Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 147

CAPÍTULO VII

STE.-¿Hay diablos aquí? ¿Venís a burlaros de

nosotros con indios y salvajes?

La Tempestad, acto II, escena II.

Hemos considerado la naturaleza y funciones del alma

hasta donde era necesario para nuestro propósito, y

hemos demostrado claramente que es una substancia

distinta del cuerpo.

ENRIQUE MORE: Inmortalidad del alma, edi. De 1659.

El conocimiento es poder; la ignorancia, imbecilidad.

Arte Mágico: el país de los espectros.

Durante muchos siglos ha tenido la “doctrina secreta” notable semejanza con el “hombre de las aflicciones” a que alude el profeta Isaías. “¿Quién creyó nuestras palabras?”, fueron repitiendo sus mártires de generación en generación. La doctrina se ha robustecido ante sus perseguidores “como tierna planta o raíz en tierra árida; no tiene forma ni belleza...; los hombres la rechazan y menosprecian y apartan de ella sus rostros... No la tienen en estima”.

No es necesario discutir si esta doctrina concuerda o no con la iconoclasta tendencia de los escépticos contemporáneos. Concuerda con la verdad, y esto basta. Inútil fuera esperar que sus detractores creyesen en ella. Pero la tenaz vitalidad de que da muestras en cualquier parte del mundo donde haya un grupo de hombres dispuestos a luchar en su favor, es la mejor prueba de que la semilla plantada por nuestros padres “al otro lado de las aguas” era de vigoroso roble y no esporo de teológico hongo. Ninguna salpicadura de la ridiculez humana puede caer en su campo, ni rayo alguno, aun forjado por los vulcanos de la ciencia, es bastante poderoso para abatir el tronco ni siquiera para chamuscar las ramas de este árbol mundanal del CONOCIMIENTO.

Si prescindimos de la letra que mata y penetramos el sutil espíritu que vivifica, hallaremos ocultas en los Libros de Hermes (modelo y dechado de los demás) las pruebas de una verdad y de una filosofía que debe estar basada en leyes eternas. Intuitivamente comprenderemos que por finitas que sean las facultades del hombre encarnado, han de estar en íntima relación con los atributos de la Deidad infinita y apreciaremos mejor el oculto significado del don concedido por los Elohim o Adán cuando le dijeron: “He aquí que os he dado cuanto hay sobre la faz de la tierra. Subyudadlo y tened dominio sobre TODO”.

No hubiera sido rechazada durante tanto tiempo la verdadera interpretación que al Génesis dieron los cabalistas, si se hubiesen comprendido mejor las alegorías de los primeros capítulos, siquiera en su sentido geográfico e histórico, que nada tiene de esotérico. Quien estudie la Biblia ha de tener presente que los capítulos I y II del Génesis no son de un mismo autor, pues las alegorías y parábolas (1) que forman el texto en lo referente a la creación y población de la tierra se contradicen opuestamente en lo relativo al orden, tiempo, lugar y método de la llamada creación. Quien tomara literalmente los relatos del Génesis rebajaría la dignidad de Dios al nivel del hombre, como si Dios tuviese necesidad de “descansar de sus labores”, solazarse en la “frescura del día”, sentir cólera y deseos de venganza y precaverse contra Adán “para que no pruebe el fruto del árbol de la ciencia” (2). Pero en cuanto reconocemos el sentido alegórico de la narración de los que pudiéramos llamar hechos históricos, nos encontramos en terreno firme.

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