Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 158

EL EJERCICIO DE LA MAGIA

Marco Polo, el audaz viajero del siglo XIII, dice que “las gentes de Pashai están muy versadas en brujería y diabólicas artes” (63). Pero los tiempos antiguos son exactamente como los modernos en lo tocante al ejercicio de la magia, sin más diferencia que la reserva de los adeptos y el secreto de las prácticas aumenta en proporción de la curiosidad de los viajeros.

Hiuen-Thsang dice de los habitantes de dichos países que “los hombres son aficionados al estudio, aunque no se entregan a él con mucho ardor, y la ciencia mágica es entre ellos una profesión ordinariamente mercantil” (64). No queremos contradecir en este punto al venerable peregrino chino, y admitiremos sin reparo que en el siglo VII hubo quienes lucraron con la magia como también lucran algunos hoy día, aunque no seguramente los verdaderos adeptos. El piadoso e intrépido Hiuen-Thsang, que arriesgó cien veces la vida para contemplar la sombra de Buda en la cueva de Peshawur, no se atrevería a acusar de mercaderes de magia a los santos lamas y monjes taumaturgos. Hiuen-Thsang debió tener presente la respuesta de Gautama a su protector el rey Prasenagit, que le había llamado para que obrase milagros. Díjole Buda: “¡Oh príncipe! Yo no enseño la ley a mis discípulos diciéndoles que a la vista de los brahmanes y de los padres de familia operen por sobrenatural poder milagros mayores que hombre alguno, sino que cuando les enseño la ley, les digo: Vivid de modo que ocultéis vuestras buenas obras y mostréis vuestros pecados”. Sorprendido el coronel Yule por los relatos que de las manifestaciones mágicas hicieron los viajeros que en toda época visitaron la Tartaria y el Tíbet, dedujo que “los naturales debieron tener a su disposición laenciclopedia completa de los modernos espiritistas”. Duhalde menciona, entre las diversas hechicerías de estas gentes, el arte de evocar la sombra espectral de Lao-Tsé (65) y de las divinidades aéreas, así como el fenómeno de que un lápiz escriba, sin tocarlo nadie, las respuestas a varias preguntas (66).

Las evocaciones formaban parte de los misterios religiosos del santuario; pero estaban rigurosamente prohibidas, por hechiceras y nigrománticas, las de propósitos profanos o lucrativos.

Cuando Hiuen-Thsang deseaba adorar la sombra de Buda no recurría a los magos profesionales, sino que le bastaba el invocativo poder de su propia alma acrecentado por la fe, la plegaria y la contemplación. Pavorosas tinieblas rodeaban la cueva donde se dice que de cuando en cuando aparece la sombra de Buda. En ella entró Hiuen-Thsang y comenzó sus rezos con cien jaculatorias; pero como nada veía ni oía, creyóse demasiado pecador para recibir la suspirada merced y prorrumpió en dolientes y desesperadas voces. Iba ya a desalentarse, cuando advirtió en la pared oriental de la cueva un débil resplandor muy luego desvanecido. Recobrada con ello la esperanza, volvió a ver por un instante el resplandor, y entonces hizo voto solemne de que no saldría de la cueva sin la inefable dicha de ver la sombra del “Venerbale de los Tiempos”. No hubo de esperar mucho rato, porque apenas rezadas doscientas plegarias, iluminóse de repente la tenebrosa cueva, en cuyo muro oriental apareció blanco, majestuoso y resplandeciente, el espectro de Buda como Montaña de Luz tras desgarradas nubes. El rostro de la divina aparición deslumbraba con su brillo. Hiuen-Thsang, extático y absorto ante el prodigio que contemplaban sus maravillados ojos, no podía apartarlos de la sublime e incomparable visión. Añade Hiuen-Thsang en su diario Si-yu-ki, que sólo puede ver claramente el espectro de Buda, aunque sin gozar de su vista mucho tiempo, quien ora con sincera fe y recibe misterioso influjo de lo algo (67).

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