Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 76

LA PRUEBA DEL FUEGO

Parece que los misioneros jesuitas presenciaron muchas de estas operaciones mágicas a cuya referencia presta Baldinger entero crédito. Entre ellas se cuenta la llamada tschamping (41) o manipulación del fuego, que los jesuitas aprendieron de los hechiceros indígenas, quienes la efectúan todavía con éxito (42).

Sin embargo, la misma operación llevan a cabo los médiums en estado de trance, según el respetabilísimo y fidedigno testimonio de lord Adair y S. C. Hall. Los espiritistas atribuirán el fenómeno a los espíritus; pero conviene advertir que ni los magos conscientes ni los inconscientes o juglares tienen necesidad de ponerse en trance para manipular el fuego y objetos candentes, mientras que los médiums no son capaces de la misma operación en estado de vigilia. Hemos visto a un juglar indo tener las manos sobre el fuego de un horno hasta quedar las brasas en ceniza. Durante la ceremonia religiosa de Siva-Râtri (víspera de Siva), cuando el pueblo pasa la noche en vela y oración, un juglar de raza tamil operó ante los sivaitas muy prodigiosos fenómenos con auxilio de un gnomo a que llaman kutti sâttan (demonio chico); mas para que las gentes no pensaran que el gnomo le dominaba, como pretendía un misionero católico allí presente, quien aprovechó la oportunidad para decir a los espectadores que “aquel mísero pecador había vendido el alma al diablo”, metió las manos en el fuego como en refrigerante baño, y dirigiendo la vista al misionero exclamó con arrogante voz: “Mi padre y mi abuelo tuvieron a este espíritu a sus órdenes y desde hace dos siglos es el servidor de mi estirpe. ¿Cómo queréis que las gentes le crean mi amo? Pero todos saben muy bien a qué atenerse”. Dicho esto sacó las manos del fuego e hizo otras habilidades no menos sorprendentes.

Todos los europeos residentes en la India saben de oídas que algunos brahmanes poseen maravillosas facultades proféticas y clarividentes, no obstante de que esos mismos europeos al regresar a sus “civilizados países” asienten a las incrédulas burlas con que se reciben sus relatos y aun llegan a desmentir su veracidad. Porque los brahmanes a que nos referimos moran hacia las costas occidentales de la India, en apartados lugares o en recintos de población cuya entrada está prohibida a los europeos, quienes, por esta circunstancia, es muy raro que logren trabar amistad con los videntes. Se supone como causa de este apartamiento la escrupulosa observancia de las leyes de casta; pero estamos firmemente convencidos de que muy otro es el verdadero motivo, cuyo esclarecimiento tardará muchísimos años y tal vez siglos.

En cuanto a las castas inferiores o masas populares de la India, no tienen del diablo el concepto dominante entre los cristianos, a pesar de que tanto los misioneros católicos como los protestantes acusan a la plebe inda de estar vendida al “tradicional y astuto enemigo del género humano”. Sin embargo, las gentes de la India creen en la existencia de espíritus benéficos y malignos, pero no adoran ni temen al diablo, pues su culto religioso se contrae en este punto a la práctica de ceremonias a propósito para ahuyentar a los espíritus terrestres (43), que les infunden más temor que los elementales. A tal propósito entonan himnos, tañen instrumentos y queman perfumes cuyas vibraciones y emanaciones son pernicioso ambiente para los elementarios. Estas prácticas datan de miles de años entre aquellas gentes que las heredan y transmiten de generación en generación (44); y para demostrar que el intento va dirigido contra las entidades elementarias, valga la consideración de que cuando una familia inda infiere de la conducta de alguno de sus individuos que al morir se ha convertido en larva o entidad elementaria (45), se esfuerzan en mantenerla propicia ofreciéndole tortas, frutas y los manjares de que más gustó en vida, pues conocen por experiencia cuán terrible es la persecución de estas entidades. Así es que, generalizando la práctica, depositan en los sepulcros o cerca de las urnas cinerarias de los malvados, diversidad de manjares y bebidas con intento de retenerlos en el lugar de su enterramiento o incineración, según el caso, e impedir con ello que regresen a sus hogares. Hasta hace unos quince años, en que fue prohibida por el gobierno, subsistió en la India la costumbre de amputar los pies a los ajusticiados, pues creía el vulgo que de este modo no podría el alma del criminal cometer nuevas maldades.

Varios misioneros, entre ellos el reverendo Lewis (46), han referido circunstanciadamente este hecho, aunque, como de costumbre, lo achaquen todo a la adoración del diablo, cuando nada hay en ello que ni por asomo se le parezca.

Otra prueba de que los indos no adoran al diablo, es que carecen de palabra expresiva de este concepto, pues a las entidades elementarias suelen designarlas, según su índole, con los nombres de pûttâm (fantasma persecutorio), pey (espectro) y pishâcha (duende). Los más temibles para los induistas son los pûttâm, pues creen que vuelven a la tierra para atormentar a los vivos y frecuentan el lugar de su enterramiento o incineración. Los espíritus del fuego o espíritus de Siva son entre los indos lo mismo que los gnomos y las salamandras de los rosacruces y, como estos, los representan en figura de enanos de cuerpo ígneo, que moran en los abismos terrestres y entre las llamas del fuego (47).

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