Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 70

ADÁN Y EVA

Pero dejemos aquí esta digresión y volvamos al examen paralelo de la razón y el instinto. Según los antiguos, el instinto es don divino y la razón facultad humana. El instinto (.....) es la íntima sagacidad propia de todos los animales, aun los más inferiores; la razón (.....) es resultado de las facultades reflexivas. Por lo tanto, el bruto, aunque carece de razón, está dotado del instinto que infaliblemente le guía y no es otra cosa que la divina chispa subyacente en toda partícula material que es a su vez espíritu densificado. La Kabala hebrea dice que cuando el segundo Adán fue formado del barro de la tierra, era tal la densificación de la materia que todo lo dominaba. De sus lascivos deseos nace la mujer y Lilith se lleva lo más sutil del espíritu. El Señor Dios se pasea por el Edén a la hora del crepúsculo (20), y no sólo les maldice a ellos por el pecado cometido, sino también a la tierra, a los seres vivientes y con ira mayor a la tentadora serpiente, símbolo de la materia. Ésta, en apariencia injusta maldición a las cosas creadas, inocentes de todo crimen, sólo puede explicarse cabalísticamente. La materia entraña en sí la maldición, puesto que está condenada a purificarse de sus groserías, impelida por el irresistible anhelo que hacia lo alto lleva a la chispa divina en ella subyacente. La purificación requiere dolor y esfuerzo. No cabe duda de que si toda modalidad de materia tiene origen común, también deben ser comunes sus propiedades, y si la chispa divina alienta en el cuerpo del hombre, lógico es que asimismo se oculte en los animales inferiores cuyo instinto resplandece mucho más vivo que en el reino humano donde la razón lo eclipsa; y así vemos que en gran número de casos el instinto del animal se sobrepone en sus efectos a la razón, cuyo atributo confiere al hombre el cetro de la creación terrestre. como quiera que el cerebro físico del hombre aventaja en perfección al de los animales, su funcionamiento mental, o sea la razón, ha de corresponder a esta superioridad; pero sólo en cuanto a la comprensión del mundo material objetivo y en modo alguno en lo tocante al conocimiento del espíritu. La razón es el alma grosera del científico; la intuición (21) s infalible guía del vidente. Por instinto procrean plantas y animales en la estación más favorable y por instinto busca y halla el bruto remedio a sus dolencias. En cambio, la razón no basta por sí sola para refrenar los ímpetus pasionales de la carne ni pone límites a los goces sensuales, y lejos de capacitar al hombre para ser su propio médico, frecuentemente le arrastra a la ruina con especiosas sofismas. No se necesita mucho esfuerzo para comprender que por obra del instinto va evolucioando la materia. El zoófito que pegado al arrecife abre la boca y sin otro movimiento se alimenta de las substancias a su alrededor flotantes en el agua, denota en proporción a su tamaño corporal mejor instinto que la ballena. La hormiga en su república subterránea, donde a la observación del entomólogo ofrece maravillas de arquitectura, sociología y política, ocupa virtualmente en la escala zoológica un peldaño muy superior al del artero tigre en acecho de su presa (22).

Como todos los arcanos psicológicos, el instinto estuvo durante largo tiempo desdeñado por los científicos con olvido de lo que sobre él dijo Hipócrates en el siguiente pasaje:

El instinto enseñaba a las primitivas razas humanas el camino para hallar remedio a sus dolencias físicas cuando la fría razón no había entenebrecido aún la vista interna del hombre... No hemos de desoír jamás la voz del instinto que nos insinúa los primeros remedios de la enfermedad (23).

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