Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 21

EL LIBRO DE LA VIDA

Los antiguos sólo contaban cuatro elementos, pero consideraron el éter como el medio transmisor entre el mundo visible y el invisible y creyeron que su esencia estaba sutilizada por la presencia divina. Decían, además, que cuando las inteligencias directoras se apartaban del reino que respectivamente les correspondía gobernar, quedaba aquella porción de espacio en poder del mal. El adepto que se disponga a entrar en comunicación con los invisibles ha de conocer perfectamente el ritual y estar muy bien enterado de las condiciones requeridas por el equilibrio de los cuatro elementos de la luz astral. Ante todo ha de purificar la esencia y equilibrar los elementos en el círculo de omunicación, de modo que no puedan entrar allí los elementarios. Pero ¡ay del curioso impertinente que sin los debidos conocimientos ponga los pies en terreno vedado! El peligro le cercará en todo instante por haber evocado poderes que no es capaz de dominar y por haber despertado a centinelas que únicamente dejan pasar a sus superiores. A este propósito dice un famoso rosacruz: “Desde el momento en que resuelvas convertirte en cooperador del Dios vivo, cuida de no entorpecer su obra, porque si tu calor excede de la proporción natural, excitarás la cólera de las naturalezas húmedas (7), que se rebelarán contra el fuego central y éste contra ellas, de lo que provendría una terrible escisión en el caos (8). Tu mano temeraria perturbará la armonía y concordia de los elementos y las corrientes de fuerza quedarán infestadas de innumerables criaturas de materia e instinto (9). Los gnomos, salamandras, sílfides y ondinas te asaltarán, ¡oh imprudente experimentador!, y como son incapaces de inventar cosa alguna, escudriñarán las más íntimas reconditeces de tu memoria (58) para refrescar ideas, formas, imágenes, reminiscencias y frases olvidadas de mucho tiempo, pero que se mantienen indelebles en las páginas astrales del indestructible LIBRO DE LA VIDA”.

Todos los seres organizados, así del mundo visible como del invisible, existen en el elemento más apropiado a su naturaleza. El pez vive y respira en el agua; el vegetal aspira ácido carbónico que asfixia al animal. Unas aves se remontan hasta las más enrarecidas capas atmosféricas y otras no alzan su vuelo más allá de las densas. Ciertos seres necesitan la plena luz del sol y otros prefieren las penumbras crepusculares o las nocturnas sombras. De este modo, la sabia ordenación de la naturaleza adapta las formas vivientes a cada una de sus diversas condiciones y por analogía podemos inferir, no sólo que no hay en el universo punto alguno inhabitado y que cada ser viviente crece y vive en condiciones apropiadas a la índole y necesidades de su especialidad orgánica, sino además que también el universo invisible está poblado de seres adaptados a peculiares condiciones de existencia, pues desde el momento en que existen seres suprafísicos, forzoso es reconocer en ellos diversidad análoga a la que echamos de ver en los seres físicos y más distintamente entre los hombres encarnados, cuyas personalidades subsisten diferenciadas al desencarnar.

Suponer que todos los seres suprafísicos son iguales entre sí y actúan en un mismo ambiente y obedecen a las mismas atracciones magnéticas, fuera tan absurdo como pensar que todos los planetas tienen la misma topografía o que todos los animales pueden vivir anfibiamente y que a todos los hombres les conviene el mismo régimen dietético.

Muchísimo más razonable es creer que las entidades impuras moran en las capas inferiores de la atmósfera etérea cercanas a la tierra, mientras que las puras están a lejanísima distancia de nosotros. Así es que, a menos de contradecir lo que en ocultismo pudiéramos llamar psicomática, tan despropósito fuera suponer que todas las entidades extraterrenas están en las mismas condiciones de existencia, como que dos líquidos de diferente densidad indicaran el mismo grado en el hidrómetro de Baumé.

Dice Görres que durante su permanencia entre los indígenas de la costa de Malbar, les preguntó si se les aparecían fantasmas, a lo que ellos respondieron: “Sí se nos aparecen; pero sabemos que son espíritus malignos, pues los buenos sólo pueden aparecerse rarísimas veces. Los que se nos aparecen son espíritus de suicidas, asesinados y demás víctimas de muerte violenta, que constantemente revolotean a nuestro alrededor y aprovechan las sombras de la noche para aparecerse, embaucar a los tontos y tentar de mil maneras a todos” (11).

Porfirio relata algunos hechos repugnantes de autenticidad corroborada experimentalmente por los estudiantes de ocultismo. Dice así: “El alma (12) se apega después de la muerte al cuerpo en proporción a la mayor o menor violencia con que se separó de éste, y así vemos que muchas almas vagan desesperadamente en torno del cadáver y a veces buscan ansiosas los putrefactos restos de otros cadáveres y se recrean en la sangre recientemente vertida que parece infundirles por un momento vida material” (13).

Por su parte dice Jámblico: “Los dioses y los ángeles se nos aparecen en paz y armonía. Los demonios malignos lo revuelven todo sin orden ni concierto. En cuanto a las almas ordinarias se nos aparecen muy raramente” (14).

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