Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 35

TEOMANÍA E HISTERISMO

Dice Figuier en su ya citada obra que el doctor Calmeil, al ocuparse en su tratado sobre la locura de la teomanía extática de los calvinistas, afirma que esta enfermedad debe atribuirse en los casos más benignos al histerismo, y en los más graves a la epilepsia. Pero Figuier opina por su parte que era una enfemedad característica a la que llama convulsión de Cevennes (58).

Otra vez tropezamos con la teomanía y el histerismo, como si las corporaciones médicas estuviesen aquejadas de atomomanía incurable, pues de otro modo no se comprende que incurran en tamaños absurdos y esperen que haya de aceptarlos la ciencia.

Prosigue diciendo Figuier que tan furibunda era el ansia de exorcisar y achicharrar, que los frailes veían poseídos en todas partes para cohonestar milagros con que poner más en claro la omnipotencia del diablo o asegurar la pitanza monacal. (59).

Des Mousseaux agradece a Figuier este sarcasmo, en gracia a que es uno de los pocos tratadistas franceses que no niegan la autenticidad de fenómenos realmente innegables, y además desdeña el método empleado por sus predecesores, de cuyo camino declaradamente se aparta, diciendo a este propósito:

No repudiaremos por indignos de crédito determinados hechos tan sólo porque se oponen a nuestro sistema. Antes al contrario, recopilaremos todos cuantos la historia compruebe y en ellos nos apoyaremos para darles explicación natural que añadiremos a las de los sabios que nos precedieron en el examen de esta cuestión (60).

Después dice Des Mousseaux (61) que Figuier pasa a ocuparse de los convulsionarios de San Medardo e invita a sus lectores a examinar bajo su dirección los prodigiosos fenómenos que, según él, son simples efectos de la naturaleza.

Pero antes de seguir analizando por nuestra parte las opiniones de Figuier, veamos en qué consistieron los milagros de los jansenistas, según comprobación histórica.

El año 1727 murió el abate jansenista París, en cuya tumba empezaron a observarse de allí a poco sorprendentes fenómenos que acudían a presenciar multitud de curiosos. Exasperados los jesuitas de que en el sepulcro de un hereje se operaran tales prodigios, recabaron de la autoridad la prohibición de acercarse a la tumba del abate; pero no obstante, continuaron repitiéndose los fenómenos durante unos veinte años, y el obispo Douglas pudo convencerse de ellos por sí mismo cuando con este solo propósito fue a París en 1749. En vista de lo infructuoso de sus tentativas para invalidar estos hechos, no tuvo el clero católico otro remedio que reconocerlos, aunque, como de costumbre, los achacó al diablo. A este propósito dice Hume:

Seguramente no se habrán atribuido jamás a taumaturgo algunos tantos milagros como los que se dice ocurrieron últimamente en París, junto al sepulcro del abate París. Los sordos oyen, los ciegos ven y los enfermos sanan apenas tocan la tumba, según testimonio de personas ilustradas... Ni los mismos jesuitas, a pesar de su cultura, del apoyo que reciben del poder civil y de su enemiga a los jansenistas cuya doctrina profesaba el difunto abate, han sido capaces de negarlos ni de dar satisfactoria explicación de ellos (62).

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