Capítulo 105
EL SAGRADO TETRAGRAMA
“Dios es el gran geómetra” decía Platón (109). Dos mil años más tarde ha dicho Oersted que “las leyes de la naturaleza son los pensamientos de Dios”. Y el solitario estudiante de filosofía hermética sigue repitiendo: “Sus pensamientos son inmutables y, por lo tanto, hemos de buscar la verdad en la perfecta armonía y equilibrio de todas las cosas”. Partiendo de la indivisible Unidad, advierte el estudiante hermético que de ella emanan dos fuerzas contrarias que por medio de la primera actúan equilibradamente de modo que las tres se resumen en una: la eterna Mónada pitagórica. El punto primordial es un círculo que se transforma en cuaternario o cuadrado perfecto, en uno de cuyos cardinales ángulos aparece una letra del mirífico nombre, el sagrado TETRAGRAMA. Son los cuatro Buddhas que llegan y se van; la Tetractys pitagórica absorbida por el único y eterno No-Ser.
Según tradición, el iniciado Isarim encontró en Hebrón sobre el cadáver de Hermes la llamada Tabla Esmeraldina, que comprendía en pocas máximas la substancia de la sabiduría hermética. Nada de nuevo ni de extraordinario dirán estas máximas a quienes las lea tan sólo con los ojos del cuerpo, pues empiezan por decir que no tratan de ficciones, sino de cosas ciertas y verdaderas. A continuación transcribimos algunas de dichas máximas:
Lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo para realizar las maravillas de una sola cosa. Así como todas las cosas han sido producidas por mediación de un solo ser, así también este ser produjo todas las cosas por adaptación.
Su padre es el sol; su madre, la luna.
Es causa de perfección en el universo mundo. Su poder es perfecto si se transmuta en tierra. Prudente y juiciosamente separa la tierra del fuego, lo sutil de lo grosero.
Sube sagazmente de la tierra al cielo y baja después del cielo a la tierra para unir el poder de las cosas superiores al de las inferiores. De este modo tendrás la luz del mundo entero y las tinieblas se alejarán de ti.
Esta cosa es más fuerte en la misma fortaleza, porque sobrepuja a las sutiles y penetra en las sólidas.
De ella fue formado el mundo.
Esta cosa a que misteriosamente aluden las máximas herméticas es el mágico agente del universo, la luz astral cuya correlación de fuerzas produce el alkahest, la piedra filosofal y el elixir de larga vida. Los filósofos herméticos daban a este mágico agente los nombres de: Azoth, Virgen Celeste, Magnes, Máximo y Anima Mundi. Las ciencias físicas lo conocen tan sólo por sus vibratorias modalidades de calor, luz, electricidad y magnetismo; pero como los científicos ignoran las propiedades espirituales y la oculta potencia que el éter entraña, niegan todo cuanto no comprenden. La ciencia explica al pormenor las cristalinas formas de los copos de nieve en variadísimos prismas exagonales de que nacen infinidad de tenuísimas agujas divergentes recíprocamente en ángulos de 60º; pero ¿es capaz la ciencia de explicar la causa de esa infinita variedad de formas delicadamente exquisitas (110) cada una de las cuales es de por sí una perfectísima figura geométrica? Estas níveas formas que parecen flores y estrellas cuajadas, tal vez son (sépalo la ciencia materialista) lluvia de mensajes que desde los mundos superiores dejan caer manos espirituales para que aquí abajo los lean los ojos del espíritu.
La cruz filosófica extiende opuestamente sus brazos en las respectivas direcciones horizontal y perpendicular; esto es: la anchura y altura divididas por el divino geómetra en el punto de intersección. Esta cruz es a un tiempo mágico y científico cuaternario que el ocultista toma por base cuando está inscrita en el cuadrado perfecto. En su mística área se halla la clave de todas las ciencias así naturales como metafísicas. Es símbolo de la existencia humana porque los puntos de la cruz inscrita en el círculo señalan el nacimiento, la vida, la muerte y la INMORTALIDAD. Todas las cosas de este mundo son una trinidad complementada por el cuaternario y todo elemento es divisible con arreglo a este principio. La fisiología podrá dividir al hombre ad infinitum, como las ciencias físicas han subdividido los cuatro elementos primordiales en varios otros, pero no jamás podrá alterar ninguno de ellos. eL nacimiento, la vida y la muerte serán siempre una trinidad no completada hasta el término del ciclo. Aun cuando la ciencia llegase a mudar en aniquilación la ansiada inmortalidad, subsistiría el cuaternario, porque Dios geometriza. Y algún día podrá la alquimia hablar desembarazadamente de su sal, mercurio, azufre y azoth, así como de sus símbolos y miríficos caracteres, y decir con un químico moderno que “las fórmulas no son juego de la fantasía, pues en ellas está poderosamente justificada la posición de cada letra” (111).