Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 58

INVENTOS ANTIGUOS

El periplo de Hanón describe circunstanciadamente un pueblo salvaje de cuerpos muy pilosos que los intérpretes llamaban gorillae y Hanón denomina textualmente: ... ..., dando con ello a entender que eran los monos gorilas cuya autenticidad no reconoció la ciencia hasta estos últimos tiempos, pues todos los naturalistas tuvieron el relato por fabuloso y aun hubo quienes, como Dodwell, negaron la autenticidad del texto de Hanón (56).

La famosa Atlántida de Platón es una “noble mentira” a juicio de su moderno traductor y comentador Jowett, no obstante que el insigne filósofo alude en el Timeo a la tradición subsistente en la isla de Poseidonis, cuyos habitantes habían oído hablar a sus antepasados de otra isla de prodigioso tamaño llamada Atlántida.

De entre el vulgo de las gentes sumidas en la ignorancia medioeval sobresalieron tan sólo unos cuantos estudiantes a quienes la antigua filosofía hermética permitió columbrar descubrimientos cuya gloria se atribuye nuestra época, mientras que los científicos de entonces, los antecesores de cuantos hoy ofician de pontifical en el templo de Santa Molécula, creían ver la pezuña de Satanás en los más sencillos fenómenos de la naturaleza.

Dice Wilder (57) que el franciscano Rogerio Bacon dedica la primera parte de su obra: Admirable poder del arte y de la naturaleza al estudio de los fenómenos naturales e insinúa el uso de la pólvora como explosivo y el empleo del vapor de agua como fuerza motora, además de pergeñar la prensa hidráulica, la campana de buzos y el calidoscopio.

También hablaron los antiguos de aguas convertidas en sangre y de lluvias y nieves sanguinolentas formadas por corpúsculos carmesíes que, según la moderna observación, son fenómenos naturales que han ocurrido en toda época, pero cuya causa no se conoce todavía. Cuando en 1825 tomaron las aguas del lago Morat consistencia y color de sangre, uno de los más conspicuos botánicos de este siglo, el ilustre De Candolle atribuyó el fenómeno a la propagación por miríadas del infusorio Oscellatoria rubescens, cuyo organismo es como el anillo de tránsito de reino vegetal al reino animal (58). Muchos naturalistas han tratado de estos fenómenos y cada cual les da causa distinta, pues unos los atribuyen al poder de cierta especie de coníferas y otros a nubes de infusorios, sin faltar quien, como Agardt, confiese francamente su ignorancia sobre el particular (59).

Si el unánime testimonio del género humano es prueba de verdad, no puede aducirla mayor la magia en que durante miles de generaciones creyeron todos los pueblos así cultos como salvajes. La magia es para el ignorante una contravención de las leyes naturales; y si deplorable es tal ignorancia en las gentes incultas de toda época, lo es más todavía en las actuales naciones que de tan fervorosas cristianas y de tan exquisitamente cultas se precian. Los misterios de la religión cristiana no son ni más ni menos incomprensibles que los milagros bíblicos, y únicamente la magia en la verdadera acepción de la palabra nos da la clave de los prodigios operados por Moisés y Aarón en presencia y en oposición a los que operaban los magos de la corte faraónica, sin que la virtud de estos fuese intrínsecamente distinta de la de aquéllos ni que en caso alguno hubiera milagrosa contravención de las leyes de la naturaleza. Entre los muchos fenómenos mágicos que relata el Éxodo, de cuya veracidad no cabe dudar, analizaremos el de la conversión del agua en sangre, según expresa el texto:

Toma tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto... para que se conviertan en sangre (60).

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