Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 88

PINÁCULO DE ILUSIÓN

Uno de los hechiceros tomó un ovillo de bramante y sosteniéndolo en la mano por un cabo lo lanzó al aire con tal violencia que se perdió de vista. Entonces trepó por el cordel con rapidez asombrosa, y aún estaba yo pensando en cómo habría desaparecido, cuando uno tras otro fueron cayendo todos los miembros de su cuerpo, que otro hechicero de la cuadrilla recogía en un cesto que volcado después los dejó revueltos. Sin embargo, en aquel mismo instante vimos todos con nuestros propios ojos que los miembros se reunían de nuevo para formar el cuerpo del prestidigitador, tan vivo, sano y entero como si no hubiese sufrido el menor daño. Nunca en mi vida me maravillé como entonces, y no me cabe duda de que aquellos pervertidos hombres están ayudados por el diablo (19).

En las Memorias del emperador Jahangire se relatan las habilidades de siete prestidigitadores bengaleses que actuaron en presencia de este monarca. Dice así el texto:

Decapitaron y descuartizaron los prestidigitadores a un hombre cuyos miembros quedaron esparcidos por el suelo, hasta que a los pocos minutos los cubrió con una sábana uno de los prestidigitadores que, metiéndose por debajo, salió luego seguido del mismo sujeto a quien había visto descuartizar.

En otra ocasión tomaron una cadena de cincuenta codos de longitud y lanzándola al aire quedó como sujeta por el extremo opuesto a alguna anilla o gancho invisible. Trajeron luego un perro que se encaramó rápidamente por la cadena hasta desaparecer en los aires. El mismo camino siguieron un cerdo, una pantera, un león y un tigre, sin que nadie supiera cómo desaparecían, pues los prestidigitadores guardaron por fin la cadena en una saco (20).

Por nuestra parte hemos presenciado varias veces y en distintos países las suertes de estos prestidigitadores y tenemos el grabado representativo de la escena en que uno de nacionalidad persa tiene ante sí los esparcidos miembros de un hombre recién descuartizado.

Tratando ahora de fenómenos mucho más serios y sin olvidar que repugnamos el calificativo de “milagro”, podríamos preguntar si cabe rebatir lógicamente la afirmación de que algunos taumaturgos devolvieron la vida a los muertos. La voluntad del hombre alcanza a veces suficiente poder para reanimar un cuerpo del que todavía no se haya separado por completo el alma. Muchos fakires consintieron en que los enterraran vivos ante miles de testigos, para resucitar algún tiempo después. Si los fakires poseen el secreto de este fenómeno biológico, análogo al aletargamiento de los animales e invernación de las plantas, no hay razón para dudar de que también lo poseyeran sus antecesores los gimnósofos indos y taumaturgos como Eliseo, Apolonio de Tyana, Jesús, Pablo y otros profetas e iluminados cuyo conocimiento de ese algo (que confiesa Le Conte no comprende la ciencia todavía) de los misterios de vida y muerte inescrutables para los modernos científicos, les capacitaba para devolver la vida a los muertos cuyo cuerpo astral no se había separado por completo del físico.

Si, como afirma un fisiólogo (21), en las moléculas del cadáver están remanentes las fuerzas físico-químicas del organismo vivo, nada impide ponerlas nuevamente en acción, con tal de conocer la naturaleza de la fuerza vital y el modo de dirigirla y dominarla. Prescindimos en este argumento de los materialistas, porque para ellos es el cuerpo humano una locomotora que se paraliza en cuanto le faltan el calor y fuerza que la impulsan. Por otra parte, para los teólogos ofrece mayor dificultad el caso, porque a su entender la muerte rompe la unión de cuerpo y alma, de modo que un muerto sólo puede volver a la vida por operación milagrosa, así como tampoco es posible que una vez cortado el cordón umbilical regrese el recién nacido a la vida uterina. Pero el filósofo hermético se interpone victoriosamente entre los irreconciliables bandos de materialistas y teólogos, con su conocimiento de los vehículos sutiles del espíritu y de la fuerza vital que, dirigida por la voluntad, puede aplicarse en sentido positivo o negativo mientras no se desintegren los órganos vitales del cuerpo físico.

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