Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 63

BASES FISIOLÓGICAS DE LA VIDA

La materia ha eliminado al espíritu, pues no hay tal espíritu y el pensamiento es una propiedad de la materia. Las formas perecen y otras les suceden. Toda vida tiene un mismo protoplasma y la diferencia de los organismos proviene de la variable acción química de la materia viva”. Nada deja que desear esta teoría de Huxley en cuanto alcanzan las reacciones químicas y las observaciones microscópicas, por lo que se comprende la profunda emoción que despertó en el mundo científico; pero tiene el defecto de que no se echa de ver ni el comienzo ni el término de su ilación lógica. Se ha servido Huxley de la mejor manera posible de los materiales de que disponía; y dando por supuesto que el universo está henchido de moléculas dotadas de energía y latente en ellas el principio vital, resulta muy fácil deducir que su inherente energía las impele a cohesionarse para formar los mundos y los organismos vivientes. ¿Pero de dónde proviene la energía que mueve estas moléculas y les infunde el misterioso principio de vida? ¿Por qué secreta fuerza se diferencia el protoplasma para formar el organismo del hombre, del cuadrúpedo, del ave, del reptil, del pez o de la planta, de modo que cada cual engendra a su semejante y no a su diverso? Y cuando el organismo, sea hongo o roble, gusano u hombre, devuelve al receptáculo común sus elementos constitutivos ¿a dónde va la vida que animó aquella forma? ¿Es la ley de evolución tan restrictiva que en cuanto las moléculas cósmicas llegan al punto de formar el cerebro humano ya no pueden constituir entidades más perfectas? No creemos que Huxley demuestre la imposibilidad de que después de la muerte pase el hombre a un estado de existencia en que vea a su alrededor otras formas animales y vegetales resultantes de nuevas combinaciones de la entonces sublimada materia (4). Confiesa que nada sabe acerca de la gravitación, sino que puesto las piedras faltas de apoyo caen al suelo, no habrá piedra alguna que deje de caer en igualdad de circunstancias. Pero esto es para Huxley una posibilidad, no una necesidad, y a este efecto dice: “Rechazo toda intrusión, porque conozco los hechos y conozco la ley. Por lo tanto, esta necesidad es una vana sombra del impulso de mi propia mente”.

Sin embargo, todo cuanto sucede en la naturaleza obedece a la ley de necesidad, y toda ley, desde el momento en que actúa, continuará actuando indefinidamente hasta que la neutralice otra ley opuesta de potencia equivalente. Así, es natural que la piedra caiga al suelo atraída por una fuerza y también es natural que no caiga, o que luego de caer se eleve, en obediencia a otra fuerza igualmente poderosa, aunque no la conozca Huxley. Es natural que una silla no se mueva del sitio donde esté, y también es natural que, según testimonio de centenares de personas fidedignas, se levante en el aire sin que visiblemente nadie la toque. Huxley debiera, en primer término, cerciorarse de la realidad de este fenómeno, para luego dar nuevo nombre científico a la fuerza que lo produce. Dice Huxley que conoce los hechos y conoce la ley; pero ¿de qué medios se ha valido para llegar a este conocimiento? Sin duda alguna de sus propios sentidos que, como celosos servidores, le permitieron descubrir suficientes verdades para trazar un sistema que, según él mismo confiesa, “parece como si chocara con el sentido común”. Si su testimonio, que al fin y al cabo queda en hipótesis, ha de servir de fundamento a la renovación de las creencias religiosas, igual respeto merece el testimonio de millones de personas respecto a la autenticidad de fenómenos que minan por su base esas mismas creencias. A huxley no le interesan estos fenómenos, pero sí a los millones de personas que han reconocido el carácter de letra de sus íntimos, trazado por manos espirituales, y han visto la espectral aparición de sus difuntos amigos y parientes, mientras Huxley digería el protoplasma para cobrar fuerzas con que remontarse a mayores alturas metafísicas, sin advertir que los desdeñados fenómenos desmentían su hipótesis predilecta.

La ciencia no tendr´ça derecho a dogmatizar mientras declare que sus dominios están limitados por las transformaciones de la materia, que al pasar del estado sólido al aeriforme pasa de la condición visible a la invisible, sin que se pierda ni un solo átomo. Entretanto, es la ciencia incompetente para afirmar y para negar, y debe ceder el campo a quienes tengan más intuición que sus representantes. Huxley inscribe en el panteón del nihilismo, con capitales caracteres, el nombre de David Hume, a quien agradece el gran servicio que prestó a la humanidad al fijar los límites de la investigación filosófica, fuera de los cuales están las básicas doctrinas “del espiritismo y otros ismos”. Lo cierto es que Hume pronosticó (5) que los “científicos y los eruditos se opondrían perpetuamente a toda falacia supersticiosa”, con lo que significaba la creencia en fenómenos desconocidos a que arbitrariamente llamaba milagros. Pero, como muy acertadamente observa Wallace, no se pone Hume en razón al afirmar que “el milagro es una transgresión de las leyes de la naturaleza”; pues equivale esto, por una parte, a suponer que las conocemos todas, y por otra, a considerar como milagroso todo fenómeno extraordinario. Según Wallace, es milagro el hecho que requiere necesariamente la intervención de inteligentes entidades sobrehumanas. Ahora bien, dice Hume que una experiencia continuada equivale a una prueba y Huxley añade, en su famoso ensayo sobre este punto, que todo cuanto podemos saber acerca de la ley de la gravedad es que puesto que la experiencia enseña que los cuerpos abandonados a sí mismos caen al suelo sin excepción alguna, no hay razón para dudar de que siempre ha de ocurrir lo mismo en idénticas circunstancias.

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