Capítulo 144
ORIGEN DE LOS JUDÍOS
Verdaderamente parecerá “incontrovertible” si por inversión de términos admitimos que de ese “remoto Oriente” brotó la luz que iluminó a los israelitas después de pasar por Caldea y Egipto. Lo importante es averiguar primero quiénes fueron los israelitas. Muchos historiadores, apoyados en sólidas razones, los asimilan a los fenicios; pero está fuera de duda que estos eran de raza etíope, pues aun hoy la raza del Punjab está mezclada con etíopes asiáticos. Herodoto coloca en el golfo Pérsico la cuna de los hebreos, vecinos por el sur de los hymaritas (árabes), y más lejos moraban los caldeos y susinianos, expertos en el arte de la construcción. Esto parece demostrar su filiación etíope. Megastenes dice que los israelitas eran una secta inda llamada de los kalani, cuya teología se asemejaba a la induista. Otros autores suponen que los judíos (140) eran los yadus del Afghanistán o India antigua (141). Eusebio dice que “los etíopes vinieron del río Indo a establecerse cerca de Egipto”. Nuevas investigaciones podrían demostrar que los indos tamiles, a quienes los misioneros acusan de adorar al diablo (Kutti-Sattan), se limitan a rendir culto al Seth o Satán de los hetheos de la Biblia.
Pero si en los albores de la historia fueron los judíos fenicios, a estos se les puede seguir la huella hasta llegar a las antiguas naciones de lengua sánscrita. Cartago era una ciudad fenicia como lo indica su nombre, pues a Tiro se le llamaba también Kartha (142). Su dios tutelar era Melkarta (Baal o Mel) (143).
Por otra parte, todas las razas ciclópeas fueron fenicias. En la Odisea los kuklopes (cíclopes) fueron pastores del Líbano, de quienes dice Herodoto que supieron abrir minas y levantar edificios. Según Hesíodo, forjaban los rayos de Júpiter, y la Biblia les llama zamzumimes, de Anakim o país de los gigantes.
De lo dicho se echa de ver fácilmente que si los constructores de Ellora, Copán, Nagkon-Wat y de los monumentos egipcios no fueron de una misma raza, profesaron al menos la misma religión o sea la que de muy antiguo se enseñó en los Misterios. Aparte de esto, notamos que las figuras de Angkor son arcaicas y nada tienen que ver con las imágenes e ídolos de Buda, cuya fecha es indudablemente más moderna. Sobre el asunto dice Bastian:
Sube de punto el interés de esta parte del monumento al considerar que el artífice representó tipos de diferentes naciones con sus rasgos característicos, desde el salvaje pnom de achatada nariz con atavío de borlas y el lao de pelo ralo hasta el rajput de aguileña nariz armado de escudo y espada y el negro de largas barbas, en acabado conjunto de nacionalidades por el estilo del de la columna de Trajano, con la peculiar conformación física de cada raza, predominando los rasgos de la helénica en las facciones y perfiles de las figuras y en las elegantes actitudes de los jinetes, como si Jenócrates, después de terminada su labor en Bombay, hubiese hecho una excursión a Oriente.
Pero si admitimos que las tribus de Israel tuvieron parte en la construcción del Nagkon-Wat, no hemos de tomar por tales las que cruzaron al desierto en demanda de la tierra de Canaán, sino a sus primitivos antepasados que nada supieron de la revelación mosaica. Pero ¿dónde está la prueba documental de que las tribus de Israel hayan tenido personalidad histórica antes de la compilación del Antiguo Testamento por Esdras?
Algunos arqueólogos, y no les falta razón para ello, tienen por míticas a las doce tribus de Israel, pues los levitas eran casta y no tribu. Queda también pendiente de resolución el problema de si los hebreos habitaron en Palestina antes de Ciro. Todos los hijos de Jacob se casaron con cananeas excepto José, que tomó por esposa a la hija de un sacerdote egipcio; y con arreglo a esta costumbre, estuvo consentido entre los hebreos el matrimonio con extranjeras (144).
La influencia asiria alteró en sentido semita el idioma de Palestina, porque los fenicios habían ya perdido la independencia en tiempo de Hiram y trocado su idioma camítico por el semítico.
Asiria es el país de Nemrod (145), equivalente a Baco, con su manchada piel de leopardo que, como accesorio ritualístico, se empleaba en los Misterios (146).
Los kabires eran ambién dioses asirios, en número indeterminado, conocidos por el vulgo con los nombres de Júpiter, Baco, Aquioquerso, Asquieros, Aquioquersa y Cadmilo; pero en el “lenguaje sagrado” tenían otros nombres tan sólo conocidos de los sacerdotes. ¿Cómo explicar, entonces, que en Nagkon-Wat aparezcan en las mismas actitudes con que se les representaba en los Misterios de Samotracia, y que en Siam, Tíbet e India se les denomine, salvo ligeras modificaciones de pronunciación, tal como se les llamaba en lengua sagrada (147)?