Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 80

MUERTE APARENTE

La muerte aparente es un fenómeno de naturaleza desconocida que, por esta circunstancia, niegan de consuno fisiólogos y psicólogos. Consiste en que a veces está ya muerto el cuerpo físico sin que el astral se haya separado de él; pero si por lo malvado perdió el difunto su individualidad, irá el astral separándose poco a poco hasta desligarse por completo del organismo en descomposición. Así resulta que la verdadera muerte, o sea el definitivo abandono del cuerpo físico, no ocurre precisamente cuando la declaran médicos que no creen o no comprenden la verdadera naturaleza del espíritu.

Pierart opina que es muy arriesgado enterrar apresuradamente a los difuntos, aun cuando el cuerpo presente indicios de descomposición, y dice a este propósito que “cuando se entierra a un cataléptico en lugar fresco y seco, donde el aparente cadáver no sufra influencias morbosas, el cuerpo astral, envuelto en el doble etéreo, sale del sepulcro con objeto de alimentar al físico a expensas de las personas vivas. La asimilación se efectúa por un medio transmisor que algún día descubrirán las ciencias psicológicas” (58). Hay numerosos testimonios judiciales de la aparición de estos espectros vampíricos que chupaban la sangre de sus víctimas hasta matarlas por consunción. En consecuencia, no hay más remedio que o negar de plano estos fenómenos, según piadosamente aconseja Calmet, o admitir la única explicación que satisfactoriamente les cabe.

Dice Glanvil que “hombres tan eminentes como Enrique More aseveran que las almas de los difuntos actúan en vehículos etéreos, según opinaron los filósofos de la antigüedad” (59). Sobre este mismo particular observa el filósofo alemán Görres que “Dios no formó al hombre con cuerpo muerto, sino con organismo animado, lleno de vida y dispuesto a recibir el divino soplo por cuya virtud salió de las creadoras manos como doble obra maestra. El misterioso soplo penetró en la misma entraña de la vida orgánica del primer hombre (de la primera raza) y desde aquel instante quedaron unidos el alma animal procedente de la evolución terrena y el espíritu emanado del cielo” (60).

Des Mousseaux repudia esta doctrina por opuesta a la católica; pero esto no es obstáculo para que esclarezca con la luz de la lógica muchos enigmas psicológicos. El sol de la filosofía brilla para todos, y si a los católicos, que forman escasamente la séptima parte de la población total del globo, no les satisface dicha teoría, tal vez satisfaga a los millones de gentes que profesan otras religiones (61).

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