Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 136

LAS ORILLAS DEL ATLÁNTICO

Tienen estos sabios archivos secretos en que conservan el fruto de los trabajos de una larga serie de eremitas sus antecesores, los sabios indos, asirios, caldeos y egipcios, cuyas leyendas y tradiciones comentaron los maestros de Solón, Pitágoras y Platón en los marmóreos patios de Heliópolis y Sais, aunque ya en aquel tiempo brillaban muy débilmente a través del nebuloso velo del pasado. Todo esto y mucho más conservan indestructibles pergaminos que con cuidadoso celo pasan de adepto en adepto. Estos sabios creen que la Atlántida no es fabulosa, sino que un tiempo hubo vastas islas y continentes donde ahora se dilata el Océano Atlántico. Si el arqueólogo pudiese escudriñar aquellos sumergidos templos, encontraría en sus bibliotecas documentos bastantes para llenar las páginas en blanco del libro a que llamamos historia. Dicen estos sabios que en época muy remota podía atravesar el viajero a pie firme lo que hoy es Océano Atlántico, con sólo cruzar en bote los angostos estrechos que separaban unas islas de otras.

Nuestras presunciones respecto del trato entre las razas de ambas orillas del Atlántico, se robustecen al leer los prodigios realizados por el mago mexicano Quetzocohualt, cuya varita debió tener mucha analogía con la varita de zafiro de Moisés, que floreció en el jardín de su suegro Raguel-Jethro y sobre la cual estaba grabado el inefable nombre.

También ofrecen algunos puntos de semejanza con las enseñanzas esotéricas de la filosofía hermética, los “cuatro hombres” o “cuatro hijos de Dios” según la teogonía egipcia, a quienes se atribuye la procreación de la raza humana, pues “no fueron engendrados por los dioses ni nacieron de mujer”, sino que “su creación fue una maravilla del Creador”, porque fueron creados después de tres fracasadas tentativas en la formación del hombre (124). La semejanza de este mito con la narración del Génesis no escapa ni al observador más superficial. Estos cuatro progenitores “podían razonar y hablar, su vista era ilimitada y sabían todas las cosas a un tiempo... Pero cuando hubieron dado gracias al Creador por haberles traído a la existencia, se atemorizaron los dioses y pusieron una nube en los ojos de los hombres para que sólo pudiesen ver hasta cierta distancia y no fueran semejantes a ellos... Mientras estaban dormidos, Dios les dio esposas” (125).

Este pasaje es notoriamente análogo al del Génesis que dice: “He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros y a conocer el bien y el mal; y ahora para que no alargue su mano y tome también del árbol de la vida, etc.”.

Lejos de nosotros la intención de sugerir irrespetuosamente idea alguna a quienes por lo bastante sabios no las necesitan; pero conviene advertir que los tratados auténticos sobre la magia caldea y egipcia no están en las bibliotecas públicas ni se venden en las almonedas, aunque muchos estudiantes de filosofía hermética los han visto. ¿No sería importantísimo para los arqueólogos conocer siquiera superficialmente su contenido? Añade Max Müller:

Los cuatro progenitores de la raza tuvieron, al parecer, larga vida y, en vez de morir, desaparecieron misteriosamente, dejando a sus hijos la majestad oculta que nunca pueden abrir manos humanas. No sabemos qué era esta majestad.

Necesario sería negar toda otra prueba sobre ello si no descubriéramos relación alguna entre esta majestad oculta y la oculta gloria que, según la cábala caldea, dejó Enoch tras sí cuando fue arrebatado también misteriosamente. Pero ¿en sentido esotérico no simbolizarían estos “cuatro progenitores de la raza quiché los cuatro sucesivos progenitores de hombres que menciona el Génesis (126)?

Teniendo en cuenta que entre los mexicanos hubo magos desde los tiempos más remotos; que también los hubo en todas las regiones del mundo antiguo; que se advierte extraordinaria analogía, no sólo entre las formas del culto eterno, sino en la misma terminología mágica; y, por último, que han fracasado en la investigación todos los indicios basados en las inducciones científicas (tal vez por haber caído en el insondable abismo de las coincidencias), ¿por qué no recurrir a eminentes autoridades en magia por ver si bajo esta costra de insensata fantasía hay un fondo de verdad? No quisiéramos que se nos interpretara mal en este punto. No remitimos a los científicos a la cábala y obras herméticas, sino a los tratadistas de magia para encontrar materiales aprovechables en los estudios históricos y científicos. No deseamos incurrir en los iracundos anatemas de la Academia por una indiscreción como la del inacuto Des Mousseaux, cuando presenteó su demonológica Memoria con intento de que los académicos investigaran la existencia del diablo.

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