Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 43

FENÓMENOS TERATOLÓGICOS

More (13) arguye poderosamente contra los materialistas diciendo que el poder de la mente humana sobre las fuerzas naturales está demostrado en que el feto es lo bastante plástico para recibir las impresiones mentales de la madre, de suerte que a ellas corresponda agradable o desagradablemente su configuración y parecido, aunque se grabe en él o se astrografíe cualquier objeto muy vivamente imaginado por ella. Estos efectos pueden ser voluntarios o involuntarios, conscientes o inconscientes, intensos o débiles, según el mayor o menor conocimiento que de los profundos misterios de la naturaleza tenga la madre. En general, los estigmas del feto son más bien eventuales que deliberados, y como el aura de toda madre está poblada de sus propias imágenes o las de sus cercanos parientes, la epidermis del feto, comparable a una placa fotográfica, puede quedar impresionada por la imagen de algún ascendiente desconocido de la madre, pero que en un instante propicio apareció enfocada en el aura.

Acerca de este particular dice Elam: “Cerca de mí está sentada una señora venida de su país. De la pared pende el retrato de una de sus antepasadas del siglo anterior. La fisonomía de mi visitante no puede tener más exacto parecido con la del retrato, a pesar de que la antepasada jamás salió de Inglaterra y la visitante es norteamericana”.

Muy diversamente cabe demostrar el poder de la imaginación en el organismo físico. Los médicos inteligentes atribuyen a este poder tanta eficacia terapéutica como a las medicinas, y le llaman vis medicatrix naturae, por lo que procuran ante todo inspirar confianza al enfermo, y a veces esta sola confianza basta para vencer la enfermedad. El miedo mata con frecuencia y el pesar influye de tal modo en los humores del cuerpo, que no sólo trastorna las funciones, sino que encanece súbitamente el cabello. Ficino menciona estigmas fetales en figura de cerezas y otras frutas, aparte de manchas coloradas, pelos y excrecencias, y afirma que la imaginación de la madre puede dar al feto apariencias fisonómicas de mono, cerdo, perro y otros cuadrúpedos. Marco Damasceno cita el caso de una niña nacida enteramente cubierta de pelo y, como la moderna Julia Pastrana, con barba poblada. Guillermo Paradino habla de un niño cuya piel y uñas eran como de oso. Balduino Ronseo alude a otro que nació con un colgajo nasal parecido a moco de pavo. Pareo nos dice que un feto de término tenía cabeza de rana; y Avicena refiere el caso de unos polluelos salidos del huevo con cabeza de halcón. En este último ejemplo, que demuestra la influencia de la imaginación en los animales, el feto debió quedar estigmatizado en el momento de la concepción, coincidente sin duda con la presencia de un halcón frente al gallinero. A este propósito, dice More que como el huevo en cuestión pudo muy bien empollarlo otra clueca en paraje lejano de la madre, la diminuta imagen del halcón, grabada en el feto, fue agrandándose según crecía el polluelo, sin que en ello influyera la madre.

Cornelio Gemma refiere el caso de un niño que nació con una herida en la frente chorreando sangre, a consecuencia de que durante el embarazo amenazó el marido a la madre con una espada dirigida a la misma parte del rostro. Senercio cuenta que una mujer encinta vio cómo un matarife separaba del tronco la cabeza de un cerdo, y al llegar el parto nació la criatura con una hendidura que abarcaba el paladar y la mandíbula y labio superiores hasta la nariz.

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