Los miserables

Entre cuatro tablas

VI

Entre cuatro tablas

¿Quién iba en la caja? Ya lo sabemos. Jean Valjean.

Jean Valjean se las había apañado para seguir vivo ahí dentro y respiraba más o menos.

Es muy curioso hasta qué punto una conciencia tranquila da tranquilidad para lo demás. Toda la combinación que había premeditado Jean Valjean iba bien; e iba bien desde la víspera. Contaba, como Fauchelevent, con Mestienne. No le cabía duda de cómo iba a acabar aquello. Nunca una situación más crítica se vivió con tranquilidad más absoluta.

De las cuatro tablas del ataúd se desprende una especie de paz aterradora. Era como si parte del descanso de los muertos se sumase a la serenidad de Jean Valjean.

Desde lo hondo de aquella caja había podido seguir, y continuaba siguiendo, todas las fases del tremendo drama que estaba interpretando con la muerte.

Poco después de que Fauchelevent hubiera acabado de clavar la tabla de arriba, Jean Valjean notó que lo llevaban en vilo; luego, que iban rodando. Cuando disminuyeron las sacudidas, notó que pasaban de los adoquines a la tierra apisonada, es decir, que salían de las calles y llegaban a los bulevares. Por el ruido sordo, intuyó que estaban cruzando el puente de Austerlitz. Con la primera parada, cayó en la cuenta de que entraban en el cementerio; con la segunda, se dijo: hemos llegado a la fosa.

Sintió de pronto que unas manos agarraban la caja; luego, un frotamiento rudo contra las tablas; comprendió que estaban atando una cuerda alrededor del ataúd para bajarlo al agujero.

Tuvo luego algo así como un mareo.

Seguramente, el empleado de la empresa de pompas fúnebres y el sepulturero habían desnivelado el ataúd y lo habían bajado de cabeza. Volvió en sí por completo cuando se notó en posición horizontal y quieto. Acababa de llegar al fondo.

Notó algo de frío.

Se alzó una voz, por encima de él, gélida y solemne. Oyó pasar, tan despacio que podía captarlas una tras otra, unas palabras en latín que no entendía:

Una voz infantil contestó:

—.

La voz grave siguió diciendo:

—.

La voz infantil contestó:

—.

Oyó encima de la tabla que lo cubría algo así como el golpeteo suave de unas pocas gotas de lluvia. Debía de ser el agua bendita.

Pensó: «Ya falta poco. Algo más de paciencia. Ahora se irá el sacerdote. Fauchelevent se llevará a Mestienne para ir a echar un trago. Me dejarán solo. Luego, Fauchelevent volverá solo y yo podré salir. Será cosa de una hora larga».

La voz grave volvió a oírse:

—.

Y la voz infantil dijo:

Jean Valjean, aguzando el oído, oyó algo como pasos que se alejaban.

«Ya se van —pensó—. Estoy solo.»

De pronto, oyó por encima de sí un ruido que le pareció un trueno.

Era una paletada de tierra que había caído sobre el ataúd.

Cayó otra.

Uno de los agujeros por lo que respiraba se taponó.

Cayó la tercera paletada.

Luego, la cuarta.

Hay cosas que pueden con el hombre más fuerte. Jean Valjean se desmayó.

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