Capítulo 107
DISTINCIONES FENOMÉNICAS
En cambio hay muy pocos médiums parlantes que hablen por inspiración, y a la mayoría de ellos se les pueden aplicar aquellas palabras del profeta Daniel:
Y habiendo quedado yo solo, vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí... y oí la voz de sus palabras y oyéndola yacía postrado sobre mi rostro y mi cara estaba pegada con la tierra (73).
Sin embargo, también hay médiums a quienes se les puede cecir como le dijo Samuel a Saúl:
Y vendrá sobre ti el Espíritu del Señor y profetizarás con ellos (74) y serás mudado en otro hombre (75).
Pero en ningún pasaje de las escrituras hebreo-cristianas se lee nada referente a guitarras voladoras, tamboriles redoblantes y sonoras campanas que en tenebrosos gabinetes se nos presentan como pruebas irrecusables de la inmortalidad del alma. Cuando los judíos vituperaban a Jesús diciendo: “¿No decimos bien nosotros que eres samaritano y que tienes demonio?”; les respondió Jesús: “Yo no tengo demonio; mas honro a mi Padre y vosotros me habéis deshonrado” (76). En otro pasaje se lee que después de lanzar Jesús un demonio del cuerpo de un mudo y de recobrar éste el habla dijeron los judíos: “En virtud de Beelzebub, príncipe de los demonios, lanza los demonios”. A lo que respondió Jesús: “Pues si yo por virtud de Beelzebub lanzo los demonios, ¿vuestros hijos por quién los lanzan? (77)”.
El autor del citado artículo equipara también los vuelos o levitaciones de Ezequiel y Felipe con los de la señora Guppy y otros médiums modernos; pero ignora u olvida que siendo uno mismo el efecto era distinta la causa en cada caso, según explicamos anteriormente. El sujeto puede determinar consciente o inconscientemente la levitación. El prestidigitador determina de antemano la altura a que han de levantarlo y el tiempo que durará la levitación, y con arreglo a este cálculo gradúa las fuerzas ocultas de que se vale. El fakir produce el mismo efecto por la acción de su voluntad y conserva el dominio de sus movimientos, excepto cuando cae en éxtasis. Tal es el fenómeno de los sacerdotes siameses que en la pagoda se elevan hasta quince metros de altura cirio en mano y van de imagen en imagen encendiendo las lámparas de las hornacinas con tanta seguridad como si anduviesen por el suelo (78).
Los oficiales de la escuadra rusa que recientemente realizó un viaje de circunavegación y estuvo anclada largo tiempo en puertos japoneses, vieron cómo unos prestidigitadores del país volaban de árbol en árbol sin apoyo ni artificio alguno (79); y también vieron las suertes de la cucaña y de la escala de cinta (80).
En la India, Japón, Tíbet, Siam y otros países llamados paganos en Europa, a nadie se le ocurre atribuir estos fenómenos a espíritus desencarnados, pues para los orientales nada tienen que ver los pitris (antepasados) con semejantes manifestaciones. Prueba de ello nos dan los nombres con que designan a las entidades elementales productoras de esta clase de fenómenos; y así llaman madanes (81) a los arteros elementales, mezcla de brutos y monstruos, de maliciosa índole, que infunden en los hechiceros el siniestro poder de herir a personas y animales domésticos con repentinas enfermedades seguidas muchas veces de muerte.