Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 77

DRAGONES LEGENDARIOS

Observa Warton muy acertadamente que los dragones de las leyendas y fábulas son de puro origen oriental, pues encontramos este elemento simbólico en todas las tradiciones de la época primieval. Pero en documento alguno aparece tan definido el dragón como en los textos budistas que nos hablan de las nâgas o sierpes regias que habitan en cavernas subterráneas (48), entre cuyas misteriosas tinieblas flota el espíritu adivinatorio (49). Pero tampoco los budistas creen en el diablo según el concepto cristiano que lo considera como entidad distinta y enemiga eterna de Dios, sino que, análogamente a los induistas, admiten la existencia de entidades inferiores que vivieron en la tierra o en otros planetas, pero que todavía no han transpuesto el reino humano. En cuanto a los nâgas creen que han sido en la tierra brujos de índole ruin que comunican a los hombres perversos el poder de secar los frutos con su mirada y aun el de herir de muerte a cuantos ceden a su influencia. Por esto se dice que un cingalés tiene la nâga en el cuerpo cuando con la mirada es capaz de secar un árbol y matar a una persona. vemos, en consecuencia, que los espíritus malignos no son para los budistas lo que el demonio para los cristianos, sino más bien la encarnación de los diversos vicios, crímenes y pasiones humanas. Los devas azules, verdes, amarillos y escarlatas que, según las creencias budistas moran en el monte Jugandere, son genios tutelares de tan benéfica índole algunos como las divinidades llamadas natas, en cuyo número también se entremezclan gigantes y genios maléficos que moran igualmente en dicho monte.

Según las enseñanzas budistas, los espíritus malignos eran seres humanos cuando la naturaleza produjo el sol, la luna y las estrellas, pero que al pecar perdieron su estado de felicidad. Si persisten en el pecado, se agrava su castigo, y de este linaje son los condenados; pero aquellos demonios que mueren para nacer o encarnar en cuerpo humano y no vuelven a pecar, alcanzan la felicidad celeste. Según observa Upham (50) esta creencia demuestra que, para los budistas, todos los seres así humanos como divinos están sujetos a la ley de la transmigración, en correspondencia con los actos morales de cada cual, de donde se deriva un código de ética muy digno de llamar la atrención del filósofo.

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