Capítulo 114
TRANSMUTACIÓN DE METALES
Sobre la materia de que vamos tratando, dice Peisse:
Dos palabras acerca de la alquimia. ¿Qué debemos pensar del arte hermético? ¿Cabe creer en la transmutación de los metales en oro? Los positivistas, los despreocupados del siglo XIX saben muy bien que Luis Figuier, doctor en ciencias y en medicina y catedrático de análisis químico de la Escuela de Farmacia de París, vacila, duda y está indeciso en esta cuestión. Conoce a varios alquimistas (pues sin duda los hay) que, apoyados en los modernos descubrimientos de la química, y sobre todo en la teoría de los equivalentes atómicos expuesta por Dumas, afirman que los metales no son cuerpos simples o elementos en el riguroso sentido de la palabra y que en consecuencia pueden obtenerse por descomposiciones químicas... Esto me mueve a dar un paso adelante y a confesar ingenuamente que no me sorprendería de que alguien hiciese oro. Una sola pero suficiente razón daré de ello, y es que el oro no ha existido siempre, pues sin duda debió su formación a algún proceso químico o de otra índole en el seno de la materia ígnea del globo (112) y quizás hay actualmente oro en vías de formación. Los supuestos elementos químicos son, con toda probabilidad, productos secundarios en la formación de la masa terrestre. así se ha demostrado respecto del agua que para los antiguos era uno de los más importantes elementos. Hoy día podemos hacer agua. ¿Por qué no podríamos hacer oro? El eminente experimentador Desprez ha logrado fabricar el diamante, y aunque este diamante sea un diamante científico, un diamante filosófico sin valor comercial acaso, no por ello flaquea mi posición dialéctica. Por otra parte, no se trata de simples conjeturas, pues todavía vive el adepto alquimista Teodoro Tiffereau, ex preparador de química en la Escuela Profesional Superior de Nantes, quien el año 1853 envió a las corporaciones científicas una comunicación en que subrayando las palabras decía: “He descubierto el procedimiento para obtener oro artificial. He obtenido oro” (113).
El cardenal de Rohán, la famosa víctima de la conspiración llamada del collar de diamantes, aseguró que había visto cómo el conde de Cagliostro fabricaba oro y diamantes. Suponemos que los partidarios de la hipótesis de Hunt no aceptarán la de Peisse, pues opinan que los yacimientos metalíferos son efecto de la vida orgánica. En consecuencia, nos atendremos a las enseñanzas de los filósofos antiguos dejando que unos y otros disputen hasta conciliar sus divergencias de modo que nos revelen la verdadera naturaleza del oro, diciéndonos si es producto de la interna alquimia volcánica o filtrada secreción de la superficie terrestre.
El profesor Balfour Stewart, a quien nadie se atreverá a calificar de retrógrado pues más fácil y frecuentemente que sus colegas admite los errores de la ciencia moderna, se muestra tan indeciso como otros en esta cuestión, diciendo que “la luz perpetua es tan sólo un nombre más del movimiento continuo y tan quimérica como éste, pues no disponemos de medio alguno para restaurar el consumo de combustible” (114). Añade Stewart que una luz perpetua ha de ser obra de mágico poder y, por lo tanto, no de esta tierra, en donde las modalidades de energía son transitorias; y al argumentar de esta suerte parece como si supusiera que los filósofos heméticos hubiesen afirmado que la luz perpetua fuese una de tantas luces terrestres producidas por la combustión de materias lucíferas. En este punto se han interpretado siempre torcidamente las ideas de los antiguos filósofos.