Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 116

RUINAS DE KARNAK Y DENDERA

Un periódico inglés, del año 1870, publicó el relato de un viajero, del que entresacamos el siguiente párrafo:

Patios, salas, galerías, columnas, obeliscos, monolitos, estatuas y esfinges abundan de tal modo en Karnak, que su vista no es bastante para que la mente los abarque.

Por su parte, dice el viajero francés Denton:

Difícilmente puede creerse, ni aun viéndolos, que haya adosados en un solo paraje tantos edificios de colosales proporciones cuya construcción supone infatigable perseverancia y cuya magnificencia exigió incalculable dispendio, de modo que el espectador duda de si está despierto o si sueña al contemplar tanta grandeza... En el recinto del Santuario hay lagos y montañas. Escogemos estos dos edificios como ejemplo entre una lista poco menos que interminable. Todo el valle del Nilo y la comarca del Delta, desde las cataratas al mar, estaba cubierto de templos, palacios, sepulcros, pirámides, obeliscos y monumentos con esculturas cuyo mérito excede a toda ponderación. Los entendidos en el arte diputan por maravillosa la perfección con que los artistas egipcios labraban el granito, la serpentina, el mármol y el basalto... Los animales y plantas parecen arrancados del natural y los objetos de artificio están primorosamente esculpidos. En los bajos relieves predominan escenas de batallas, combates navales y asuntos de la vida doméstica.

Savary añade sobre el particular:

La vista de los monumentos sugiere elevadas ideas a la mente del viajero que, ante los soberbios y colosales obeliscos cuya grandiosidad parece transponer los límites de la potencia humana, no puede por menos de exclamar con ennoblecedora satisfacción: ¡Esto fue obra de hombres! (16).

A su vez, el doctor Richardson habla del templo de Dendera diciendo:

Las figuras femeninas están labradas con perfección tan exquisita, que únicamente les falta el don de la palabra, pues la dulce expresión de su rostro no ha sido aventajada hasta ahora por artista alguno.

Todas las piedras están cubiertas de jeroglíficos cuyo cincelado es más primoroso cuanto más antiguo, en prueba de que las primeras noticias históricas de los egipcios corresponden a época en que ya las artes decaían rápidamente entre ellos.

Las inscripciones jeroglíficas de los obeliscos están grabadas con perfección insuperable hasta una profundidad de cincuenta milímetros y a veces todavía mayor (17). No cabe duda de que todas estas obras, cuya solidez iguala a su belleza, se construyeron en época anterior al Éxodo de los hebreos, y casi todos los arqueólogos convienen en que cuanto más nos remontamos en la historia, más perfecto y delicado aparece el arte egipcio. Sin embargo, Fiske disiente de la opinión general y se aventura a decir que “las esculturas de los monumentos del Egipto, Indostán y Asiria, denotan al fin y al cabo escasas facultades artísticas” (18). Pero este erudito va todavía más allá en su empeño de negar la sabiduría de los antiguos (que de derecho corresponde a la casta sacerdotal) y dice despectivamente:

Lewis (19) ha refutado completamente la extravagante opinión de que los sacerdotes egipcios poseyeran desde la más remota antigüedad profundos conocimientos científicos que comunicaron a los filósofos griegos... Respecto a Egipto, India y Asiria, puede afirmarse que los colosales monumentos que desde los tiempos prehistóricos embellecieron estos países, atestiguan la primitiva influencia de un bárbaro despotismo incompatible con la elevación de la vida social y, por lo tanto, con el verdadero progreso (20).

No deja de ser peregrino el argumento. Porque si de la magnitud y proporciones de los monumentos públicos hubiera de inferir la posteridad el “atraso de la civilización”, bien podrían los estados Unidos de Norte América, que de tan cultos y libres presumen, reducir desde luego sus arañacielos a un solo piso; pues de lo contrario, con arreglo al criterio de Lewis, los arqueólogos del año 3877 al tratar de la “antigua América” de 1877 dirán que el país norteamericano fue un desmedido latifundio cultivado por los esclavos del presidente de la república. ¿Acaso la raza aria carece de aptitudes para la edificación y no pudo competir con los etíopes orientales (21) o caucásicos de tez obscura? ¿Habremos de inferir de ello que los grandiosos templos y pirámides fueron forzosamente erigidos bajo el látigo de un déspota inhumano? ¡Extraña lógica! Sería sin duda mucho más prudente atenernos a los “rigurosos cánones de la crítica” promulgados por Lewis y Grote, confesando sinceramente de una vez que sabemos muy poco acerca de las naciones antiguas y no será posible salir de especulativas hipótesis hasta que nos orientemos en la dirección seguida por los sacerdotes antiguos. Los modernos eruditos sólo saben lo que se les permitía saber a los no iniciados; pero esto debiera bastar para convencerles de que, no obstante vivir en el siglo XIX con su presumida supremacía en ciencias y artes, serían completamente incapaces, no ya de construir algo semejante a los monumentos de Egipto, India y Asiria, sino ni siquiera de redescubrir la menor de las artes perdidas.

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