Capítulo 154
EL GÉNESIS Y LA KÁBALA
Aunque el estilo del Génesis no denote procedencia brahmánica, hay poderosas razones en pro de que sus alegorías derivan de las tradiciones acadianas, cuyo nombre tiene por raíz ak-ad, con morfología idéntica a la de Ad-am, Ha-va y Ed-en (17).
Pero si los tres primeros capítulos del Génesis no son sino desfigurados remedos de otras cosmogonías, el capítulo IV desde el versículo 16, y todo el capítulo V, refieren hechos rigurosamente históricos, aunque mal interpretados, y recogidos palabra por palabra del Libro de los Número de la Kábala oriental. Enoch, el patriarca de la masonería, da comienzo a la genealogía de las familias turania, aria y semítica, si así pueden llamarse, en que cada mujer personifica un país o una ciudad, y cada patriarca una raza o subraza. Las mujeres de Lamech dan la clave del enigma que los verdaderos eruditos pudieran desentrañar aun sin auxilio de la ciencia esotérica, pues cada palabra tiene un sentido propio sin que entrañe revelación alguna (18), sino que todo el texto es una compilación de hechos históricos, aunque la historia no se decida a darles la importancia que merecen.
En el Euxino, Cachemira y allende estas comarcas, hemos de buscar la cuna de la humanidad y de los hijos de Ad-ah, dejando el Ed-en de las riberas del Éufrates al colegio de los sabios astrólogos y magos aleímes (19). No es, pues, maravilla que Swedenborg, el vidente del Norte, aconsejara buscar la palabra perdida entre los hierofantes de Tartaria, China y Tíbet, porque únicamente allí se conserva en la actualidad, aunque la hallemos inscrita en los monumentos de las primitivas dinastías egipcias. Un mismo fundamento tienen los Vedas con su grandiosa poesía; los Libros de Hermes; el caldeo Libro de los Números; el Código de los Nazarenos; la Kábala de los tanaímes; el Sepher Jezira; el Libro de la Sabiduría de Salomón; el tratado secreto sobre Muhta y Badha (20) (atribuido por la cábala budista a Kapila, fundador del sistema filosofía sankhya); los Brahmanas (21) y el Stan-gyur de los tibetanos (22). Todos estos libros enseñan, bajo diversidad de alegorías, la misma doctrina secreta, que cuando acabe de pasar por el tamiz del estudio, aparecerá como el último término de la verdadera filosofía. Entonces se nos revelará la PALABRA PERDIDA.
No cabe esperar que los eruditos hallen en estas obras nada interesante, a no ser lo que directamente se relacione con la filología y mitología comparadas, pues aun el mismo Max Müller sólo ve “absurdos teológicos” y “desatinos quiméricos” en cuanto se refiere al misticismo y metafísica de la literatura sánscrita. Al hablar de los Brahmanas, cuyos misterios le parecen absurdos, dice Max Müller:
La mayor parte de estos libros son pura charlatanería, y lo que es peor, charlatanería teológica. Nadie que de antemano conozca el lugar que los Brahmanas ocupan en la historia del pensamiento indo, puede leer más de diez páginas sin aburrirse (23).
No nos sorpende la severa crítica de este erudito orientalista, porque sin la clave de esa charlatanería teológica, ¿cómo juzgar de lo esotérico por lo exotérico?
Hallaremos respuesta a esta pregunta en otra de las interesantísimas conferencias del erudito alemán, que dice así:
Ni los judíos ni los romanos ni los brahmanes intentaron jamás propagar sus creencias religiosas entre los pueblos vecinos, pues para ellos era la religión algo inherente y privativo de la nacionalidad, que debía resguardarse de toda influencia extraña, y así mantenían en el mayor secreto los sacratísimos nombres de los dioses y las plegarias con que impetraban el favor divino. Ninguna religión era tan exclusivista como la brahmánica (24).