Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 55

EL VOTO SODALIANO

Ciertamente, que considerados los científicos colectivamente, es decir, en general y no cada uno en particular, les vemos animados de mezquinos sentimientos contra los filósofos de la antigüedad, como si tuvieran empeño en eclipsar el sol para que brillen las estrellas.

A un académico francés, hombre de vastos conocimientos, le oímos decir que sacrificaría gustoso su reputación a trueque de borrar hasta el recuerdo de los errores y fracasos de sus colegas. Pero estos tropiezos no pueden sacarse a colación demasiadas veces en pro de la causa que defendemos. Tiempo vendrá en que la posteridad científica se avergüence del degradante materialismo y mezquino criterio de sus progenitores, quienes, como dice Howit, “odian toda nueva verdad como las lechuzas y los ladrones odian el sol, pues la inteligencia por sí sola no puede conocer lo espiritual, ya que así como el sol apaga el brillo de la llama, así también el espíritu ofusca la vista de la mera intelectualidad”.

Es ya muy antiguo vicio. Desde que el instructor dijo: “el ojo no se satisface con ver ni el oído con oír”, los científicos se han portado como si estas palabras expresaran su condición mental. El racionalista Lecky describe con toda fidelidad, aun a su pesar, la inclinación de los científicos a burlarse de las nuevas ideas y el desdén que muestran hacia los fenómenos llamados vulgarmente milagrosos, y dice a este propósito que su burlona incredulidad en tales casos les dispensa de toda comprobación. Por otra parte, tan saturados están del escepticismo dominante, que luego de sentarse en el sillón académico se convierten en perseguidores, como de ello nos cita Howit un ejemplo en el caso de Franklin, quien, después de sufrir el escarnio de sus compatriotas al demostrar la naturaleza eléctrica del rayo, formó parte de la comisión científica que el año 1778 calificó en París de imposturas los fenómenos hipnóticos de Mesmer.

Si los científicos se contrajeran a desdeñar únicamente los nuevos descubrimientos podría disculparles su temperamento conservador favorecido por el hábito; pero no sólo se arrogan una originalidad no corroborada por los hechos, sino que menosprecian todo argumento aducido en demostración de que los antiguos sabían tanto o más que ellos. En el testero de sus gabinetes debieran estar grabadas estas sentencias:

No hay cosa nueva debajo del sol, ni puede decir alguno: Ved aquí, esta cosa es nueva; porque ya precedio en los siglos que fueron antes de nosotros. No hay memoria de las primeras cosas (49).

Podrá engreírse Meldrum de sus observaciones meteorológicas sobre los ciclones en la isla Mauricio; podrá tratar Baxendell, con sólido conocimiento, de las corrientes telúricas; podrán carpenter y Maury diseñar el mapa de la corriente ecuatorial, y señalarnos Henry el ciclo del vapor acuoso que del río va al mar y del mar vuelve de nuevo a la montaña; pero escuchen lo que dice el rey sabio:

El viento gira por el Mediodía y se revuelve hacia el Aquilón; andando alrededor en cerco por todas partes, vuelve a sus rodeos. Todos los ríos entran en el mar, y el mar no rebosa. Al lugar de donde salen tornan los ríos para correr de nuevo (50).

Ajenos como están a la observación de los fenómenos que ocurren en la más importante mitad del universo, los modernos científicos son incapaces de trazar un sistema filosófico en concordancia con dichos hechos. Son como los mineros que trabajan durante el día en las entrañas de la tierra y no pueden apreciar la gloria y la belleza de la luz solar. La vida terrena es para ellos el límite de la actividad humana y el porvenir abre ante sus percepción intelectual un tenebroso abismo.

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