Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 27

LA OBSESIÓN

Dice la cábala: “Cierra la puerta a la faz del demonio y echará a correr huyendo de ti, como si le persiguieses”. Esto significa que no debemos consentir la influencia de los espíritus de obsesión, atrayéndolos a una atmósfera siniestra.

Estos espíritus obsesionantes procuran infundirse en los cuerpos de los mentecatos e idiotas, donde permanecen hasta que los desaloja una voluntad pura y potente. Jesús, Apolonio y algunos apóstoles tuvieron la virtud de expulsar los espíritus malignos, purificando la atmósfera interna y externa del poseído, de suerte que el molesto huésped se veía precisado a salir de allí. Ciertas sales volátiles les son muy nocivas, como lo demostró experimentalmente el electricista londinense Varley colocándolas en un plato puesto debajo de la cama para librarse de las molestias que por la noche le asaltaban (36).

Los espíritus humanos de placentera e inofensiva índole, nada han de temer de ewtas manipulaciones, pues como se han desembarazado ya de la materia terrena, no pueden afectarles en lo más mínimo las combinaciones químicas, como afectan a los espíritus elementales y a las entidades apegadas a la tierra.

Los cabalistas antiguos opinaban que las larvas o elementales humanos tienen probabilidad de reencarnación en el caso de que, por un impulso de arrepentimiento bastante poderoso, se liberten de la pesadumbre de sus culpas con auxilio de alguna voluntad compasiva que le infunda sentimientos de contrición. Pero cuando la mónada pierde por completo su conciencia ha de recomenzar la evolución terrestre y seguir paso a paso las etapas de los reinos inferiores hasta renacer en el humano. No es posible computar el tiempo necesario para que se cumpla este proceso, porque la eternidad desvanece toda noción de tiempo.

Algunos cabalistas y otros tantos astrólogos admitieron la doctrina de la reencarnación. Por lo que a los últimos se refiere observaron que la posición de los astros, al nacer ciertos personajes históricos, se correspondía perfectamente con los oráculos y vaticinios relativos a otros personajes nacidos en épocas anteriores. Aparte de estas observaciones astrológicas, corroboró la exactitud de esta correspondencia, por algunos atribuida a curiosas coincidencias, el “sagrado sueño” del neófito durante el cual se obtenía el oráculo, cuya trascendencia es tanta que aun muchos de cuantos conocen esta temerosa verdad, prefieren no hablar ni siquiera de ella, lo mismo que si la ignorasen. En la India llaman a esta sublime letargia “el sagrado sueño de ***” y resulta de provocar la suspensión de la vida fisiológica por medio de cietos procedimientos mágicos en que sirve de instrumento la bebida del soma. El cuerpo del letárgico permanece durante algunos días como muerto y por virtud del adepto queda purificado de sus vicios e imperfecciones terrenas y en disposición de ser el temporal sagrario del inmortal y radiante augeoides. En esta situación el aletargado cuerpo refleja la gloria de las esferas superiores como los rayos del sol un espejo pulimentado. El letárgico pierde la noción del tiempo y al despertar se figura que tan sólo ha estado dormido breves instantes. Jamás sabrá qué han pronunciado sus labios, pero como los abrió el espíritu, no pudo salir de ellos más que la verdad divina. Durante algunos momentos el inerte cuerpo se convertirá en infalible oráculo de la sagrada Presencia, como jamás lo fueron las asfixiadas pitonisas de Delfos; y así como éstas exhibían públicamente su frenesí mántico, del sagrado sueño son tan sólo testigos los pocos adeptos dignos de permanecer en la manifestada presencia de ADONAI.

A este caso podemos aplicar la descripción que hace Isaías de cómo ha de purificarse un profeta antes de ser heraldo del cielo. Dice en su metafórico lenguaje: “Entonces voló hacia mí un serafín con un ascua que había tomado del altar y la puso en mi boca y dijo: He aquí que al tocar esto en tus labios se han borrado tus iniquidades”.

En Zanoni describe Bulwer Lytton, en estilo de incomparable belleza, la invocación del purificado adepto a su augoeides, que no responderá a ella mientras se interponga el más ligero vestigio de pasión terrena. No solamente son muy pocos los que logran éxito en esta invocación, sino que aun estos lo consiguen únicamente cuando han de instruir a los neófitos u obtener conocimientos de excepcional importancia.

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