Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 36

FENÓMENOS INSÓLITOS

Pero escuchemos ahora el algún tanto minucioso extracto que de los procesos verbales levantados con ocasión de las insólitas ocurrencias de Cevennes hace Figuier en su ya citada obra. Dice así:

Una convulsionaria se colocó pecho arriba, doblada en arco, sin otro apoyo que una estaca hincada en el suelo cuya punta libre sostenía el cuerpo por la región lumbar. Puesta de este modo la joven, en mitad del aposento, le dejan caer, a su misma instancia, sobre el abdomen, una piedra de cincuenta libras de peso, luego de levanta en alto por medio de una cuerda arrollada a una carrucha fija en el techo. Los circunstantes, entre quienes se contaba Montgerón, atestiguaron que la punta de la estaca no penetró en la carne ni siquiera dejó señal en la piel a pesar de la violencia del golpe que, por otra parte, no molestó en lo más mínimo a la muchacha, quien lejos de quejarse, decía gritando que la golpearan con más fuerza. Otro caso es el de Juana Maulet, joven de veinte años, que puesta de espaldas a la pared recibió en la boca del estómago cien martillazos descargados por un robusto hombretón a cuyos golpes retemblaba la pared. Para comprobar la violencia percusora de los martillos, el mismo Montgerón golpeó con la maza de un jansenista la pared contra que se apoyaba la joven, y a los veinticinco golpes abrió un boquete de más de medio pie. También refiere Montgerón que en otras ocasiones se hizo la prueba golpeando una barrena apoyada sobre la boca del estómago de convulsionarios de uno y otro sexo, en cuyo semblante se reflejaba el deleite que, según confesión propia, les causaba una tortura capaz de atravesarles las entrañas hasta el espinazo... A mediados del siglo XIX, ocurrieron en Alemania fenómenos de posesión en la persona de unas monjas que daban saltos mortales, trepaban ágilmente por las paredes y hablaban sin dificultad idiomas extranjeros (63). Sin embargo, el remedio de todo ello consistía en que las poseídas recurriesen al matrimonio (64)... He de añadir que los fanáticos de San Medardo tan sólo recibían los golpes durante las crisis convulsivas y, por consiguiente, como indica el doctor Calmeil, el estado de turgencia, contracción, erotismo, espasmo o dilatación en que, según los casos, quedaba el organismo de los convulsos, pudo muy bien amortiguar y aun resistir la violencia de los golpes. La asombrosa insensibilidad de la piel y del tejido adiposo en casos que debieran haberlos desgarrado, se explica por la consideración de que en momentos de extrema emotividad, como los paroxismos de ira, temor y cólera, también queda insensible el organismo... Por otra parte, dice asimismo el doctor Calmeil, que para golpear los cuerpos de los convulsivos se empleaban instrumentos muy voluminosos de superficie plana y redondeada o bien de forma cilíndrica y punta roma, cuyo efecto vulnerante es muchísimo menor que si se hubieran empleado cordeles o instrumentos punzantes de mucha elasticidad. Así es que los golpes producían en el organismo de los convulsivos el mismo efecto que un saludable masaje, al paso que aminoraban los dolores propios del histerismo (65).

Conviene advertir ahora que cuanto precede no es burla socarrona, sino la explicación que de los fenómenos da por pluma de Figuier una de las eminencias médicas de Francia en aquel entonces, el doctor Calmeil, director del manicomio de Charentón, lo cual infunde la sospecha de si al cabo de tantos años de trato no le contagiarían sus pupilos. Además, no tiene en cuenta Figuier que en otro pasaje de su obra (66) describe gráficamente la resistencia que el cuerpo de la convulsa Elia Marión opuso, como si fuese de hierro, a la afilada punta de un cuchillo, así como también dice que en varias ocasiones se emplearon puntiagudas barras de hierro, espadas y hachas y otras armas punzantes y cortantes.

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