Capítulo 148
EL EDÉN DE LA BIBLIA
El Edén no es mito, topográficamente considerado (3), porque así se llamaba (4) de muy antiguo la comarca regada por el Éufrates y sus afluentes, que abarcaba desde la Armenia hasta el mar Eritreo. El Libro de los Números de Caldea señala numéricamente la posición topográfica del edén, cuya acabada descripción está en el cifrado manuscrito rosacruz que legó el conde de San Germain. Las Tablillas asirias llaman al Edén Gan-Duniyas (5).
Los ..... (Elohim) del Génesis dicen: “He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros”. Los Elohim pueden considerarse en un sentido como dioses o potestades, y en otro como aleímes o sacerdotes iniciados en todo lo bueno y malo de este mundo, porque había un colegio de sacerdotes llamados aleímes, cuyo jerarca supremo era el Java-Aleim. En vez de empezar por la categoría de neófito para obtener gradualmente por medio de regular iniciación los conocimientos esotéricos, el Adán (símbolo del hombre) ejerce sus facultades intuitivas, e instigado por la serpiente (la materia y la mujer) come indebidamente del fruto del árbol de la ciencia y del bien y del mal (doctrina esotérica). Los sacerdotes de Hércules (Mel-Karth o señor del Edén) llevaban “vestiduras de piel! (6).
Las Escrituras hebreas delatan su doble origen, a pesar de que en el fondo contienen tanta verdad como las demás cosmogonías primitivas. El Génesis es sencillamente una reminiscencia de la cautividad de Babilonia, pues los nombres de lugares, personajes y aun de cosas coinciden con los empleados por los caldeos y por sus antecesores y maestros, los acadianos de raza aria. Mucho se ha discutido acerca de si los acadianos de Caldea y Asiria tuvieron o no parentesco con los brahmanes del Indostán; pero hay más pruebas en pro de la afirmativa. Los asirios debieran llamarse con mayor propiedad turanios, y los mogoles, escitas; pero si, en efecto, existieron los acadianos, y no tan sólo en la imaginación de unos cuantos filólogos y etnólogos, no serían en modo alguno una tribu turania, como suponen varios asiriólogos, sino sencillamente emigrantes que de la India, cuna de la humanidad, pasaron al Asia Menor, donde sus adeptos civilizaron a un pueblo bárbaro. Halevy ha demostrado que los acadianos, cuyo nombre se alteró muchas veces, no pudieron pertenecer a la raza turania, y otros orientalistas han demostrado que la civilización asiria no brotó en aquel país, sino que de la India la importaron los brahmanes.
Opina Wilder que de ser los asirios turanios y los mogoles escitas, las guerras de Irán y Turán y de Zohak y Jemshid o Yima hubieran sido tan notorias como la entre Persia y Asiria, que terminó con la destrucción de Nínive, "“uyo palacio de Afrasiab quedó en poder de las telarañas"”(7).
Añade Wilder que los turanios calificados de tales por Müller y su escuela son evidentemente los salvajes nómadas del Cáucaso, de quienes procedieron primero los constructores etíopes o camitas; después los semitas (mezcla tal vez de camita y ario); más tarde los arios (medos, persas e indos); y finalmente los pueblos góticos y eslavos de Europa. Supone también que los celtas eran, como los asirios, un pueblo cruzado de los arios que invadieron la Europa y los habitantes ibéricos (acaso etíopes) de esta parte del mundo.
Si así es, resulta válida nuestra afirmación de que los acadianos fueron una tribu de los primitivos indos; pero dejaremos a que los filólogos del porvenir diluciden si pertenecieron a los brahmanes de la región propiamente brahmánica (40º latitud Norte), o del Indostán, o bien del Asia Central.
Por un procedimiento inductivo de nuestra especialidad, que a los científicos les parecerá deleznable y basado en una prueba que desdeñarían por circunstancial, hemos formado una opinión que para nosotros equivale a certidumbre. Durante muchos años estamos observando que en países sin la menor filiación histórica, en apariencia, hay idénticos símbolos y alegorías de una misma verdad. Hemos advertido que la Kábala y la Biblia remedan los “mitos” (8) babilónicos, y que las alegorías caldeas e índicas se reproducen formal y substancialmente en los antiquísimos manuscritos de los monjes talapines de Siam y en las no menos antiguas tradiciones populares de Ceilán.