Capítulo 150
LA LITERATURA ÍNDICA
Por esta misma razón, nos maravilla el engreimiento de los eruditos, que en cuanto aprenden de boca de un sratriya (25) la significación de unos cuantos ritos esotéricos, ya se forjan la ilusión de interpretar todos los símbolos y de escudriñar las religiones de la India. Y is, como el mismo Müller reconoce, no sólo los brahmanes dos veces nacidos, sino ni siquiera la ínfima casta de los sudras, podía admitir en su seno a un extraño, mucho menos posible sería que revelaran los sagrados misterios de su religión, cuyo secreto tan celosamente preservaron de profanos oídos durante siglos sin cuento.
No; los eruditos no comprenden, o mejor dicho, no pueden comprender debidamente la literatura índica, pues para ello tropiezan con la misma dificultad que los escépticos para compartir los sentimientos de un iluminado o de un místico entregado de por vida a la contemplación. Tienen los eruditos perfecto derecho de embelesarse con el suave arrullo de la propia admiración y ufanarse de su saber, pero no de engañar a las gentes diciendo que han descifrado el enigma de las literaturas antiguas, y que, tras su externa “charlatanería”, nada hay que no conozcan los filósofos modernos, ni que el sentido literal de las voces y frases sánscritas encubran profundos pensamientos, obscuros para el profano e inteligibles para los descendientes de aquellos que lo velaron en los primitivos días del mundo.
No es maravilla que los escépticos y aun los mismos cristianos repugnen el licencioso lenguaje de las obras brahmánicas y sus derivantes: la Kábala, el Codex de Bardesanes y las Escrituras hebreas, que el lector profano juzga reñidas con el “sentido común”. Pero si por ello no cabe vituperarles, pues, como dice Fichte, “indicio es de sabiduría no satisfacerse con pruebas incompletas”, debieran tener en cambio la sinceridad de confesar su ignorancia en cuestiones que ofrecen dos aspectos y en cuya resolución tan fácilmente puede errar el erudito como el ignorante.
En su obra: Desarrollo intelectual de Europa, llama Draper “edad de fe” al tiempo transcurrido desde Sócrates, precursor de Platón, hasta Carneades; y “edad decrépita”, al tiempo que media entre Filo Judeo y la disolución de las escuelas neoplatónicas por Justiniano. Pero esto demuestra, precisamente, que Draper conoce tan poco la verdadera tendencia de la filosofía griega, como el verdadero carácter de Giordano Bruno. Así es que cuando Müller declara por su propia autoridad que la mayor parte de los Brahmanas son pura “charlatanería teológica”, suponemos con profunda pena que el erudito orientalista debe de estar mejor enterado del valor gramatical de los verbos y nombres sánscritos que del pensamiento indo, y deploramos que un erudito tan bien dispuesto siempre a hacer justicia a las religiones y sabios de la antigüedad, estimule en esta ocasión la hostilidad de los teólogos cristianos. Sin el significado esotérico de los textos, tendría razón Jacquemont (26) al preguntar con aire de duda para qué sirve el sánscrito, porque si hemos de poner un cadáver en vez de otro, tanto da disecar la letra muerta de la Biblia hebrea como la de los Vedas indos. Quien no esté intuitivamente vivificado por el espíritu de la antigüedad, nada descubrirá más allá del “charlatanismo exotérico”.
Al leer por vez primera que “en la cavidad craneal del Macroprosopos (la Gran Faz) se oculta la SABIDURÍA aérea que en parte alguna está abierta ni descubiera”, o bien que “la nariz del Anciano de los Días es vida en todas partes”, nos sentimos inclinados a diputar estas frases por incoherentes extravagancias de un orate. Y al leer en el Codex Nazar oeus que “Ella (el Espíritu) incitó a su frenético y mentecato hijo Karabtanos a cometer un pecado contra naturaleza con su propia madre”, cerraríamos disgustados el libro. Pero ¿no hay en ello más que fruslerías sin sentido expresadas en lenguaje burdo y aun obsceno? En apariencia, no cabe juzgarlo ni más ni menos que, como en apariencia también, se juzgan profanamente los símbolos sexuales de las religiones induísta y egipcia, la licenciosa expresión de la misma Biblia, llamada “santa”, o la alegoría de la serpiente tentadora de Eva. El inquieto y siempre insinuante espíritu, luego de “caído en la materia”, tienta a Eva o Hava (símbolo de la materia caótica “frenética y sin juicio”). De la propia suerte, Karabtanos (materia) es el hijo de Sophia-Achamoth (el Spiritus, según los nazarenos), que a su vez es hija del espíritu puro y mental, o aliento divino. Cuando la ciencia descubra plenamente el origen de la materia y demuestre que tanto los ocultistas y filósofos antiguos como sus actuales sucesores se equivocan al considerar la materia correlativa del espíritu, entonces podrán los escépticos menospreciar la sabiduría antigua y acusar de obscenidad a las antiguas religiones.