Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 174

JUICIO DE CHAMPOLLIÓN

Cuando esto decía Champollión, el sánscrito era poco menos que desconocido en Europa, y por consiguiente no cabía comparar los méritos de los filósofos egipcios con los de los brahmanes. Pero posteriormente se ha descubierto que las doctrinas de los sacerdotes egipcios están entresacadas de las literaturas induísta y budista. El sistema filosófico basado en nuestros días por los metafísicos alemanes sobre el principio de la ilusión de los sentidos y de la irrealidad de las cosas mundana, es una derivación de las doctrinas de Kapila y Vyâsa, así como de los dogmas cardinales de la filosofía budista expuestos por Buda en las Cuatro verdades. La expresión de Pymander “se convierte en Dios”, está resumida en la palabra nirvana, que los eruditos orientalistas confunden lastimosamente con aniquilación.

El juicio crítico de los hermanos Champollión es valiosísimo para nosotros, aunque no sea más que en réplica a nuestros adversarios. Los hermanos Champollión fueron los primeros orientalistas europeos que, tomando de la mano al estudiante de arqueología, le condujeron a las silenciosas criptas para demostrarle que la civilización no tuvo su cuna en Occidente, pues “aunque sean desconocidos los orígenes de Egipto, ha llegado la investigación histórica a estudiar sus leyes y costumbres, a reconstruir sus ciudades y catalogar sus reyes y dioses”. Y yendo todavía más lejos, encontramos ruinas pertenecientes a cilizaciones de mayor esplendor en épocas de indecible antigüedad, pues como dice Champollión:

En Tebas hay ruinas que delatan restos de construcciones aún más antiguas, cuyos materiales sirvieron posteriormente para levantar los edificios que han permanecido en pie durante treinta y seis siglos... Todo cuanto refieren Herodoto y los sacerdotes egipcios ha sido corroborado por los arqueólogos contemporáneos (109).

Pero despidámonos ya de la taumatofobia y sus corifeos para considerar la taumatomanía en sus múltiples aspectos. Vamos a revisar los “milagros” del paganismo y pesarlos con los del cristianismo en la misma balanza. No ya inminente sino iniciado está el doble conflicto entre el materialismo científico y el espiritualismo trascendente, por una parte, y entre la teología y la antiquísima ciencia mágica, por otra. Hemos expuesto multitud de razonadas pruebas en pro de la magia, pero todavía no está agotada su defensa (110). Psicománticos y psicófobos han de chocar necesariamente en fiero conflicto. A la ansiedad que los primeros mostraban de ver sancionados sus fenómenos por la investigación científica, ha sucedido glacial indiferencia. Disgustados de tanto prejuicio y mala fe, pierden todo miramiento a los segundos, quienes a su vez les responden con dicterios reñidos con la cortesía. El tiempo dirá cuál de ambos bandos tiene razón; pero por de pronto podemos predecir que el último reducto de los misterios de Dios con la clave para descifrarlos, no deben buscarse en el torbellino de las moléculas de Avogadro.

Los que juzgan superficialmente, o llevados de la impaciencia quisieran mirar el sol deslumbrador antes de que sus ojos puedan resistir la luz de una lámpara, tildan de ininteligibles las obras de los herméticos antiguos y sus sucesores por el obscuro lenguaje en que están escritas. Respecto a los de superficial criterio, no vale la pena de perder el tiempo; pero a los impacientes les rogamos que moderen su ansiedad y recuerden la frase de Espagnet:

La verdad se esconde entre tinieblas... Nuncsa escriben los filósofos más engañosamente que cuando parecen claros, ni con más verdad que cuando se valen de enigmas.

Por otra parte, también hay quienes resultarían demasiado favorecidos si les dijéramos que no forman juicio alguno del asunto, sino que se contraen a anatematizar ex cathedra. Son los postivistas taumatófobos que presumen de monopolizar nada menos que la sabiduría espiritual y tidan de locos y soñadores a los antiguos sabios.

Responda por nosotros Eugenio Filaletes a este linaje de escépticos, diciendo:

Nuestros escritos serán entre el público como un cuchillo cuidadosamente afilado, que a unos sirve de buril en primorosas tallas y a otros no les vale más que para cortarse los dedos. Sin embargo, no merecemos vituperio, pues de antemano advertimos seriamente a cuantos intentaron esta tarea que es la de mayor empeño entre todas las de filosofía natural. Aunque escribimos en el nativo idioma, resultará nuestro tratado de tan difícil comprensión como si estuviera en griego para algunos que, no obstante interpretar pésimamente nuestros conceptos, se figurarán que nos comprenden muy bien. Porque ¿cómo es posible que los locos en la naturaleza sean cuerdos en los libros que de testimonio sirven a la naturaleza?

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