Capítulo 91
LA MUERTE REAL
La fisiología considera el cuerpo humano como un conjunto de moléculas temporalmente agregadas por la misteriosa fuerza vital. Para el materialista no hay entre un cuerpo vivo y otro muerto más diferencia que en el primer caso la fuerza vital es activa y en el segundo queda latente y las moléculas obedecen entonces a una fuerza mayor que las disgrega. Este fenómeno de disgregación es la muerte, si tal puede llamarse la continuación de la vida en las disgregadas moléculas, pues si la muerte es la paralización de la máquina funcional del organismo corpóreo, la muerte real no sobrevendrá hasta que la máquina se destruya y se descompongan sus partes, ya que mientras los órganos estén íntegros, la centrípeta fuerza vital prevalecerá contra la centrífuga fuerza de disgregación. Dice a este propósito Eliphas Levi:
El cambio supone movimiento y el movimiento es vida. El cuerpo no se descompondría si no hubiese vida en él. Las moléculas que lo constituyen están vivas y tienden a disgregarse. Por lo tanto, no es posible que el pensamiento, el amor, el espíritu se aniquilen cuando periste la vida en la más grosera modalidad de la materia (35).
Dicen los cabalistas que un muerto no lo está del todo en el momento del entierro, pues nada hay de transición violenta en la naturaleza y así no puede ser repentina la muerte, sino gradual; porque del mismo modo que necesita preparación el nacimiento, ha de requerir cierto período la muerte, que, según dice Eliphas Levi, “no puede ser término definitivo como tampoco el nacimiento es principio originario. El nacimiento demuestra la preexistencia del ser, como la muerte es prueba de inmortalidad” los cristianos no vulgares creen por una parte en la resurrección de la hija de Jairo, sin temer por ello la nota de supersticiosos, y en cambio califican de imposturas las resurrecciones de una mujer por Empédocles y de una doncella corintia por Apolonio de Tyana, según refieren respectivamente Diógenes Laercio y Filostrato, como si los taumaturgos paganos hubiesen de ser forzosamente impostores. Al menos los científicos escépticos son más lógicos, pues lo mismo los taumaturgos cristianos que los gentiles son para ellos o mentecatos o charlatanes.
Pero tanto fanáticos como escépticos debieran reflexionar en las circunstancias de los casos referidos y advertir que en el de la hija de Jairo dice Jesús que no está muerta sino dormida; y en el de la doncella corintia escribe Filostrato que “parecía muerta y como había llovido copiosamente al conducir el cuerpo a la pira, pudo muy bien el refrigerio devolverle en sentido” (36). Este pasaje demuestra claramente que Filostrato no consideró milagrosa aquella resurrección, sino como efecto de la sabiduría de Apolonio, quien, lo mismo que Asclepiades, era capaz de distinguir a primera vista la muerte real de la aparente (37).