Capítulo 73
REENCARNACIÓN DE BUDA
Había en el recinto un altar dispuesto para recibir a un niño recién nacido que, según juzgaban por ciertos signos secretos los sacerdotes iniciados, era una reencarnación de Buda. En presencia de los fieles colocan los sacerdotes al niño sobre el altar y al punto yergue el cuerpo, se sienta en el ara y con varonil y robusta voz exclama: “Soy el espíritu de Buda; soy vuestro Dalai Lama que abandoné mi decrépito cuerpo en el templo de... y escogí el cuerpo de este niño para morar de nuevo en la tierra”. Los sacerdotes permitieron aue con el debido respeto tomara al niño en mis brazos y me lo llevara hasta suficiente distancia de ellos para convencerme de que no se habían valido de ningún artificio de ventriloquía. El niño me miró gravemente con estremecedora mirada y repitió las mismas palabras.
El científico florentino envió al Instituto un autorizado relato de este suceso; pero los individuos de dicha corporación, lejos de reconocer la veracidad del testimonio, dijeron que en aquella circunstancia estaría el científico atacado de insolación o habría sido víctima de alguna ilusión acústica.
Este hecho de la reencarnación de Buda es en extremo raro, pues sólo sucede muy de tarde en tarde, a la muerte del Dalai Lama cuya dilatada vida es proverbial entre los tibetanos. Por esta razón dice un texto chino:
Es tan difícil encontrar un Buddha como las flores del Udumbara y del Palâsa (29).
El abate Huc, cuyos viajes por la China y el Tíbet son tan conocidos, relata asimismo el hecho del renacimiento de Buda, con la curiosa circunstancia de que el niño-oráculo demostró plenamente ser un alma vieja en cuerpo joven, por cuanto a cuantos le conocieron en su anterior existencia les dio exactos pormenores de ella (30).
Si este prodigioso caso fuese el único de su índole habría fundamento para repudiarlo; pero, por el contrario, los hubo y los hay tan semejantes como el niño de quince meses (31) que “hablaba en correcto francés cual si tuviera a Dios en los labios” y los niños de Cevennes cuyos proféticos discursos atestiguaron los más ilustres sabios de Francia; y en nuestros propios tiempos el recién nacido de Saar Louis (Francia) que después de profetizar con voz clara y distinta los sangrientos sucesos históricos de 1876, quedó muerto en el acto (32), y el niño Jenken que a los tres meses dio muestras de admirable precocidad mediumnímica (33).
A la par que otros viajeros, el abate Huc describe el maravilloso árbol del Tíbet llamado kunbum, como sigue: “Todas las hojas de este árbol llevan escrita una máxima religiosa en caracteres sagrados, de tan acabada hechura, que no los trazarían mejores en la tipografía de Didot. Las hojas a punto de abrirse tienen ya a medio formar los admirables caracteres de este árbol único en su especie. Pero en la corteza de las ramas aparecen también otros caracteres y otros nuevos en las capas inferiores, de suerte que cada una de estas capas superpuestas ofrece un tipo distinto sin que sea posible ni el más leve asomo de imposturas. Este árbol no medra en ninguna otra latitud, pues ha fracasado todo intento de aclimatación, ni tampoco puede reproducirse por vástagos. Dice la leyenda que brotó de la cabellera del Lama Son-Ka-pa, una de las reencarnaciones de Buda. Añadiremos al relato del abate Huc que los caracteres trazados por la naturaleza en las diversas partes del kunbum están compuestos en lengua senzar o idioma del sol (sánscrito antiguo) y relatan la historia de la creación y entrañan lo más substancial de la doctrina budista. Bajo este aspecto hay la misma relación entre los caracteres del kunbum y el budismo, que entre las pinturas del templo de Dendera y la religión faraónica.