Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 30

BRUJERÍAS DE SALEM

El caso de las brujerías de Salem, tal como lo refieren las obras de Cotton Mather, Calef, Upham y otros autores, corrobora de curiosa manera la realidad de los desdoblamientos, así como la inconveniencia de consentir la antojadiza acción de los elementarios. Sin embargo, este trágico capítulo de la historia de los Estados Unidos no se ha escrito verídicamente todavía. Hacia el año 1704, cinco muchachas norteamericanas que frecuentaban la compañía de una india dedicada al nefando culto del Obeah, adquirieron facultades mediumnímicas y empezaron a notar dolores en diversas partes del cuerpo con señales de pinchazos, golpes y mordiscos causados, al decir de las muchachas, por los fantasmas de ciertas personas cuyas señas dieron. Dio publicidad a este suceso el famoso relato de Deodato Lawson (Londres 1704), por quien se supo que, según confesaron algunos de los acusados, eran en efecto autores de las lesiones inferidas a las muchachas, y al preguntárseles de qué modo se valían para ello, respondieron que pinchaban, golpeaban y mordían unas figuras de cera con vehementísimo deseo de que la lesión se produjera en la correspondiente parte del cuerpo de las muchachas. Una de las brujas, llamada Abigail Bobbs, confesó que había hecho pacto con el diablo, quien se le aparecía en figura de hombre y le mandaba atormentar a las muchachas, y al efecto le traía imágenes de madera cuyas facciones eran parecidas a las de la víctima señalada. En estas imágenes clavaba la bruja alfileres y espinas cuyas punzadas repercutían en el mismo sitio del cuerpo de las muchachas” (42).

La autenticidad de estos hechos, evidenciada por el irrecusable testimonio de los tribunales de justicia, corrobora acabadamente la doctrina de Paracelso; y por otra parte resulta curioso que un científico tan escrupuloso como Upham no se diera cuenta de que, al recopilar en su obra tal número de pruebas jurídicas, demostraba la intervención en dichos fenómenos de los maliciosos espíritus elementarios y de las entidades humanas apegadas a la tierra.

Hace siglos puso Lucrecio en boca de Enio los versos siguientes:

Bis duo sunt hominis, manes, caro, spiritus umbra;

Quatuor ista loci bis duo suscipirent;

Terra tegit carnem;-tumulum circumvolat umbra,

Orcus habet manes.

Pero en este caso, lo mismo que en todos sus análogos, los sabios eluden la explicación diciendo que son completamente imposibles.

Sin embargo, no faltan ejemplos históricos en demostración de que los elementarios se intimidan a la vista de un arma cortante. No nos detendremos a explicar la razón de este fenómeno, por ser incumbencia de la fisiología y la psicología, aunque desgraciadamente los fisiólogos, desesperanzados de descubrir la relación entre el pensamiento y el lenguaje, dejaron el problema en manos de psicólogos que, según Fournié, tampoco lo han resuelto por más que lo presuman. Cuando los científicos se ven incapaces de explicar un fenómeno, lo arrinconan en la estantería, después de ponerle marbete con retumbante nombre griego del todo ajeno a la verdadera naturaleza del fenómeno.

Le decía el sabio Mufti a su hijo, que se atragantaba con una cabeza de pescado: “¡Ay, hijo mío! ¿Cuándo te convencerás de que tu estómago es más chico que el océano?” O como dice Catalina Crowe: “¿Cuándo se convencerán los científicos de que su talento no sirve de medida a los designios del Omnipotente?” (43).

En este particular es más sencilla tarea citar no los autores antiguos que refieren, sino los que no refieren casos de índole aparentemente sobrenatural. En la Odisea (44) evoca Ulises el espíritu de su amigo el adivino Tiresias para celebrar la fiesta de la sangre, y con la desnuda espada ahuyenta a la multitud de espectros que acudían atraidos por el sacrificio. Su mismo amigo Tiresias no se atreve a acercarse mientras Ulises blande la cortante arma. En la Eneida se dispone Eneas a bajar al reino de las sombras, y tan luego como toca en los umbrales, la sibila que le guía le ordena desevainar la espada para abrirse paso a través de la compacta muchedumbre de espectros que a la entrada se agolpan (45). Glanvil relata maravillosamente el caso del tamborilero de Tedworth ocurrido en 1661. El doble del brujo tamborilero se amedrentaba de mala manera a la vista de una espada.

Psello refiere extensamente (46) cómo su cuñada fue poseída de un elementario y el horrible estado en que la sumió el poseedor hasta que la curó un exorcizador extranjero, llamado Anafalangis, expulsando al maligno espíritu a fuerza de amenazarle con una espada. A este propósito da Psello una curiosa información de demonología que, según recordamos, es como sigue:

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