Capítulo 92
LAS TÚNICAS DE PIEL
Otro símbolo aún más importante es la muda de la piel de la serpiente, que según se nos alcanza no han acertado hasta ahora a interpretar los simbolistas. Así como el reptil al despojarse de la piel se libra de una envoltura de grosera materia, demasiado enojosa ya para su cuerpo, y entra en un nuevo período de actividad, así también el hombre al desprenderse de su cuerpo grosero y material pasa a un nuevo estado de existencia con mayores facultades y más enérgica vitalidad. Por el contrario, los cabalistas caldeos dicen que cuando el hombre primitivo (47) se despiritualizó por su contacto con la materia, le fue dado por vez primera cuerpo carnal, y así lo simboliza aquel significativo versículo: “Hizo también el señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió” (48). A menos que los intérpretes quieran convertir a Dios en sastre celeste, ¿qué otra cosa significan estas frases aparentemente absurdas, sino que el hombre espiritual en el curso de su involución había llegado al punto en que el predominio de la materia le transformó en hombre de carne? (49).
Esta cabalística doctrina está más acabadamente expuesta en el Libro de Jasher (50), donde se dice que Noé heredó estas túnicas de Matusalem y Enoch, quien a su vez las había recibido de manos de Adán y su mujer. Cam se las hurtó a su padre que las había puesto en el arca y las dio secretamente a Cus, quien, a escondidas de sus hermanos e hijos, las transmitió a Nemrod.
Algunos cabalistas y aun arqueólogos dicen que Adán, Enoch y Noé son nombres distintos de un mismo personaje (51); pero otros sostienen que entre Adán y Noé transcurrieron varios ciclos, lo que equivale a decir que cada patriarca antediluviano representaba una raza existente en la sucesión de los ciclos, y que cada una de estas razas fue menos espiritual que la precedente. Así tenemos, que si bien Noé fue varón justo, no podía parigualarse en bondad con su ascendiente Enoch, que fue arrebatado al cielo en vida. De aquí la alegoría de que Noé heredó del segundo Adán y de Enoch la túnica de piel, aunque no la llevaba puesta, pues de lo contrario no se la hurtara su hijo Cam. Pero como Noé y sus hijos se salvaron del diluvio, resulta que el primero pertenecía a la antediluviana raza espiritual y fue escogido de entre todos los hombres por su pureza, mientras que sus descendientes fueron postdiluvianos. La túnica de piel que Cus llevó en secreto, es decir, cuando la materia contaminó su naturaleza espiritual, pasó a Nemrod, el hombre más poderoso y fuerte de los posteriores al diluvio y último vástago de los gigantes antediluvianos (52).
Veamos de entresacar el oculto significado de la leyenda diluviana.
En la cosmogonía escandinava, los hijos de Bur matan al gigante Imir, y tan caudalosos ríos de sangre brotaron de sus heridas, que sumergieron a toda la raza de fríos y helados gigantes, salvándose únicamente Bergelmir y su mujer, refugiados en una barca, por lo que fueron padres de una nueva raza de gigantes, nacida del mismo tronco. Todos los hijos de Bur se salvaron del diluvio (53).
El gigante Imir simboliza la primitiva y ruda materia orgánica, las ciegas fuerzas cósmicas en estado caótico, antes de recibir el inteligente impulso del divino Espíritu que reguló su movimiento en leyes inmutables. La progenie de Bur son los “hijos de Dios” o los dioses menores a que alude Platón en su Timeo, a los cuales fue encomendada la creación del hombre, pues sacan del caótico abismo (el ginnungagap) los mutilados restos del gigante Imir y se sirven de ellos para crear el mundo. Su sangre forma los ríos y los mares; sus huesos las montañas; sus dientes las rocas y peñascos; sus cabellos los árboles; su cráneo la bóveda celeste sustentada en las cuatro columnas de los puntos cardinales, y sus cejas formaron el Edén, la futura morada del hombre. Para tener correcta idea de esta morada (la tierra), dicen los Eddas que es preciso concebirla redonda como un anillo o como un disco flotante en la neblina del océano celeste (éter). Está circuída por Yörmungand, el gigantesco Midgard o serpiente que se muerde la cola, la culebra mundanal, símbolo de la materia dimanante de Imir, compenetrada con el espíritu de los hijos de Dios, que produjeron y modelaron todas las formas. Esta emanación es la luz astral de los cabalistas y el hipotético éter de los físicos modernos.
La misma leyenda escandinava de la creación del hombre nos da a entender cuán convencidos estaban los antiguos de la trínica naturaleza humana. Según el Völuspa, Odin, Hönir y Lodur, los progenitores de nuestra raza, mientras paseaban por la orilla del mar vieron dos palos que, inertes y sin utilidad alguna, flotaban en el agua. Odin les infundió el soplo de vida. Hönir dióles alma y movimiento. Lodur les dotó de belleza, palabra, vista y oído. Al hombre le llamaron Askr (fresno) (54) y a la mujer Embla (aliso). Pusieron a esta primera pareja en el Edén y recibieron de sus creadores materia o vida inorgánica, mente o alma y espíritu puro. La primera procedía de los restos del gigante Imir; la segunda de los AEsire (dioses descendientes de Bur) y el tercero de Vanr (representación del puro espíritu).