Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 19

CONFERENCIA DEL P. FÉLIX

Antes de entrar de lleno en la materia de este capítulo, demostraremos una vez más la incapacidad de la ciencia moderna para explicar cuanto no cae bajo el dominio de crisoles y retortas. Al efecto entresacaremos algunos pasajes de las conferencias que con el título de Misterio y ciencia dio el P. Félix en Nuestra Señora de París (1), inspiradas en el mismo espíritu predominante en la presente obra. El ingenioso predicador hirió en el talón a los científicos modernos, según puede colegirse de estas sus mismas frases:

Una temerosa palabra, la palabra CIENCIA, se nos echa encima para poner en pugna el progreso con el cristianismo. Con esta formidable evocación se intenta aterrarnos. A todo cuanto podamos decir nosotros para fundamentar el progreso en el crisitanismo, replican ellos invariablemente diciendo: “esto no es científico”. Si hablamos de revelación, la revelación no es científica; si de milagros, no es científico el milagro. Así pretende la impiedad, fiel a sus tradiciones, matarnos con el arma de la ciencia. Es principio de tinieblas y presume ser luz y promete iluminarnos...

Cien veces me pregunté qué viene a ser esa terrible ciencia que amenaza devorarnos. ¿Es la ciencia matemática? Pues nosotros también tenemos nuestros matemáticos. ¿Son la física, la astronomía, la fisiología y la geología? Pues también el catolicismo cuenta con físicos, astrónomos, fisiólogos y geólogos (2) que no desempeñan mal papel en el mundo científico, que tienen sillón en las academias y nombradía en la historia. Según parece, lo que ha de acabar con nosotros no es tal o cual ciencia sino la ciencia en general.

¿Y por qué vaticinan la debelación del cristianismo por la ciencia? Pues porque enseñamos misterios y los misterios cristianos están en oposición con la ciencia moderna... Según ellos, el misterio es la negación del sentido común; la ciencia lo repugna; la ciencia lo condena; la ciencia ha hablado: ¡anatema!

Si el misterio cristiano fuese como pensáis, tendriais razón, y en nombre de la ciencia habría de recibir vuestro anatema, pues nada tan incompatible como la ciencia con el absurdo y la contradicción. Pero en gloria y honor de la verdad, los misterios del cristianismo son cosa muy diferente de lo que suponéis, pues si lo fueran ¿cómo explicar que durante cerca de dos mil años los hayan venerado tantos y tan esclarecidos talentos y genios sin que se les ocurriera renegar de la ciencia ni abdicar de la razón (3)? Por mucho que encomiéis la ciencia moderna y el pensamiento moderno y el genio moderno, lo cierto es que antes de 1789 había ya sabios. Si tan manifiestamente absurdos y contradictorios fuesen nuestros misterios, ¿cómo se comprende que tan poderosos genios los aceptaran sin asomo de duda? Pero líbreme Dios de insistir en la demostración de que el misterio no contradice a la ciencia. ¿De qué serviría probar con abstracciones metafísicas que la ciencia puede conciliarse con el misterio, cuando la creación entera demuestra incontrovertiblemente que el misterio por doquiera confunde a la ciencia? Yo declaro resueltamente que la ciencia no puede eludir el misterio, porque el misterio es la fatalidad de la ciencia.

¿Qué pruebas aduciremos? Miremos primeramente en torno del mundo material, desde el diminuto átomo al sol inmenso; y para formular la ley de la unidad en la diversidad a que armónicamente obedecen los cuerpos y movimientos siderales, pronunciáis la palabra atracción que compendia la ciencia de los astros. Decís vosotros que estos astros se atraen unos a otros en razón directa de las masas e inversa del cuadrado de las distancias. Hasta ahora todo confirma esta ley que impera soberanamente en los dominios de la hipótesis y ha entrado en la categoría de axioma. Con toda mi alma rindo científico homenaje a la soberanía de la atracción y no seré yo quien intente eclipsar en el mundo de la materia una luz que se refleja en el del espíritu. El imperio de la atracción es evidente; es soberano; nos da en rostro. Pero ¿qué es la atracción?; ¿quién la ha visto?; ¿quién la ha palpado? ¿Cómo es que estos cuerpos mudos, sin sensibilidad ni inteligencia, ejercen inconsciente y recíprocamente la acción y reacción que los mantiene en equilibrio y armonía? La fuerza que atrae un sol a otro sol y un átomo a otro átomo ¿es acaso un medianero invisible que va de unos a otros? Pero entonces ¿quién es este medianero?; ¿de dónde dimana esta fuerza intermediaria que todo lo abarca y cuya acción no pueden eludir ni el sol ni el átomo? ¿Es o no esta fuerza algo distinto de los elementos recíprocamente atraídos? ¡Misterio! ¡Misterio!

Sí señores; esa atracción que tan esplendorosamente se manifiesta a través del mundo material es para vosotros misterio impenetrable; y sin embargo, ¿negaréis por ello su palpable realidad y su imperioso dominio?...

Por otra parte, advertid que los principios fundamentales de toda ciencia son tan misteriosos, que si negáis el misterio habréis de negar la ciencia misma. Imaginad la ciencia que os plazca, seguid el majestuoso vuelo de sus inducciones y en cuanto lleguéis a sus orígenes os encontraréis frente a frente de lo desconocido (4).

¿Quién es capaz de sorprender el secreto de la formación de un cuerpo o de la generación de un simple átomo? ¿Qué hay, no ya en el centro de un sol, sino en el centro de un átomo? ¿Quién ha sondeado el abismo de un grano de arena? Sin embargo, la ciencia estudia desde hace cuatro mil años el grano de arena, le da mil vueltas, lo divide y lo subdivide, lo tortura en sus experimentos, lo agobia a preguntas y le dice: ¿podré dividirte hasta lo infinito? Entonces, suspendida sobre el abismo, la ciencia titubea, vacila, se turba y confunde y desesperadamente exclama: nada sé. Pues si tan ignorantes estáis de la génesis e íntima naturaleza de un grano de arena ¿cómo podréis tener ni siquiera un vislumbre del ser viviente? ¿De dónde dimana la vida? ¿Cuándo empieza? ¿Qué la engendra y qué la mantiene?

¿Pueden los científicos redargüir al elocuente clérigo? Sin duda alguna el misterio les cerca por todos lados y el último reducto de Spencer, Tyndall o Huxley tiene grabadas en el frontis las palabras INCOMPRENSIBLE, AGNOSCIBLE.

La ciencia es comparable a un astro de brillante luz cuyos rayos atraviesan por entre una capa de negras y densas nubes. Si los científicos no aciertan a definir la atracción que mantiene unidas en concreta masa las partículas materiales de un guijarro, ¿cómo serán capaces de deslindar lo posible de lo imposible?

Además, ¿por qué habría de haber atracción en la materia y no en el espíritu? Si del éter densificado proceden por el incesante movimiento de sus moléculas las formas materiales, no es despropósito suponer que del éter sublimado dimanen las entidades espirituales, desde la monádica hasta la humana, en sucesiva evolución de perfeccionamiento. Basta la lógica para inferirlo así, aun prescindiendo de toda prueba experimental.

Descargar Newt

Lleva Isis Sin Velo - [Tomo II] contigo