Capítulo 106
LOS MADANES DE ORIENTE
El mâdán shudâla es el vampiro de los occidentales y vaga por los cementerios, por los lugares donde se han perpetrado crímenes y por los gólgotas (82) de las poblaciones. Dicen los orientales que el mâdán shudâla tiene el cuerpo mitad de fuego, mitad de agua, por lo que actúa indistintamente en ambos elementos y por consentimiento de Siva puede asumir la forma que desee y metamorfosear las cosas. Por esta razón ayuda al prestidigitador en todos los fenómenos de ilusionismo en que interviene el fuego y anubla la vista de los espectadores para que vean lo que en realidad no hay (83).
El mâdán shûla es un trasgo malévolo, muy hábil en obras de alfarería y fumistería. A sus amigos no les hace daño alguno, pero persigue sañudamente a quien provoca su cólera. Gustan los shûlas de lisonjas y elogios, y como su habitual morada son las cavidades subterráneas, deellos ha de valerse el prestidigitador en las suertes de plantaciones y crecimientos rápidos de los vegetales. El mâdán kumil (84) es la ondina de los cabalistas o espíritu elemental del agua, de carácter alegre, que ayuda solícitamente a sus amigos en cuanto se relaciona con las lluvias y la hidromancia (85).
El mâdán poruthû es el elemental atléticamente forzudo que interviene en los fenómenos de levitación, en la doma de fieras y en todos los que requieren esfuerzo muscular.
Resulta, por lo tanto, que cada modalidad de manifestación psíquico-física está presidida por un orden de entidades elementales.
Reanudando ahora el examen de las levitaciones producidas en los modernos círculos espiritistas (86), recordaremos que al tratar de Simón el Mago nos referimos a la explicación que de esta clase de fenómenos dieron los antiguos. Veamos, pues, cuál es la hipótesis más admisible respecto de los médiums que, según los espiritistas fenoménicos, actúan inconscientemente por intervención de los espíritus desencarnados. La etrobacia consciente, en condiciones electromagnéticas, es facultad primitiva de los adeptos cuya potente voluntad repele toda influencia extraña.
Así tenemos que la levitación ha de efectuarse siempre con arreglo a una ley tan inexorable como la de gravedad, pero que también deriva de la atracción molecular. Supone la ciencia que la energía eléctrica condensó primordialmente en torbellino la nebulosa materia todavía indiferenciada; y por otra parte la teoría unitaria de la química moderna se funda en las polaridades eléctricas de los átomos (87).
Los tifones, remolinos, tornados, ciclones y huracanes son meteoros causados indudablemente por la energía eléctrica (88) que favorecida por la sequedad del suelo y de la atmósfera puede acumularse en cantidad e intensidad suficientes para elevar enormes masas de agua y comprimir simultáneamente grandes masas atmosféricas con ímpetu más que poderoso para abatir bosques enteros, descuajar rocas, pulverizar edificios y asolar dilatadas comarcas (89).
Hay ya cerca de tres siglos expuso Gilbert (90) la opinión de que la tierra es un enorme imán. Hoy amplían algunos físicos esta opinión diciendo que también el hombre es un imán y que esta propiedad encubre el secreto de las mutuas atracciones y repulsiones personales. Prueba de ello tenemos entre los concurrentes a las sesiones espiritistas, y a este propósito dice Nicolás Wagner, catedrático de la universidad de San Petersburgo:
El calor o tal vez la electricidad de los concurrentes situados alrededor de la mesa debe concentrarse en el mueble y determinar el movimiento con el concurso de la fuerza psíquica, es decir, la resultante de todas las fuerzas del organismo, cuya magnitud e intensidad está en función de la índole de cada persona... Las condiciones de temperatura y humedad influyen en las manifestaciones fenoménicas cuyo poder de producción reside en el médium.
Esto supuesto y recordando que según los herméticos hay en la naturaleza modalidades todavía más sutiles de energía, cabe comparar al médium con el sistema de imágenes de la máquina eléctrica de Wild y suponerlo, por lo tanto, capaz de engendrar una corriente astral bastante poderosa para levantar en su vórtice el peso de un cuerpo humano, aunque sin comunicarle movimiento giratorio, pues en este caso, al contrario de lo que sucede en los remolinos, la fuerza dirigida por la inteligencia impele al cuerpo rectilíneamente.