Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 65

EL FUEGO TRINO

La filosofía esotérica consideró en todo tiempo el fuego como elemento trínico. De la propia suerte que el agua es un fluido visible con gases invisiblemente disueltos en su masa y subyacente en ella el espiritual principio de la energía dinámica, así también reconocían los herméticos en el fuego tres principios: la llama visible, la llama invisible (8) y el espíritu. A todos los elementos aplicaban la misma regla y sostenían la trínica constitución de los compuestos inorgánicos y orgánicos, incluso el hombre. En opinión de los rosacruces, legítimos sucesores de los teurgos, es el fuego origen no sólo de los átomos materiales, sino también de las fuerzas dinámicas. Al extinguirse la visible llama del fuego, ya no la ve más el materialista; pero el filósofo hermético la sigue viendo más allá del mundo físico, de la propia suerte que sigue la estela del espíritu desencarnado o “chispa vital de la llama celeste” en su tránsito al mundo etéreo a través de la tumba (9).

Tiene este punto demasiada importancia para dejarlo sin comentario. El grosero concepto que del fuego tienen las ciencias físicas revela su desdeñosa ignorancia de la espiritual mitad del universo. lAs mismas autoridades científicas, con sus humillantes confesiones, nos inducen a creer que la filosofía positiva se mueve sobre un tablado de tan carcomidos y endebles postes, que cualquier descubrimiento o invención puede dar al traste con los puntales del armatoste. Al afán que les domina de eliminar de sus conceptos todo elemento espiritual, podemos oponer la siguiente confesión de Balfour Stewart:

Se advierte la tendencia a dejarse llevar hacia los extremos y atender en demasía al aspecto puramente material de los fenómenos. Hemos de ir con cuidado en este punto, no sea que al huir de Scila caigamos en Caribdis, porque el universo ofrece más de un aspecto y posible es que haya en él comarcas inexplorables para los físicos tan sólo armados de pesas y medidas..., pues nada o muy poco sabemos de la constitución y propiedades íntimas de la materia ya organizada ya inorgánica (10).

Respecto a la supervivencia del espíritu nos da Macaulay una todavía más explícita declaración en el siguiente pasaje:

En cuanto al destino del hombre después de la muerte, no acierto a ver por qué el europeo culto, pero sin otro valimiento que su propia razón, ha de estar más en lo cierto que el indio salvaje, pues ni una sola de las muchas ciencias en que aventajamos a los salvajes da la más leve insinuación sobre el estado del alma después de extinguida la vida animal. Lo cierto es, según nos parece, que cuantos filósofos antiguos y modernos, desde Platón a Franklin, quisieron demostrar sin auxilio de la revelación la inmortalidad del hombre fracasaron deplorablemente en su intento.

Sin embargo, hay percepciones espirituales muchísimo más fáciles de probar que los sofismas del materialismo; pero lo que Platón y sus discípulos veían patentemente verdadero, es para los científicos modernos superfluo error de una filosofía espuria. Se han invertido los métodos científicos con menosprecio del testimonio y demostraciones de los antiguos filósofos, que estaban más cercanos a la verdad por su mayor conocimiento del espíritu de la naturaleza reveladora de la Divinidad. Para los modernos pensadores, la sabiduría antigua es un cúmulo heterogéneo de redundancias sin método ni sistema, a pesar de que contra tan despectivo juicio vemos que supeditaban la fisiología a la psicología, mientras que los modernos científicos posponen la psicología a la fisiología, en cuales ciencias no sobresalen gran cosa, según ellos mismos confiesan.

Por lo que toca al último extremo de la objeción de Macaulay, dióle ya anticipada réplica Hipócrates al decir hace muchos siglos:

Todas las ciencias y todas las artes han de indagarse en la naturaleza que, si la interrogamos debidamente, nos revelará las verdades relativas, no sólo a ella, sino a nosotros mismos. lA naturaleza en acción no es ni más ni menos que la manifestada presencia de Dios. ¿Cómo hemos de interrogarla para que nos responda? Hemos de proceder con fe, firmemente convencidos de que al fin descubriremos la verdad completa. Entonces la naturaleza nos pondrá la respuesta en el sentido íntimo que, auxiliado por el conocimiento en ciencias y artes, nos revelará la verdad tan claramente, que sea imposible toda duda (11).

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