Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 162

LA ARENA MUSICAL

Hay en el globo muchos parajes donde ocurren fenómenos acústicos que, según se ha comprobado últimamente, son efecto de causas naturales. En varios puntos de la costa meridional de California, cuando se mueve la arena produce un ruido semejante al de campanas, que llaman allí arena musical y cuya causa se atribuye a la electricidad.

Sobre el particular, dice el coronel Yule:

Otra clase de fenómenos es el son de instrumentos músicos, principalmente de tambores, que se producen al agitar los montículos de arena... El monje Odoric relata un fenómeno de esta clase que atribuye a causas sobrenaturales, y he podido experimentar en el Reg Ruwán o arenas movedizas de Kabul. Además de este notable caso, observé igualmente el no menos famoso de la “Cuesta de la Campana” (Jibal Nakies) (78) en el desierto de Sinaí... Una narración china del siglo X menciona este fenómeno y lo da por generalmente conocido con el nombre de “arenas cantoras” en las cercanías de Kwachau, en el límite oriental del desierto de Lop (79).

No cabe duda de que estos fenómenos proceden de causas naturales; pero ¿qué decir de las preguntas y respuestas clara y distintamente dadas y recibidas?, ¿qué de las conversaciones de algunos viajeros con los invisibles espíritus o desconocidas entidades que suelen manifestarse objetivamente a toda una caravana? Si tantos millones de personas creen en la posibilidad de que los espíritus se materialicen tras la cortina de un médium y aparezcan en el círculo, no ha de negarse igual posibilidad en los espíritus elementales del desierto. Aquí del ser o no ser de Hamlet. Si los espíritus son capaces de llevar a cabo cuanto alegan los espiritistas, ¿por qué no han de poder aparecerse a los viajeros en las soledades del desierto (80)?

¡Qué de incrédulas burlas debieron provocar durante siglos las tildadas de absurdas y supersticiosas narraciones de Marco Polo acerca de las facultades “sobrenaturales” de los abraiamanes (81)!

Al describir la pesca de perlas en Ceilán, según se efectuaba en su época, dice el famoso viajero:

Los mercaderes están obligados a pagar la vigésima parte de la pesca a los hombres que encantan a los peces grandes con objeto de que no devoren a los buzos. Estos encantadores de peces se llaman abraiamanes (82), cuya influencia sólo duraba mientras la pesca, pues por la noche rompían el hechizo y los peces recobraban su actividad. Estos abraiamanes saben también encantar cuadrúpedos, aves y todo ser viviente.

En las notas aclaratorias sobre esta llamada “degradante superstición” asiática, dice el coronel Yule:

El relato de Marco Polo en lo referente a las pesquerías de Ceilán, es exacto en el fondo... En las minas de diamantes del país de los circares, están los brahmanes encargados de mantener propicios a los genios tutelares. En lengua tamil, los encantadores de tiburones se llaman kadal-katti (atadores de mar), y en lengua indostánica hai-banda (atadores de tiburones). En Aripo estos encantadores son todos de una misma familia, en cuyos individuos se vinculan las facultades hechiceras. El jefe de los encantadores está, o por lo menos no hace muchos años estaba retribuido por el gobierno inglés, y recibía además diez madréporas diarias por cada embarcación que tomaba parte en la pesca. Al visitar Tennent aquellos lugares echó de ver que el jefe de los encantadores era católico de religión, sin que esta circunstancia afectase al ejercicio y validez de sus funciones. Es digno de notar que, desde la ocupación británica, no haya ocurrido más que un solo accidente debido a los tiburones (83).

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