Capítulo 169
MAGNETISMO PLANETARIO
Esto no debe tomarse en el sentido de que se repelan los cuerpos de propiedades contrarias, sino tan sólo los que están juntos y son de naturaleza antagónica. Las investigaciones de Bart y Schweigger han disipado las dudas que pudieran caber acerca de si los antiguos conocían debidamente la atracción del hierro por el imán, así como las modalidades positiva y negativa de la electricidad, aunque dieran a todo ello distintos nombres. Entre los antiguos era opinión general que los planetas estaban relacionados magnéticamente, porque todos son imanes, y así, no sólo llamaban piedras magnéticas a los aerolitos, sino que se valían de ellos en los Misterios para los mismos usos en que nosotros empleamos hoy el imán. A este propósito dice Mayer: “La tierra es un enorme imán y todo súbito trastorno de la superficie del sol altera profundamente el equilibrio magnético de la tierra, ocasionando el temblor de las brújulas de los observatorios con luces polares cuyas vaporosas llamas parecen danzar al compás de la inquieta aguja” (66).
Cuando esto enseñaba Mayer, no hacía más que repetir en inglés lo que se enseñó en lengua dórica muchos siglos antes de nacer el primer filósofo cristiano.
Los prodigios realizados por los sacerdotes teurgos son tan auténticos y se apoyan en tan sólidas pruebas (si de algo vale el testimonio humano), que Brewster les reconoce piadosamente profundos conocimientos de ciencias físicas y filosofía natural, por no confesar que sobrepujaron en maravilla a los taumaturgos cristianos. Los modernos científicos están enredados en los términos de un dilema: o confiesan que los antiguos sabían más física que ellos o han de admitir en la naturaleza algo más allá de las ciencias físicas, es decir, que el espíritu posee facultades no sospechadas por nuestros filósofos. Sobre esto dice Bulwer Lytton: “Los errores en que caemos respecto de la ciencia de nuestra especialidad, sólo los advertimos a la luz de otra ciencia especialmente cultivada por el estudio ajeno” (67).
Nada de más fácil explicación que las superiores posibilidades de la magia. La radiante luz del universal océano magnético, cuyas eléctricas ondulaciones interpenetran en su incesante movimiento los átomos de la creación entera, revelan a los estudiantes de hipnotismo el alfa y el omega del gran misterio, a pesar de la deficiencia de sus experimentos. Tan sólo el estudio de este agente, soplo divino, descubre los secretos de la psicología y de la fisiología y de los fenómenos cósmicos y espirituales.
A este propósito dice Psello: “La magia ea la parte superior de la ciencia sacerdotal y tenía por objeto investigar la naturaleza, potencias y cualidades de todas las cosas sublunares; de los elementos y sus compuestos; de los animales; de las plantas y sus frutos; de las piedras y hierbas; en una palabra, inquiría la esencia y potencia de todas las cosas. Los efectos de esta ciencia se resolvían en esculpir estatuas magnetizadas que tocaban los enfermos para recobrar la salud, y en fabricar figuras y talismanes que lo mismo servían para provocar la enfermedad que para curarla. También por medio de la magia se hace aparecer frecuentemente fuego celestial que enciende las lámparas y hace sonreír a las estatuas” (68).
No es extraño que los antiguos sacerdotes animaran mágicamente estatuas de piedra y metal, según aseguran fidedignos testimonios, cuando en nuestros tiempos es posible, gracias al descubrimiento de Galvani, mover las patas de una rana muerta y alterar los rasgos fisonómicos de un cadáver, de modo que sucesivamente denote alegría, ira, horror y las más variadas emociones.
El puro y celeste fuego del altar pagano era electricidad derivada de la luz astral, y por consiguiente, si las estatuas estaban preparadas al efecto, bien podían, sin sospecha de superstición, provocar la enfermedad o restituir la salud mediante contacto, como sucede hoy con los cinturones eléctricos.