Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 151

SÍMBOLO DE SIVA

Dice a este propósito la escritora Lidia María Child:

Desde tiempo inmemorial ha sido adorado en el Indostán el emblema de la creadora potencia originaria de la vida. Es el símbolo más frecuente de Siva (Bala o Mahâdeva), con cuyo culto está universalmente relacionado... Siva no es tan sólo entre los induistas el reproductor de la forma humana, sino que representa el principio fructificante y la potencia creadora que penetra el universo...

Hay pequeñas imágenes de este emblema talladas en marfil, oro o cristal, que se llevan colgantes del cuello a manera de adorno... El emblema maternal tiene asimismo carácter religioso, y los devotos de Vishnú se lo marcan en la frente en sentido horizontal... ¿Qué extraño es que miren con reverencia el profundo misterio de la generación? ¿Eran ellos los obscenos al hacerlo así, o lo somos nosotros por no hacerlo? Mucho camino hemos andado, y seguido senderos muy sucios desde que los antiguos anacoretas hablaron por primera vez de Dios y del alma en las solemnes profundidades de sus primitivos santuarios, no nos riamos de su manera de indagar la Causa infinita e incomprensible a través de los misterios de la Naturaleza, pues acaso proyectaríamos la sombra de nuestra rudeza sobre su patriarcal sencillez (27).

Muchos eruditos intentaron con buena voluntad hacer justicia a la antigua India. Colebrooke, William Jones, Barthelemy St.-Hilaire, Lassen, Weber, Strange, Burnouff, Hardy y Jacolliot han aportado su testimonio en pro de los adelantos de la India en jurisprudencia, ética, filosofía y religión. Nadie en el mundo aventajó todavía a los teólogos y metafísicos sánscritos en sus conceptos de Dios y el hombre. Jacolliot, que gracias a su larga residencia en la India y al estudio de la literatura del país, es testimonio de superior competencia, nos dice acerca del particular:

Al paso que admiro el profundo saber de muchos orientalistas y traductores, me quejo de ellos, porque como no han vivido en la India, no aciertan con la expresión exacta ni comprenden el simbólico sentido de los himnos, plegarias y ceremonias, por lo que frecuentemente caen en deplorables errores de traducción o de interpretación... la vida de varias generaciónes apenas bastaría para leer siquiera las obras que la antigua India nos legó sobre historia, ética, poesía, filosofía, religión y ciencias (28).

Sin embargo, Jacolliot sólo podía juzgar por los escasos fragmentos que en sus manos puso la complacencia de unos cuantos brahmanes con quienes contrajo estrecha amistad. Pero ¿le enseñaron todo lo que atesoraban? ¿Le explicaron todo cuanto deseaba saber? Lo dudamos, porque de otra suerte no hubiese juzgado sus ceremonias religiosas con la ligereza en que incurre algunas veces, sin otro apoyo que lo que eventualmente pudo ver. Sin embargo, es Jacolliot el viajero más justo e imparcial en sus apreciaciones sobre India. La severidad que muestra respecto a la actual degradación del país, sube de punto cuando la descarga contra la casta sacerdotal que la determinó durante estos últimos siglos; pero sus apóstrofes están en relación con la intensidad en estimar las pasadas grandezas. Señala Jacolliot las fuentes de que manaron las antiguas creencias reveladas, incluso los Libros de Moisés, y considera la India como cuna de la humanidad, madre de las demás naciones y semillero de las artes y las ciencias, ya envueltas de mucho antes en las cimerianas tinieblas de las edades arcaicas. Sigue diciendo Jacolliot:

Estudiar la India es inquirir los orígenes de la humanidad... La sociedad moderna tropieza a cada paso con la antigua. Nuestros poetas imitan a Homero, Virgilio, Sófocles, Eurípides, Plauto y Terencio; nuestros filósofos se inspiran en Sócrates, Pitáoras, Platón y Aristóteles; nuestros historiadores toman por modelo a Tito Livio, Salustio y Tácito; nuestros oradores remedan a Demóstenes y Cicerón; nuestros médicos estudian a Hipócrates, y nuestros jurisperitos transcriben a Justiniano. Pero también la antigüedad tuvo a su vez otra anterior que le sirvió de dechado. ¿Hay algo más lógico y sencillo? ¿No se suceden los pueblos unos a otros? ¿Acaso la sabiduría penosamente adquirida por una nación ha de quedar recluida en su propio territorio y morir con la generación que la engendrara? ¿No cabe afirmar sin absurdo que la esplendente, culta y populosa India de hace seis mil años estampó en Egipto, Persia, India, grecia y Roma tan indeleble sello y tan profundas huellas como en Occidente estamparon estas otras naciones? Hora es ya de desechar el prejuicio que nos representa a los antiguos como si espontáneamente hubiesen nacido en su entendimiento las más sublimes ideas filosóficas, religiosas y morales, o como si a la intuición de unos cuantos sabios se debiera todo en los dominios de la ciencia, del arte y de la literatura, y a la revelación se debiese remitir todo cuanto aparece en el orden religioso (29).

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