Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 6

SIMBOLISMO DE LAS PIRÁMIDES

Conviene advertir que la teoría de los ciclos, simbolizada por los hierofantes egipcios en el “círculo de necesidad”, explica al propio tiempo la alegoría de la “caída del hombre”. Según la descripción que de las pirámides de Egipto (6) dan los autores arábigos, cada una de las siete cámaras de estos monumentos llevaba el nombre de un planeta. Su peculiar arquitectura denota ya de por sí la metafísica alteza del pensamiento de los constructores. La cúspide, perdida en el claro azul del cielo faraónico, simboliza el punto primordial, perdido en el universo invisible, de donde surgieron los espirituales tipos de la primera raza humana. En cuanto la momia quedaba embalsamada, perdía, por decirlo así, su individualidad física y simbolizaba la raza humana. Ponían los egipcios la momia en la actitud más favorable a la salida del “alma”, que estaba obligada a pasar por las siete cámaras planetarias antes de recobrar su libertad por la simbólica cúspide. Las cámaras simbolizaban a un tiempo las siete esferas y los siete superiores tipos físico-espirituales de la humanidad futura. De tres en tres mil años, el alma, símbolo de la raza, había de regresar al punto de partida para de allí emprender nueva peregrinación hacia un mayor perfeccionamiento físico y espiritual. Verdaderamente es preciso ahondar en la abstrusa metafísica de los místicos orientales para percatarnos de la multiplicidad de temas que a un tiempo abarcaba su majestuosa mente.

No satisfecha el Adán edénico (7) de las condiciones en que le puso el Demiurgos (8) intentó orgullosamente ser creador. Este segundo Adán, salido de manos del andrógino Kadmon, es también andrógino, pues según las antiquísimas enseñanzas encubiertas alegóricamente por Platón (9) los arquetipos de las razas humanas estaban contenidos en el árbol microcóspico que creció y se desarrolló dentro y debajo del gran árbol mundanal o macrocósmico. Por diversos e innumerables que sean los rayos del sol espiritual, todos emanan de la unidad divina en cuya lumínica fuente tuvieron su origen las formas orgánicas e inorgánicas y también la forma humana.

Aun cuando repudiáramos la primitiva androginidad del hombre en lo concerniente a su evolución física, no cambiaría el sentido espiritual de la alegoría. Mientras el Adán edénico, el primer dios-hombre, encarnación de los elementos masculino y femenino, se mantuvo en estado de inocencia sin idea del bien y del mal, no sintió apetencia de “mujer” porque ella estaba en él y él en ella (10). Adán asume la distinción masculina separada de la femenina cuando la maligna serpiente (11) mostró el fruto del árbol mundanal o árbol de la ciencia. En aquel punto cesa la integración andrógina y el hombre y la mujer se diferencian en dos distintas entidades con ruptura del enlace entre el espíritu puro y la materia pura.

Desde entonces dejó el hombre de crear espiritualmente por el poder de su voluntad, limitado en adelante al orden físico hasta reconquistar el reino espiritual tras larga prisión en la cárcel de carne. Tal es el significado del Gogard, el helénico árbol de la vida, el sagrado roble en cuyas frondosas ramas anida una serpiente que no es posible expulsar de allí (12). Esta serpiente mundana repta fuera del ilus primordial y a cada evolución acrecienta su corpulencia, fuerza y poderío.

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