La sabiduría de Tholomyès
VII
La sabiduría de Tholomyès
Entretanto, mientras unos cantaban, otros charlaban bulliciosamente, todos al tiempo; ya no era todo sino un barullo. Tholomyès intervino.
—No hablemos al azar ni demasiado deprisa —exclamó—. Meditemos si es que queremos ser deslumbrantes. Demasiada improvisación vacía neciamente el ingenio. A cervezas necias, ingenios romos… Señores, sin prisas. Mezclemos la majestad con la francachela; comamos con recogimiento; banqueteemos despacio. No nos apresuremos. Fíjense en la primavera; si se adelanta, está jugando con fuego, porque se hiela. Con el exceso de celo se pierden los melocotoneros y los alberchigueros. El exceso de celo mata el encanto y la alegría de las buenas cenas. ¡Nada de celo, señores! Grimod de la Reynière está de acuerdo con Talleyrand.
Una sorda rebelión rugió en el grupo.
—Tholomyès, déjanos de paz —dijo Blachevelle.
—¡Abajo el tirano! —dijo Fameuil.
—¡Bombarda, zalagarda y pularda! —gritó Listolier.
—Los domingos existen —añadió Fameuil.
—Estamos sobrios —apostilló Listolier.
—Tholomyès —dijo Blachevelle—, no me alteras, soy como el marqués.
—Qué va, mucho mejor —contestó Tholomyès.
Aquel juego de palabras tan malo cayó como una piedra en una charca. El marqués de Montcalm era por entonces un monárquico famoso. Todas las ranas se callaron.
—Amigos míos —exclamó Tholomyès con el tono de un hombre que recupera el imperio—, recobraos. Este retruécano caído del cielo no hay que recibirlo con excesivo estupor. No todo lo que cae así es necesariamente digno de entusiasmo y respeto. El retruécano es la cagada del ingenio que vuela. Las bufonadas caen en cualquier parte; y el ingenio, tras poner una necedad como quien pone un huevo, se pierde en el azul del cielo. Una mancha blancuzca que se aplasta contra una roca no le impide volar al cóndor. ¡Lejos de mí la intención de meterme con el retruécano! Lo honro cuanto se merece; y nada más. La parte más augusta, sublime y adorable de la humanidad ha hecho juegos de palabras. Jesucristo hizo un retruécano acerca de san Pedro; Moisés, de Isaac; Esquilo, de Polínice; Cleopatra, de Octavio. Y fijaos bien en que ese retruécano de Cleopatra fue anterior a la batalla de Actium y que, sin él, nadie se acordaría de la ciudad de Toryne, nombre griego que quiere decir cucharón. Admitido lo cual, vuelvo a mi alegato. Lo repito, hermanos, nada de celo, nada de barullo, nada de excesos, ni tan siquiera en las guasas, las gracias, las juergas y los juegos de palabras. Hacedme caso, que tengo la prudencia de Anfiarao y la calvicie de César. Todo tiene un límite, incluso lo rebuscado, como se insinúa en . Todo tiene un límite, incluso las cenas. Les gustan las empanadillas dulces de manzana, señoras mías, no abusen de ellas. Incluso para los empanados se precisa sentido común y arte. La glotonería castiga al glotón. Gula castiga a Gulax. A la indigestión le tiene encargado Dios que les lea la cartilla a los estómagos. Y que no se les olvide a ustedes: todas nuestras pasiones, incluso el amor, tienen un estómago que no hay que llenar en exceso. En todo hay que escribir a tiempo la palabra hay que contenerse; cuando el asunto se vuelve urgente, hay que cerrarle la puerta con cerrojo al apetito, meter en la trena la fantasía y llevarse uno personalmente al cuartelillo. El sabio es quien, en determinado momento, se detiene a sí mismo. Fiaos un poco de mí. Porque haya estudiado algo de derecho, si no mienten mis exámenes, porque sepa la diferencia entre la cuestión presentada y la cuestión pendiente, porque haya defendido una tesis en latín sobre la manera en que torturaban en Roma en los tiempos en que Munacio Demens era el cuestor encargado de los asuntos criminales, porque vaya a ser doctor a lo que parece, no se desprende obligatoriamente de todo eso que sea un imbécil. Os recomiendo la moderación en los deseos. ¡Hay que ver lo bien que hablo! Es tan cierto como que me llamo Félix Tholomyès. ¡Dichoso quien, cuando llega la hora, toma un partido heroico y abdica como Silas, u Orígenes!
Favourite escuchaba con honda atención.
—¡Félix! —dijo—. ¡Qué palabra tan bonita! Me gusta ese nombre. Es latín. Quiere decir Próspero.
Tholomyès siguió diciendo:
—¡Quirites, gentlemen, , amigos míos! ¿Desean no sentir aguijón alguno y prescindir del lecho nupcial y desafiar al amor? Nada más sencillo. He aquí la receta: la limonada, el ejercicio exagerado, el trabajo forzado, cansaos hasta el agotamiento, arrastrad bloques, no durmáis, velad; atiborraos de bebidas nitrosas y de tisanas de ninfeas, paladead emulsiones de adormideras y de añocasto, aliñadme todo lo dicho con una dieta severa, moríos de hambre, sumad los baños fríos, los cinturones de hierbas, la aplicación de una chapa de plomo, las lociones con licor de Saturno y los fomentos de oxicrato.
—Prefiero una mujer —dijo Listolier.
—¡La mujer! —repuso Tholomyès—. Desconfiad de ella. ¡Desdichado el que se entrega al corazón cambiante de la mujer! La mujer es pérfida y tortuosa. Aborrece a la serpiente por celos del oficio. La serpiente es la tienda de enfrente.
—¡Tholomyès! —exclamó Blachevelle—. ¡Estás borracho!
—¡Ya lo creo! —dijo Tholomyès.
—Pues entonces sé alegre —añadió Blachevelle.
—Consiento en ello —contestó Tholomyès.
Y, llenando la copa, se puso de pie:
—¡Gloria al vino! Perdón, señoritas, hablaba en español. Y la prueba, , hela aquí: como es el pueblo es el tonel. En la arroba de Castilla entran dieciséis litros; en el cántaro de Alicante, doce; en el almud de las Canarias, veinticinco; en el cuartillo de las Baleares, veintiséis; en la bota del zar Pedro, treinta. ¡Viva ese zar que era grande y viva su bota, que era aún mayor! Señoras, un consejo de amigo: yerren al elegir al vecino, si bien les parece. Lo propio del amor es equivocarse. El amorío no está hecho para tirarse al suelo y embrutecerse como una criada inglesa que padezca el callo de la fregona en las rodillas. ¡No es ésa su razón de ser, anda vagando alegremente, el dulce amorío! Se ha dicho: errar es humano; y yo digo: errar es amoroso. Señoras, las idolatro a todas. ¡Ay, Zéphine, ay, Joséphine, de rostro más que engurruñado, sería encantadora si no tuviera la cara al bies! Es como si alguien se hubiera sentado por descuido encima de una cara bonita. En cuanto a Favourite, ¡oh, ninfas, oh musas!, un día en que Blachevelle saltaba el arroyo de la calle de Guérin-Boisseau, vio a una joven hermosa con medias blancas y bien tirantes que enseñaba las piernas. Le gustó aquel preámbulo, y Blachevelle se enamoró. Era de Favourite de quien se enamoró. Ay, Favourite, tienes labios jónicos. Existió un pintor griego, llamado Euforión, a quien apodaron el pintor de los labios. Sólo ese griego habría sido digno de pintar esta boca tuya. ¡Escucha! Antes de ti, no hubo criatura alguna digna de ese nombre. Estás hecha para recibir la manzana, igual que Venus, o para cometértela, como Eva. La belleza empieza en ti. Acabo de nombrar a Eva, tú fuiste quien la creó. Te mereces la patente de invención de la mujer bonita. ¡Ay, Favourite!, dejo de tutearla porque paso de la poesía a la prosa. Se refirió a mi nombre hace un rato, y eso me enterneció; pero, seamos quienes seamos, desconfiemos de los nombres. Pueden equivocarse. Me llamo Félix y no soy feliz. Las palabras son mentirosas. No aceptemos ciegamente las indicaciones que nos proporcionan. Sería un error escribir a Lieja para comprar tapones y a Pau para comprar guantes. Miss Dahlia, si yo estuviera en su lugar, me llamaría Rosa. La flor tiene que oler bien y la mujer tiene que ser sutil. No digo nada de Fantine, es una soñadora, una ensoñadora, una pensativa, una sensitiva; ¡es un fantasma con forma de ninfa y pudor de monja, que anda extraviada por la vida de griseta, pero que busca refugio en las ilusiones, y que canta, y que reza, y que mira el azul del cielo sin saber muy bien qué ve ni qué hace y que, con los ojos alzados al firmamento, va errante por un jardín donde hay más aves de las que existen! ¡Ay, Fantine, debes saber lo siguiente: yo, Tholomyès, soy una ilusión! ¡Pero esa hija rubia de las quimeras ni me oye! Por lo demás, todo en ella es lozanía, suavidad, juventud, dulce luz matutina. ¡Ay, Fantine, muchacha digna de llamarse Marguerite o Perle, es usted una mujer del más bello oriente! Señoras, otro consejo: no se casen; el matrimonio es un injerto; prende bien o prende mal: huyan de ese riesgo. Pero ¡bah!, ¿qué demonios ando diciendo? Es un despilfarro de palabras. Las muchachas son incurables en lo referido al casorio; y todo cuanto podamos decir nosotros, los sabios, no les impedirá a las chalequeras y a las ojeteras de botinas soñar con maridos ricos en diamantes. En fin, bien está; pero, hermosas muchachas, que no se os olvide esto: coméis demasiado azúcar. Sólo cometéis un error en una cosa, ¡oh, mujeres!, y es en andar comiscando azúcar. ¡Ay, sexo roedor de azúcar, tus bonitos dientecillos blancos se pirran por el azúcar! Pero atended bien: el azúcar es una sal. Toda sal seca. El azúcar es la sal que más seca. Chupa a través de las venas los líquidos de la sangre; de ahí se deriva la coagulación y, luego, la solidificación de la sangre; de ahí los tubérculos en el pulmón; de ahí la muerte. Y por eso la diabetes es vecina de la tisis. ¡Así que no toméis azúcar y viviréis! Ahora voy con los hombres: señores, hagan conquistas. Arrebataos unos a otros a vuestras bien amadas sin remordimiento. Paso cruzado. En amor, no hay amistades. En cualquier sitio donde haya una mujer bonita, están abiertas las hostilidades. ¡Guerra a discreción y sin cuartel! Una mujer guapa es un una mujer guapa es un flagrante delito. Todas las invasiones de la historia las decidieron unas enaguas. La mujer es el derecho del hombre. Rómulo raptó a las sabinas; Guillermo raptó a las sajonas; César raptó a las romanas. El hombre a quien nadie ama planea como un buitre por encima de las amantes ajenas; y, en lo que a mí se refiere, les lanzo a esos desventurados que están viudos la proclama sublime de Bonaparte al ejército de Italia: «Soldados, os falta de todo. Al enemigo, no…».
Tholomyès se interrumpió.
—Descansa un poco, Tholomyès —dijo Blachevelle.
Al tiempo, Blachevelle, con la colaboración de Listolier y de Fameuil, empezó a cantar, con música lastimera, una de esas canciones de taller cuya letra se compone de las primeras palabras que se le pasan a uno por la cabeza, rimadas profusamente pero sin rima, vacías de sentido como el gesto del árbol y el ruido del viento, que nacen del vapor de las pipas y se disipan y alzan el vuelo con él. Ésta es la estrofa con que el grupo respondió a la arenga de Tholomyès:
Unos pazguatos le dieron
un dinero a un recadero
para hacer papa en San Juan
a Clermont-Tonnerre sin más,
y papa no pudo ser
porque cura nunca fue.
Y el rabioso recadero
se volvió con el dinero.
No era lo más adecuado para aplacar la improvisación de Tholomyès; vació el vaso, lo volvió a llenar y prosiguió.
—¡Abajo la sensatez! Olvidados de todo lo que he dicho. No seamos ni prudentes ni prusianos ni con prurito. Brindo por el júbilo; ¡seamos jubilosos! Completemos nuestra clase de derecho con la insensatez y la alimentación. Indigestión y digesto. ¡Que Justiniano sea el macho y Comilona sea la hembra! ¡Alegría en las profundidades! ¡Vive, oh, creación! El mundo es un diamante enorme. Soy feliz. Los pájaros son asombrosos. ¡Qué fiesta por doquier! El ruiseñor es un Jean Elleviou que canta gratis! ¡Te saludo, verano! ¡Oh, Luxembourg! ¡Oh, Geórgicas de la calle de Madame y de la avenida de L’Observatoire! ¡Ay, militronches soñadores! ¡Ay, todas esas niñeras adorables que, al tiempo que vigilan a los niños, se entretienen bosquejando otros! Me agradarían las pampas de América si no tuviera los soportales de L’Odéon. Me alza el vuelo el alma por las selvas vírgenes y las sabanas. Todo es hermoso. Las moscas zumban en los rayos de sol. El sol ha estornudado un colibrí. ¡Bésame, Fantine!
Se equivocó y besó a Favourite.