Capítulo 149
RELIQUIAS CEILANESAS
En esta isla tenemos un antiguo, fiel y muy sabio amigo pali que posee una curiosa hoja de palmera (incorruptible gracias a ciertas manipulaciones químicas) y una enorme media concha. En la hoja de palmera está la figura del ciego gigante Somona el Menor (9) de cabellera larga hasta el suelo, que abrazado a las cuatro columnas centrales de una pagoda, la derriba sobre el numeroso concurso acudido a la fiesta. La concha ostentaba en su nacarada superficie un grabado díptico de labor y composición múchísimo más artística que los crucifijos y otras piadosas bagatelas del mismo material que se elaboran hoy en Jaffa y Jerusalén. En la primera división del grabado está representado el Siva indo con todos sus atributos, en actitud de sacrificar a su hijo (10), colocado sobre una pira. El padre aparece suspendido en el aire, con el arma levantada a punto de herir a la víctima, pero con el rostro vuelto hacia un árbol en cuyo tronco ha clavado profundamente los cuernos un rinoceronte, quedando allí preso. La otra división del díptico representa el mismo rinoceronte sobre la pira con el arma hundida en el costado, y el ya libre hijo de Siva ayudando a su padre a encender el fuego del sacrificio.
Para remontarnos al origen de este mito bíblico hemos de recordar que Siva, Baal, Moloch y Saturno son idénticos; que aun hoy mismo los árabes mahometanos consideran a Abraham como a Saturno en la Kaaba (11); que Abraham e Israel eran distintos nombres de Saturno (12); y que Saturno ofreció su hijo unigénito en sacrificio a su padre Urano y que se circuncidó a sí mismo y obligó a la circuncisión a sus parientes y aliados (13). Pero este mito no es de origen fenicio ni caldeo, sino puramente indo, porque su modelo se halla en el Mahâ-Bhârata, y aunque fuese budista, remontaría su antigüedad más allá del Pentateuco hebreo, compilado por Esdras (14) después de la cautividad de Babilonia y revisado por los rabinos de la Sinagoga Mayor.
Por consiguiente, nos atrevemos a discrepar en estos puntos del criterio de muchos científicos cuya superior erudición reconocemos. Una cosa es la inducción científica y otra el conocimiento de hechos, por muy contrarios a la ciencia que a primera vista parezcan. Pero las indagaciones científicas han bastado para demostrar que los originales sánscritos de Nepal fueron traducidos por los misioneros budistas a casi todas las lenguas asiáticas. Asimismo tradujeron al siamés los manuscritos palis que llevaron a Birmania y Siam, por lo que es muy fácil explicar la divulgación de las mismas leyendas y mitos religiosos en estos países.
Maneto nos habla de los pastores palis que emigraron a occidente; y así, las tradiciones ceilanesas que encontramos en la Kábala caldea y en la Biblia judaica nos inducen a sospechar que, o bien los caldeos y babilonios estuvieron en Ceilán y la India, o bien que las tradiciones de los palis fueron gemelas de las de los acadianos, cuyo origen tantas dudas envuelven, aunque Rawlinson acierte al decir que vinieron de Armenia. Como el campo está actualmente abierto a todas las hipótesis, podemos admitir que los acadianos llegaron a Armenia por las orillas del mar Caspio (15) y del Ponto Euxino, procedentes de allende el Indo o bien de Ceilán. Es imposible descubrir con seguridad las huellas de los arios nómadas, y por lo tanto, no cabe otro recurso que juzgar por inducción, previo el cotejo de sus mitos esotéricos. Tal vez, como sin duda no ignorarán los eruditos, el mismo Abraham fue uno de los pastores palis que emigraron a Occidente, pues le vemos salir con su padre de Terah de Ur de los caldeos (16).