Capítulo 57
SUBLIMIDAD DE LA EPOPTEIA
Platón alude vagamente a la epopteia o revelación final, diciendo:
Una vez iniciado en los Misterios que a todos superan por lo sagrados, me vi libre de males a que de otro modo hubiera estado expuesto en lo futuro. También por esta divina iniciación pude contemplar benditas visiones en el seno de la pura luz (158).
Este pasaje demuestra que los iniciados poseían la facultad de ver entidades espirituales; y según acertadamente observa Taylor, se colige de otros pasajes análogos de las obras escritas por los iniciados, que lo más sublime de la epopteia consistía en la contemplación de los dioses (159) rodeados de refulgente luz. Inequívoca prueba de ello nos da el siguiente pasaje de Proclo:
En todas las iniciaciones y ceremonias de los Misterios se aparecen los dioses en diversidad de formas y variedad de aspectos, todos ellos luminosos, con resplandor que de la propia figura emana, y toma unas veces contornos humanos y otras asume configuración distinta (160).
Para demostrar de nuevo la identidad de las doctrinas esotéricas del mazdeísmo con las de los filósofos griego, citaremos el siguiente pasaje del Desatir o Libro de Seth:
Todo cuanto en la tierra existe es sombra y semejanza de lo que en la esfera existe. Mientras el resplandeciente prototipo espiritual no muda de condición, tampoco muda su sombra. Pero cuando el resplandeciente se aleja de su sombra, también la vida se aleja a igual distancia de la sombra. Sin embargo, el resplandeciente no es sino la sombra de algo todavía más resplandeciente (161).
Las afirmaciones de Platón corroboran nuestra creencia de que los Misterios de la antigüedad pagana eran idénticos a la actual iniciación de los adeptos, induistas y budistas, cuyas beatíficas y verdaderas visiones no son resultado de trances o éxtasis mediumnímicos, sino de la disciplinada y gradual educción de las internas facultades a través de sucesivas iniciaciones. Los mystoe (iniciados) intimaban con los “dioses resplandecientes” o “místicas naturalezas”, según Proclo los llama. Así lo confirma Platón al decir:
Me veía puro e inmaculado en cuanto quedaba libre de esta vestidura que nos envuelve, llamada cuerpo, a la que estamos en la tierra adheridos como la ostra a la concha (162).
Tenemos, por lo tanto, que la enseñanza de los pitris planetarios y terrestres sólo se revelaba enteramente en la antigua India, lo mismo que ahora, en el último grado de iniciación. Muchos fakires de irreprensible conducta y pura abnegada vida no han podido ver la forma astral de un pitar humano o antepasado terrestre, sino en el supremo instante de la iniciación cuando el gurú le entrega el bambú de siete nudos como insignia de su nueva dignidad. Entonces ve cara a cara a la desconocida entidad, a cuyos pies se postra; pero no recibe el poder de evocación, porque éste es el supremo misterio de la sagrada sílaba AUM (163), símbolo de la trínica individualidad humana, además de serlo también de la abstracta Trinidad védica. Cuando el Ego o trínica individualidad anticipa transitoriamente en el momento de la iniciación aquella unidad que ha de lograr al vencer a la muerte, entonces se le permite al iniciado vislumbrar su Ego futuro (164).