Los miserables

Alegre final de la alegría

IX

Alegre final de la alegría

Tras quedarse solas, las muchachas se acodaron de dos en dos en el antepecho de las ventanas, charloteando, asomando la cabeza y hablándose de un hueco a otro.

Vieron a los jóvenes salir del café Bombarda cogidos del brazo; se volvieron, les hicieron, riéndose, señas con la mano y se esfumaron entre ese polvoriento gentío de los domingos que invade cada siete días Les Champs-Élysées.

—¡No tardéis mucho! —gritó Fantine.

—¿Qué nos traerán? —dijo Zéphine.

—Seguro que será algo bonito —dijo Dahlia.

—Yo —añadió Favourite— quiero que sea de oro.

No tardó en distraerlas el barullo que había a la orilla del agua, que divisaban entre las ramas de los árboles altos y que las divertía mucho. Era la hora en que salían las sillas de posta y las diligencias. Casi todas las mensajerías del sur y del oeste pasaban a la sazón por Les Champs-Élysées. La mayoría iba siguiendo el muelle y salía por el portillo de Passy. A cada minuto, algún carruaje grande, pintado de amarillo y de negro, cargadísimo, con un tiro estruendoso, deformado a fuerza de baúles, de lonas y de maletas, repleto de cabezas que desaparecían en el acto, machacando la calzada, convirtiendo los adoquines en piedras de mechero, hendía la muchedumbre soltando todas las chispas de una fragua, el polvo haciéndole las veces de humo y con aspecto desatinado. Tanto escándalo divertía a las muchachas. Favourite exclamaba: —¡Qué jaleo! Es como si saliera volando un montón de cadenas.

Hubo un momento en que uno de aquellos carruajes, que se divisaban con dificultad entre las frondas tupidas de los olmos, se detuvo un instante para arrancar luego otra vez al galope. Fantine se quedó extrañada.

—¡Qué curioso! —dijo—. Creía que las diligencias no se paraban nunca.

Favourite se encogió de hombros:

—Esta Fantine es un caso. La trato por curiosidad. La deslumbran las cosas más tontas. Vamos a suponer que soy un viajero y le digo a la diligencia: «Me adelanto, recójame en el muelle, al pasar». La diligencia pasa, me ve, se detiene y me subo. Son cosas que ocurren a diario. No sabes nada de la vida, mi querida amiga.

Transcurrió así un rato. De repente, Favourite hizo un gesto como de alguien que se despierta.

—¡Bueno! —dijo—. ¿Y la sorpresa?

—Hombre, sí —añadió Dahlia—. ¿Y la famosa sorpresa?

—¡Están tardando mucho! —dijo Fantine.

No bien había soltado ese suspiro, entró el camarero que había servido la cena. Llevaba en la mano algo que parecía una carta.

—¿Y eso qué es? —preguntó Favourite.

El camarero contestó:

—Es un papel que han dejado los caballeros para las señoras.

—¿Y por qué no lo subió enseguida?

—Porque los caballeros —contestó el camarero— me mandaron que no se lo diera a las señoras hasta pasada una hora.

Favourite le arrebató el papel de las manos al camarero. Era una carta, efectivamente.

—¡Anda! —dijo—. No hay señas. Pero mirad lo que pone:

ÉSTA ES LA SORPRESA.

Se apresuró a quitarle las obleas a la carta, la abrió y leyó (sabía leer):

«¡Oh, amantes nuestras!

»Sabed que tenemos padres. Vosotras de padres no sabéis mucho. En el código civil, pueril y honrado, los llaman padres y madres. Esos padres se lamentan, esos ancianos nos llaman, esos buenazos y esas buenazas nos llaman hijos pródigos, desean que regresemos y nos ofrecen matar becerros. Obedecemos, pues somos virtuosos. Cuando leáis esto, cinco caballos fogosos nos estarán llevando junto a nuestros papás y nuestras mamás. Nos largamos, como diría Bossuet. Nos vamos, ya nos hemos ido. Huimos en brazos de Laffitte y en alas de Caillard. La diligencia de Toulouse nos saca del abismo; y el abismo sois vosotras, ¡hermosas niñas nuestras! Volvemos a la buena sociedad, al deber y al orden. Le importa mucho a la patria que seamos, como todo el mundo, prefectos, padres de familia, guardas forestales y consejeros de Estado. Veneradnos. Os sacrificamos. Lloradnos deprisa y reemplazadnos sin tardar. Si esta carta os destroza, devolvedle el agravio. Adiós.

»Os hemos hecho felices casi dos años. No nos lo tengáis en cuenta.

»Firmado: B

»F

»L

»F T

»P La cena está pagada».

Las cuatro jóvenes se miraron.

Favourite fue la primera en romper el silencio.

—Pues no deja de ser una broma estupenda.

—Tiene mucha gracia —dijo Zéphine.

—Se le debe de haber ocurrido a Blachevelle —siguió diciendo Favourite—. Y me enamora. En cuanto se va, lo quiero. Así son las cosas.

—No —dijo Dahlia—, ha sido idea de Tholomyès. Se nota.

—Pues en tal caso —saltó Favourite—, ¡abajo Blachevelle y viva Tholomyès!

—¡Viva Tholomyès! —gritaron Dahlia y Zéphine.

Y se echaron a reír.

Fantine se rió, como las otras.

Una hora después, tras regresar a su habitación, lloró. Era, como ya hemos dicho, su primer amor; se había entregado a Tholomyès como a un marido; y la pobre muchacha tenía una hija.

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