Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 51

LÍMITES DE LA NATURALEZA

Dice Balfour Stewart que, apoyado en esta teoría, descubrió Dalton las leyes de las combinaciones químicas que permitieron forjar hipótesis de cuanto en ellas ocurre; y después de declararse conforme con Bacon respecto de que el perpetuo anhelo de los científicos es llegar a los límites extremos de la naturaleza, afirma que se ha de ir con mucha cautela antes de repudiar por inútil ningún orden de ideas (37).

¡Lástima que los colegas de Stewart no ajusten su conducta científica a tan excelente regla!

Los modernos astrónomos, de acuerdo con la teoría atómica expuesta por Demócrito de Abdera, nos enseñan que los átomos cohesionados forman los mundos y los seres que los pueblan. Si a este supuesto añadimos aquel otro según el cual puede la madre con la fuerza combinada de su voluntad y de su mente cohesionar los átomos etéreos y plasmar con ellos la concebida criatura, también cabe admitir que por reversible efecto de su voluntad disperse las corrientes atómicas antes concentradas y se desvanezca todo o parte del cuerpo ya formado del hijo todavía no nacido.

Estas consideraciones nos llevan a tratar de los falsos embarazos que tan en confusión ponen a los tocólogos como a las pacientes. Si en el caso citado por Van Helmont se desvanecieron la cabeza, brazo y mano de los tres niños por efecto de una terrible emoción, no será despropósito afirmar que la misma análoga causa determine la total disgregación del feto en los casos de falsa preñez que por su rareza burlan la capacidad de los fisiólogos, pues no hay disolvente ni corrosivo alguno que destruya el organismo del feto sin destruir también el de la madre. Recomendamos este asunto al estudio de las Facultades de Medicina que corporativamente no estarán conformes de seguro con la conclusión de Fournié, quien dice sobre el particular que “en esta sucesión de fenómenos, debemos contraernos al oficio de historiadores, pues tropezamos en ellos con los inescrutables misterios de la vida que ni siquiera intentaríamos explicar; y según avancemos en nuestra tarea, nos veremos en la precisión de reconocer que aquel terreno nos está vedado” (38). Sin embargo, el verdadero filósofo no ha de considerar ningún terreno vedado para él ni suponer inescrutable misterio alguno de la naturaleza.

Tanto los estudiantes de ocultismo como los espiritistas están de acuerdo con Hume en la imposibilidad del milagro que requiriría en el universo leyes especiales y no generales. Aquí tropezamos con una de las más graves contradicciones entre la ciencia y la teología, pues mientras la primera afirma la continuidad del orden de la naturaleza, la segunda supone que Dios puede suspender o derogar sus leyes vencido por las súplicas de quien impetra insólitos y extraordinarios favores. Dice a este propósito Stuart Mill:

Si no creyéramos en potestades suprafísicas, no nos demostrarían los milagros en modo alguno su existencia. Considerado el milagro como un hecho insólito, podemos comprobarlo por testimonio propio o ajeno; pero ninguna prueba tendremos de que sea milagro. Aun cabe atribuir los milagros a una causa natural desconocida, y esta suposición no puede desecharse tan en absoluto que no quede otro remedio que admitir la intervención de un ser sobrenatural (39).

Sobre este punto hemos de llamar la atención de los científicos, pues como dice el mismo Stuart Mill, “o es posible admitir una ley de la naturaleza y creer al mismo tiempo en hechos que la contradigan”. En apoyo de su opinión aduce Hume “la firme e inalterable experiencia de la humanidad respecto de las leyes cuya actuación imposibilita todo milagro. Sin embargo, no estamos conformes con el calificativo de inalterable que da Hume a la experiencia humana, como si no hubiesen de mudar jamás elementos de observación de que se deriva y todos los filósofos se vieran precisados a reflexionar sobre unos mismos fenómenos. Asimismo equivaldría esta misma inalterabilidad a negar la conexión y enlace entre las especulaciones filosóficas y los experimentos científicos que durante tanto tiempo quedaron aislados. La destrucción de Nínive y el incendio de la biblioteca de Alejandría privaron al mundo durante muchos siglos de los necesarios documentos para estimar en su verdadero valor la sabiduría exotérica y esotérica de los antiguos. Pero desde hace algunos años, el descubrimiento de la piedra de Rosetta, de los papiros de Ebers, Aubigney y Anastasi, y de los volúmenes escritos en hojas de barro cocido, han dilatado el campo de las investigaciones arqueológicas, que sin duda prometen alterar los resultados de la experiencia humana, pues como muy acertadamente dice el autor de La religión sobrenatural, “quien cree en algo contrario a la inducción de los hechos, tan sólo porque así lo presuma sin que pueda probarlo, es sencillamente crédulo; pues tal presunción en nada prueba la realidad del hecho a que se refiere”.

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