Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 7

LOS ÁNGELES REBELDES

El Código de los Nazarenos da esta misma versión cabalística de los “Hijos de Dios” o “Hijos de la Luz”. Bahak-Zivo, “padre de los genios”, recibe el encargo de “formar criaturas”; pero como “nada sabe del orco”, fracasa en su empeño y solicita la ayuda de Fetahil, espíritu más puro, que todavía fue menos afortunado en la tarea emprendida. Entonces aparece en la escena de la creación el anima mundi (19) y al ver que por culpa de Fetahil (20) había menguado dañosamente el esplendor (la luz), despertó a Karabtanos (21) que estaba frenético y no tenía sentido ni juicio, y le dijo: “Levántate y mira cómo el esplendor (luz) del nuevo hombre (Fetahil) ha fracasado en la formación de hombres. El esplendor ha menguado. Levántate y ven con tu madre (22) para rebasar los límites que te rodean en mayor amplitud que el mundo entero”. Unida la frenética y ciega materia con el alma astral (no el soplo divino) nacieron “siete figuras” (23) y al verlas Fetahil extendió la mano hacia el abismo de materia y dijo: “Exista la tierra como existió la mansión de las fuerzas”. Y sumergiendo la mano en el caos lo condensa y crea la tierra (24).

Relata después el Código como Bahak-Zivo quedó separado del alma astral y los ángeles malos de los buenos (25). Entonces, el gran Mano (26), que mora con el gran Ferho, llama a Kebar-Zivo (27) y compadecido de los insensatos genios rebelados por su desmesurada ambición, le dice: “¡Señor de los genios! (28): mira lo que hacen los ángeles rebeldes y lo que están maquinando (29). Dicen ellos: “Evoquemos el mundo y pongamos en existencia las fuerzas. Los genios son príncipes, hijos de la luz; pero tú eres el Mensajero de Vida” (30).

Para frustrar la influencia de la progenie del alma astral o siete principios malignos, el potente señor de la Luz (Kebar-Zivo) engendra otras siete figuras (31) que resplandecen “desde lo alto” (32) en su propia luz y forma y así se restablece el equilibrio entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas.

Pero estas criaturas carecían del puro y divino soplo (33) y estaban formadas tan sólo de materia y luz astral (34). Tales fueron los animales precursores del hombre sobre la tierra. Los espíritus (hijos de la Luz) que se mantuvieron fieles al gran Ferho (causa primera) constituyen la jerarquía celestial de los Adonim y las legiones de hombres espirituales que no encarnaron jamás. Los esíritus rebeldes y sus secuaces, con los descendientes de las siete “necias” figuras engendradas por Karabtanos en su unión con el espíritu astral, constituyeron andando el tiempo los “hombres terrenos” (35) después de pasar por todas las creaciones de cada elemento. De este punto de la evolución arranca la teoría de Darwin que demuestra cómo las formas superiores proceden de las inferiores. Sin embargo, la antropología no se atreve a seguir el metafísico vuelo de la cábala más allá de nuestro planeta, y muy dudoso es que los antropólogos tengan el valor de buscar en los viejos manuscritos cabalísticos el eslabón perdido.

Puesto en movimiento el primer ciclo, su rotación descendente trajo a nuestro planeta de barro una porción infinitesimal de las criaturas vivientes. Llegada al punto inferior del arco cíclico, es decir, al punto inmediatamente precedente a la vida en la tierra, la chispa divina, suspensa todavía en el Adán, pugna por separarse del alma astral porque “el hombre iba cayendo poco a poco en la generación” y la vestidura de carne se densificaba paralelamente a la actividad.

Ahora se nos ofrece al estudio un sod (36) que el rabino Simeón (37) comunicó a muy pocos iniciados, pues sólo se revelaba de siete en siete años en los misterios de Samotracia y sus recuerdos están espontáneamente impresos en las hojas del misterioso Kunbum, el árbol sagrado de la comunidad de lamas adeptos (38).

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