Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 99

MEDIACIÓN Y MEDIUMNIDAD

Estos hombres divinos ¿eran médiums como pretenden los espiritistas de escuela? No por cierto, si se entiende por médium la persona cuyo organismo morbosamente receptivo facilita el desarrollo de condiciones subordinadas a la influencia de los espíritus elementarios y elementales.

En cambio era médiums si entendemos por tales a cuantos cuya magnética aura sirve de medio actuante a las entidades espirituales de las esferas superiores. En este sentido toda persona humana puede ser médium (47).

La verdadera mediumnidad se educe en unos individuos espontáneamente, en otros necesita influencias extrañas que la eduzcan y en la mayoría de los casos queda en estado potencial. El aura del individuo está en función recíproca de sus facultades mediumnímicas. Todo depende del carácter moral del médium. El aura puede ser densa, turbia y mefítica de modo que repela a las entidades superiores para atraer únicamente a las de ínfima condición que allí se gocen como el cerdo entre inmundicias; o por el contrario puede ser sutil, diáfana, pura y reverberante como el rocío de la mañana. Estos celestiales nimbos circuían a hombres tales como Apolonio, Jámblico, Plotino y Porfirio cuyas almas, en perfecta identidad con sus espíritus por efecto de la santidad de vida, atraían las influencias benéficas e irradiaban efluvios de bondad que repelían las malignas. No sólo se asfixian las entidades inferiores en el aura de un taumaturgo, sino en las de cuantos reciben la influencia de él, sea por cercanía eventual o por voluntad deliberada. Esto es mediación y no mediumnidad. Un hombre tal no es médium sino medianero y templo del Dios vivo; pero si la pasión o los malos pensamientos y deseos profanan el templo, se convierte el medianero en nigromántico, porque se etiran entonces las entidades puras y acuden las malignas. Sin embargo, también en este caso hay mediación y no mediumnidad, pues tanto el mago negro como el mago blanco determinan conscientemente su aura y por su propio albedrío atraen a las entidades afines.

La mediumnidad, por el contrario, es inconsciente, es inconsciente, pues el aura del médium puede modificarse por circunstancias independientes de su voluntad, de modo que provoque, favorezca o determine manifestaciones psíquico-físicas de carácter ya benéfico, ya maligno. La mediación y la mediumnidad son tan antiguas como el hombre. La segunda es sinónima de obsesión y posesión, pues el cuerpo del médium se somete al dominio de entidades distintas del Ego inmortal. Así lo demuestran los mismo médiums, que se enorgullecen de ser fieles esclavos de sus guías y rechazan indignados la idea de normalizar las manifestaciones. Esta mediumnidad está simbolizada en el mito de Eva, que cede a la sugestión de la serpiente; en el de Pandora, que abre la caja misteriosa y derrama los males sobre el mundo; en el bíblico episodio de la Magdalena, que después de haber estado poseída de siete espíritus malignos, se redime al triunfar de ellos por mediación de un adepto. La mediumnidad, bénefica o maléfica, es siempre pasiva, y felices, por lo tanto, los puros de corazón que gracias a su natural bondad repelen espontáneamente los espíritus malignos. La mediumnidad, tal como se practica en nuestros días, es un don menos apetecible que la túnica de Neso.

Por el fruto se conoce el árbol. En todo tiempo hubo pasivos médiums y activos medianeros. Los hechiceros, las brujas, los prestidigitadores y encantadores de serpientes, los adivinos y cuantos están poseídos de espíritu familiar hacen de sus facultades mercadería vendible, como, por ejemplo, la famosa pitonisa de Endor que, según la describe Enrique More, recibía estipendio de los consultantes (48).

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