Capítulo 166
ESTATUAS ANIMADAS
La universalidad de una creencia debe de basarse forzosamente en una abrumadora acumulación de hechos que la robustezcan de generación en generación. La más arraigada creencia universal es la magia o psicología oculta. Los que en nuestro tiempo se percatan de las formidables virtudes mágicas, aunque en los países cultos sean débiles sus efectos, ¿se atreverán a desmentir a Porfirio y Proclo que afirman la posibilidad de animar durante algunos momentos las estatuas de los dioses? No serán capaces de negarlo quienes bajo su firma aseguran haber visto moverse mesas y sillas y escribir lápices sin que nadie los toque. Cuenta Diógenes Laercio que el Areópago ateniense desterró al filósofo Estilpo por haberse atrevido a decir en público que la imagen de Minerva esculpida por Fidias no era más que un trozo de mármol; pero nuestro siglo, no obstante remedar a los antiguos en todo (88), presume aventajarles en conocimientos psicológicos, hasta el extremo de que encerraría en un manicomio a cuantos creen en el fenómeno de las “mesas semovientes”.
De todos modos, la religión de los antiguos será la religión del porvenir. Dentro de algunos siglos ya no habrá creencias dogmáticas en las religiones culminantes de la humanidad. Induísmo y budismo, cristianismo e islamismo desparecerán sepultados bajo el pujante alud de los hechos. “Infundiré mi espíritu en toda carne”, dice el profeta Joel. “En verdad os digo que mayores obras que éstas haréis vosotros”, prometió Jesús, mas para ello es preciso que el mundo se reconvierta a la capital religión del pasado, al conocimiento de los majestuosos sistemas precedentes de mucho al brahmanismo y aun al monoteísmo de los antiguos caldeos.
Entretanto, hemos de recordar los efectos consiguientes a la revelación de los misterios. Para infundir en la obtusa mente del vulgo la idea de la CAUSA PRIMERA, de la omnipotente VOLUNTAD creadora, los sabios sacerdotes de la antigüedad no disponían de otro medio que el transporte aéreo de cuerpos pesados, la animación divina de la materia inerte, el alma en ella infundida por la potencial voluntad del hombre, imagen microcósmica del gran Arquitecto. ¿Por qué el católico piadoso ha de repugnar, por ejemplo, las prácticas, que llama paganas, de los indios tamiles? El milagro de sangre de San Genaro, en Nápoles, lo hemos presenciado también en la población inda de Nârgercoil. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro prodigio? La coagulada sangre de un santo del catolicismo hierve y humea en la redoma para satisfacción de rapazuelos devotos, y desde su magnífica hornacina lanza la imagen del mártir radiantes sonrisas de bendición sobre el concurso de fieles cristianos. El sacerdote católico sacude la redoma y se opera el milagro de la sangre. Por otra parte; el sacerdote indo introduce una redoma de arcilla llena de agua en el abierto pecho del dios Suran y después le clava una flecha, a cuyo golpe brota la sangre en que se convertido el agua. Y tanto cristianos como indos quedan extasiados a la vista de semejantes prodigios. No hay entre ambos fenómenos la más leve diferencia; ¿y no pudiera ser que el mismo San Generao les hubiese enseñado la impostura a los indos?
Dice Hermes:
-Sabe, ¡oh Asclepio!, que así como el altísimo es el padre de los dioses celestiales, del mismo modo es el hombre el artífice de los dioses que están en los templos y se complacen en la compañía de las gentes. Fiel a su origen y naturaleza, la humanidad persevera en esta imitación de los poderes divinos. Si el Pare creador hizo a su propia imagen los dioses inmortales, el hombre hace a los dioses a su propia imagen.
-¿Y hablas tú de las imágenes de los dioses?, ¡oh Trismegisto!
-Cierto que sí, Asclepio; y por mucha que sea tu desconfianza, ¿no adviertes que estas imágenes están dotadas de razón, animadas por un alma, y que pueden obrar los mayores prodigios? ¿Cómo negaríamos la evidencia, cuando estos dioses tienen don profético y vaticinan lo futuro, siempre que a ello les mueven las fórmulas mágicas de los sacerdotes?... Maravilla de maravillas es que el hombre haya inventado dioses... Verdaderamente, la fe de nuestros antepasados anduvo extraviada, y en su orgullo no supieron descubrir la real naturaleza de estos dioses..., sino que los identificaron consigo mismos. Impotentes para crear almas y espíritus, evocan los de ángeles y demonios para animar las imágenes sagradas de modo que presidan los Misterios, y comunican a los ídolos su propia facultad de obrar bien o mal.