Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 104

ELIXIR DE LARGA VIDA

Elie de Beaumont ha reafirmado recientemente la antigua doctrina de Hermes, según la cual tiene la tierra circulación análoga a la de la sangre en el cuerpo humano. Pues si tan antigua como el tiempo es la enseñanza de que la naturaleza absorbe continuamente del depósito universal de energía la necesaria para reparar la consumida, ¿por qué ha de ser el hijo diferente del padre?; ¿por qué no ha de poder el hombre, por el descubrimiento de la fuente y naturaleza de esta restauradora energía, extraer de la misma tierra el elixir o quintiesenciado jugo con que reparar sus fuerzas? Tal pudo haber sido el secreto de los alquimistas. Si se detiene la circulación de los fluidos terrestres resultará estancamiento, podredumbre y muerte; si se detiene la circulación de los humores en el cuerpo humano resultará la parálisis y demás dolencias propias de la edad senil seguidas de muerte. Si los alquimistas hubiesen descubierto alguna mixtura química de bastante eficacia para mantener expeditos los sistemas vasculares ¿no lograran fácilmente todo lo demás? Por otra parte, si las aguas que a flor de tierra manan de ciertas fuentes minerales tienen virtud curativa y restaurente, no será despropósito decir que si en las entrañas de la tierra pudiéramos recoger las primeras gotas destiladas en el alambique de la naturaleza, nos convenceríamos de que después de todo no era un mito la fuente de juventud. Afirma Jennings que algunos adeptos extraían el elixir de larga vida de los secretos laboratorios químicos de la naturaleza; y Roberto Boyle menciona un vino medicinal de propiedades cordiales, que el doctor Lefevre ensayó con admirable éxito en una anciana. La alquimia es tan antigua como la tradición. “El primer documento histórico que sobre el particular tenemos, dice Guillermo Godwin, es un edicto de Diocleciano (año 300 de la era cristiana), en el que mandaba entregar a las llamas cuantos tratados del arte de hacer oro y plata se encontraran en Egipto. Este edicto demuestra la antigüedad de dicho arte, entre cuyos más conspicuos adeptos cita la fábula de Salomón, Pitágoras y Hermes”. Respecto al segundo agente alquímico, es decir el alkahest o disolvente universal, por cuya virtud se operaban las transmutaciones, ¿es idea tan absurda que no merezca la menor consideración en esta época de químicos descubrimiento? ¿Y qué valor daremos al histórico testimonio de alquimistas que fabricaron oro y lo pusieron en circulación? Prueba de ello nos dan Libavio, Gebero, Arnaldo, Tomás de Aquino, Bernardo Comes, Joannes, Penoto, el árabe Geber, patriarca de la alquimia europea, Eugenio Filaletes, Porta, Rubeo, Dornesio, Vogelio, Ireneo Filaletes y muchos otros alquimistas y herméticos medievales. ¿Habremos de tener por locos y visionarios a tan insignes eruditos, filósofos y sabios?

Pico de la Mirándola, en su tratado: De Auro cita dieciocho casos en que personalmente presenció la obtención artificial de oro. Tomás Vaughan (101) fue una vez a la tienda de un orfebre para vender oro por valor de 1.200 marcos; pero como el orfebre advirtiera suspicazmente que el oro era demasiado puro para proceder de una mina, huyó despavorido sin recoger siquiera el dinero que ya tenía dispuesto para el pago (102).

Según Marco Polo, en unas montañas del Tíbet, a las que llama Chingintalas, hay vetas de la misma substancia constitutiva de las salamandras. Dice sobre el particular:

Porque en verdad, la salamandra no es ningún animal como se figuran las gentes, sino una substancia que se encuentra en la tierra... Un turco llamado Zurficar me dijo que durante tres años había estado en aquella comarca buscando salamandras para el gran Khan, y que para cogerlas cavaba en la montaña hasta encontrar cierta veta cuya substancia se dividía al machacarla en una especie de fibras por el estilo de las de la lana, que después de secas pueden batanearse, lavarse e hilarse para fabricar tejidos no muy blancos al principio, pero que después de echados al fuego y tenidos allí un rato aventajan a la misma nieve (103).

Esta substancia mineral es el asbestos (104), según atestiguan varios autores, entre ellos el Rdo. A. Williamson, quien dice que la hay en Shantung. Pero no tan sólo es materia textil, sino que también se extrae de él un aceite de propiedades verdaderamente extraordinarias cuyo secreto poseen algunos lamas tibetanos y adeptos indos. Al frotar el cuerpo con este aceite no deja señal ni mancha alguna, y aunque la parte frotada se friegue después con jabón y agua fría o caliente, no por ello pierde su virtud la untura, de modo que la persona así ungida puede permanecer impunemente entre el fuego más violento sin que, a menos de sofocarse, sufra daño alguno. Asimismo tiene dicho aceite la propiedad de que combinado con otra substancia (cuyo nombre no podemos revelar) y puesto después al relente de la luna en ciertas noches designadas por los astrólogos, engendra extraños seres que al principio parecen infusorios, pero que luego crecen y se desarrollan. Hoy día es Cachemira la comarca en donde hay mayor número de magos místicos (105). Las diversas sectas religiosas de este país son plantel de sabios y adeptos y siempre se les atribuyeron sobrenaturales poderes (106).

Pero no todos los químicos modernos son tan dogmáticos que nieguen la posibilidad de transmutar los metales en oro. Peisse, Desprez y el mismo Luis Figuier que lo niega todo, están, según parece, muy lejos de tenerla por absurda. Sobre este particular dice Wilder:

No consideran los físicos tan absurda como se ha querido inferir la posibilidad de transmutar los elementos en la primaria forma que se supone tuvieron en la masa ígnea, de cuyo enfriamiento resultó, según los geólogos, la corteza terrestre. hay entre los metales analogías a veces tan íntimas, que parecen señalarles idéntico origen. Por lo tanto, bien pudieron los alquimistas haber dedicado su actividad a investigaciones de esta índole, así como Lavoisier, Davy, Faraday y otros contemporáneos se han aplicado a descubrir los misterios de la química (107).

TIERRA PREADÁMICA

Un erudito teósofo norteamericano que ejerce la medicina y ha estudiado ciencias ocultas y alquimia durante treinta años, logró reducir los elementos a su forma originaria, obteniendo lo que llama “tierra preadámica”, porque da precipitado térreo en el agua destilada que, cuando se agita, presenta vivos y opalescentes colores.

Como si los alquimistas se divirtiesen con la ignorancia de los profanos, dicen que “el secreto de la obtención consiste en una amalgama de sal y azufre en triple combinación con el azoth (108) después de sublimar y fijar por tres veces.

¡Qué ridículo absurdo!, exclamarán los químicos modernos. Pero los discípulos del insigne Hermes comprenden el significado de esta fórmula tan perfectamente como un alumno de química de la Universidad de Harvard entiende al catedrático, cuando por ejemplo éste le dice:

Con un grupo hidroxílico obtendremos únicamente compuestos monoatómicos, con dos grupos hidroxílicos podremos formar en el mismo núcleo combinaciones diatónicas; con tres grupos hidroílicos obtendremos cuerpos triatómicos, entre los cuales se cuenta una substancia muy conocida, la glicerina:

Él alquimista dice por su parte:

Únete a las cuatro letras del tetragrama dispuestas de la manera siguiente: Las letras del nombre inefable están allí, aunque no las descubras a primera vista. Contienen, cabalísticamente, el incomunicable axioma. A esto llaman mágico arcano los maestros.

El arcano es la cuarta emanación del akâsha, el principio de vida, que en su tercera transmutación está representado por el ardiente sol, el ojo del mundo o de Osiris, como le llamaron los egipcios, que vigila celosamente a su joven hija, esposa y hermana Isis, nuestra madre tierra, de la que dice Hermes Trismegisto que “su padre es el sol y su madre la luna”. Primero la atrae y acaricia y después la repele con proyectora fuerza. Al estudiante hermético le toca vigilar sus movimientos y adueñarse de sus corrientes sutiles para guiarlas y dirigirlas con auxilio del athanor o palanca de Arquímedes de los alquimistas. ¿Qué es este misterioso athanor? ¿Pueden decírnoslo los físicos que diariamente lo ven y examinan? En verdad lo ven; ¿pero entienden los secretos y cifrados caracteres que el divino dedo trazó en las conchas del mar, en las hojas que tiemblan al beso de la brisa, en el resplandeciente astro cuyos rayos son para ellos rayas más o menos luminosas de hidrógeno?

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