los antiguos nada sabían y estaban envueltos en las brumas de la superstición. Pero olvidan sus detractores que el sol de nuestro tiempo será obscura noche en comparación del luminar futuro, uy que así como los científicos de nuestro siglo tildan de ignorantes a sus antepasados, tal vez sus descendientes digan de ellos que nada sabían.
La marcha del mundo es cíclica. Las razas futuras serán reproducción de otras hace siglos desaparecidas, mientras que la nuestra acaso reproduce la existente diez mil años atrás. Tiempo ha de llegar en que reciban su merecido cuantos hoy detractan úblicamente a los herméticos, pero que en privado consultan sus polvorientos volúmenes para plagiar sus ideas. A este propósito exclama honradamente Pfaff: “¿Quién ha tenido tan claro concepto de la naturaleza como Paracelso? Fue el audaz fundador de la química médica y de innovadoras escuelas, victoriosas en la controversia, y uno de los pensadores que dieron más acertada orientación al estudio de la naturaleza de las cosas. Lo que en sus obras dice acerca de la piedra filosofal, de los pigmeos y gnomos, de los homúnculos, del elixir de larga vida y demás temas hoy aducidos por sus detractores para regatearle méritos, no pude debilitar nuestro agradecimiento y admiración por sus obras y por su noble vida” (14).
Muchos médicos, químicos y magnetizadores nutrieron su mente en las obras de Paracelso. De él tomó Hufeland su teoría de las enfermedades infecciosas, a pesar de que Sprengel le llama “el charlatán de la Edad Media”, si bien en cambio reivindica Hemman la memoria del insigne filósofo diputándole noblemente por el químico más ilustre de su época” (15). Lo mismo dicen Molitor (16) y el eminente psicólogo alemán Ennemoser (17), de cuyos estudios sobre Paracelso se infiere que este hermético fue “el más admirable talento de su tiempo”. Pero las lumbreras modernas presumen de aventajarle en sabiduría, y han hundido en el “limbo de la magia” las ideas de los rosacruces acerca de los espíritus elementales, duendes y hadas como si fueran cuentos infantiles (18).
Concedemos de buen grado a los escépticos que en la mitad y más de los fenómenos psíquicos interviene el fraude más o menos hábilmente dispuesto, según prueban recientes manifestaciones de médiums materializados; pero quedan todavía muchísimos otros fenómenos perfectamente auténticos, en espera de comprobación por parte de los científicos que se verán precisados a efectuarla con toda sinceridad, cuando los espiritistas sean lo suficientemente razonables para no proporcionar armas a sus adversarios.