Capítulo 66
INSTINTO Y RAZÓN
Por lo tanto, en el caso de que tratamos está más en lo cierto el sentido íntimo del salvaje creyente en la inmortalidad, que el poderoso raciocinio del científico escéptico. Porque la intuición es universal dádiva del divino Espíritu y la razón deriva del lento desarrollo de nuestro cerebro físico. La intuición, que en su grado inferior e incipiente llamamos instinto, se oculta como chispa divina en el inconsciente centro nervioso del molusco, se manifiesta primariamente en las acciones reflejas del gran simpático, y se explaya en paridad con la dual evolución de la vida y la conciencia, hasta convertirse de automatismo en intuición. Pero aun en los animales cuyo instinto les mueve a la conservación del individuo y la propagación de la especie hay un algo inteligente que regula y preside los movimientos automáticos.
Lejos de estar en pugna esta teoría con la de la evolución, que tan eminentes defensores tiene hoy día, la simplifica y complementa, prescindiendo de si cada especie fue o no creada independientemente de las otras, porque la cuestión de materia y forma queda en lugar secundario cuando con preferencia se atiende al espíritu; y, por lo tanto, según vayan perfeccionándose las formas por evolución física, mejor instrumento de acción hallará en el sistema nervioso la mente directora, así como un pianista arranca de un magnífico piano armonías que no brotarían de una espineta. Por consiguiente, poco importa para el caso que el impulso instintivo quedara directamente infundido en el sistema nervioso del primer radiario o que, como opina más razonadamente Spencer, cada especie lo haya ido desarrollando poco a poco por sí misma. Lo importante es la evolución espiritual, sin la que no cabe concebir la física, pues ambas son igualmente indemostrables por experimentación y no es posible anteponer una a otra. De todos modos, hemos de volver a la antiquísima pregunta formulada en las Symposiacas de Plutarco sobre si fue primero el huevo o la gallina.
El método aristotélico ha cedido ya en toda la línea al platónico, y aunque los científicos no reconocen otra autoridad que la suya propia, la orientación mental de la humanidad se restituye al punto de partida de la filosofía antigua. Esta misma idea expresa acabadamente Osgood Mason en el siguiente pasaje:
Los dioses mayores y menores de las diversas sectas y cultos van perdiendo la veneración de las gentes, pero en cambio empieza a iluminar el mundo, como aurora de más serena y suave luz, el concepto, aunque todavía impreciso, de una consciente, creadora y omnipresente Alma de las almas, la Divinidad causal, no revelada por la forma ni por la palabra, pero que se infunde en toda alma viviente del vasto universo, según la capacidad receptiva de cada cual. El templo de esta divinidad es la naturaleza y su culto la admiración (12).
Coincide este concepto con el de los primitivos arios, que deificaban la naturaleza, y concuerda con las enseñanzas budistas, platónicas, teosóficas, cabalísticas y ocultistas, así como con el pensamiento dominante en el ya citado pasaje de Hipócrates.
Pero volvamos al asunto. El niño no tiene todavía uso de razón, que está latente en él, y sin embargo, es en instinto muy inferior a los irracionales, pues se quemará o ahogará abandonado a sí mismo en cercanía del fuego o del agua, mientras que el gato cachorro huirá instintivamente de ambos riesgos. El débil instinto del niño se desvanece a medida que la razón se afirma gradualmente. Tal vez se objete contra la espiritualidad del instinto, diciendo que es más vigoroso en los animales porque no tienen alma; pero este argumento carece de valor lógico, pues no conocemos por experiencia la naturaleza íntima del animal que no posee, como el hombre, el don de la palabra ni puede actualizar sus potencias psicológicas.